Fleur

XVIII. Descansa, linda zanahoria.

Tenía que admitirlo, hubieron mil y un inconvenientes para cancelar el vuelo, sin embargo, mi buen amigo hizo lo mejor que pudo y lo canceló, poniendo como excusa en la aerolínea el embarazo de Artemisa y una supuesta revisión médica.

La pelirroja estaba sumamente estresada, porque pensaba que iba tarde a su vuelo, pero yo nisiquiera estaba conduciendo al aeropuerto, cosa de la que no se había percatado porque, bueno, no conocía las calles de Miami.

Sonreí mientras la veía matar su ansiedad con una bolsa de bin bins que le había comprado en el hotel antes de salir, en ese justo momento en la radio sonœ una canción, a la que le subió todo el volumen y más. Fruncí el ceño, escuchando aquél estruendo que me perforó los tímpanos de manera agresiva y la miré con los ojos entrecerrados.

Iba a decirle que callara esa porquería, porque realmente no me gustaba tener música alta en el auto mientras conducía, de hecho, ni música ponía la mayoría del tiempo, pero ella empezó a mover su cabellera al compás de la música, y a todo pulmón empezó a cantar aquella extraña canción que parecía era de algún cantante que le gustaba demasiado.

—Mamaaaa ohhhhhh —soltó de la nada, cantando desafinadamente, me tapé un oído con la mano libre y le dí un golpe leve en el muslo.

—Mierda, cállate —le escupí, mientras la miraba con el ceño fruncido— ¿Qué carajos estás cantando?

—¿Qué? —preguntó, casi ofendida, casi se le caen algunos bin bin al asiento.

—Y además de que me estás dejando sordo —repliqué molesto—, me vas a ensuciar el carro que alquilé para andar acá en Miami.

—¿Y qué tiene que lo ensucie? —refutó, mientras seguía tarareando la escandalosa canción— El carro no es de azúcar, le echas agüita y se le quita eso, deberías de preocuparte más por no conocer esta canción, que por el carro —comentó, de manera despota.

Me encogí de hombros, totalmente confundido.

—¿Duh? —se mofó de mí— es Queen. Es decir, una de las mejores bandas del mundo mundial y tu actúas como si fuera una mierda —habló tan rápido, que hasta llegó a sofocarme.

—¿Queen? ¿Pero no son hombres? —interrogué, totalmente desconcertado.

—¿Y eso que tiene que ver?

—No sé, el punto es que no sé quiénes son.

—Sí, ya me dí cuenta —alzó las cejas y empezó a cabtar a todo pulmón de nuevo.

Di gracias a Dios que ya habíamos llegado al estacionamiento del hotel en el que yo me hospedaba, miré de reojo a Sofía percatandome que estaba ensimismada.

—Ya llegamos —informé, chasqueando los dedos frente a ella.

—Ah okay —se inclinó para buscar su bolso de mano, que lo tenía en los pieceros, le quitó el seguro a la puerta y salió del auto, en cuanto observó todo lo que estaba a su alrededor, frunció el ceño confundida y yo contuve una risa. Intentó meterse en el carro de nuevo, y yo bajé los seguros en el mismo instante, para que no pudiera entrar de nuevo.

—Bienvenida a uno de los mejores hoteles de Miami —comenté en burla, lleno de jocosidad, porque sus ojos abiertos en extremo me hicieron reír.

Había palidecido al menos tres tonos, y creo que hasta el bebé estaba en suspenso.

—Lo sabía... —masculló por lo bajo, desviando su mirada desesperada al suelo, se llevo una mano a la cabeza— eso me pasa por intentar confiar en un desconocido, seguro que este es el momento en el que me cargas como un saco de papas, me llevas a una habitación tétricas, me violas y me haces abortar el bebé.

¿Qué mierda? 
Bufé, mientras la veía paralizada, casi temblando frente a mi. No podía ser. Esa osada mujer que había conocido como una fiera, estaba atemorizada, pensando que yo le haría sabrá Dios cuántas cosas, y aquello —además de parecerme sumamente dramático—, me hizo pensar en ella no solo como una chica hermosa, sino también como una maravilla frágil y delicada, que sobre pensaba las cosas y se preocupaba por todo.

—Eh... —dudé, totalmente descolocado de que aquella pelirroja pensara eso de mí— creo que lo único que será cierto de esa maniática teoría será lo de cargarte.

Y sin más, tomé su tembloroso cuerpo  mis brazos y me dediqué a subir en el ascensor junto con ella, siendo un peso más en mi, ella estaba en shock, no paraba de mirarme aterrada y, estrechaba sus manos cada vez que podía.

Desde un pujto de vista racional, lo que ella estaba pensando no era tan anormal, era común desconfiar en un desconocido, sin embargo, el hecho de que pensara así de mi, no solo me irritó, me colocó una meta más en la relación —si se podía llamar así— que tenía con aquella chica.

Esa meta era ganarme por completo su confianza.

—Estás en tu casa —comenté jocoso—, haz lo que quieras.

Me encaminé al armario a buscar unas cosas, cuando salí de nuevo a la habitación, la vi con uja dr las lámparas en la mano, apuntando hacia mi.

—¿Qué cojones te pasa? —interrogué alarmado, porque ese objeto parecía caro y ella estaba a nada de hacerlo trizas.

—¡No permitiré que nos hagas daño!

—Sofía... —siseé, intentando calmarme a mi mismo— ¿Tu crees que si te quisiera hacer algo todavía estuvieras tan feliz y campante allí? ¿Sin amarrarte ni nada?




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