Fleur

XIX. ¿Aquello realmente era una interpretación?

Durante el viaje ejecutivo, nos atendieron muy bien, las aeromozas se encargaban de recargarnos constantemente las copas, la mía con vino rosado y la de Sofía con un antojo que le dio de la nada —típico de embarazada—, batido de oreo con helado de mantecado y un tipo de gelatina de fresa.

—Mmm —se mordió el labio inferior viendo la copa medio llena como si quisiera que se llenáse más—, en serio esto está delicioso, no sabes cuánto —habló con la boca entreabierta repleta del batido.

—Pues el vino creéme que está mejor —refuté mientras veía las nubes a través de la ventana.

—No lo sé, lo veo dudoso —se mofó y me guiñó un ojo de buen humor, se metió otra cucharada de esa cosa en la boca y un poco se le escapó a la comisura del labio.

Tragué en seco, desde que le había besado los labios la noche anterior, parecía que los míos picaban y hormigueaban por tomar los suyos y hacer un compás, cosa que sin duda, me molestaba totalmente, porque ella ni siquiera quería tener algo conmigo y, aunque yo quería tener algo con ella —no serio, obviamente— eso cortaba mucho la situación.

Una aeromoza con mirada maliciosa se acercó caminando de manera inusual y yo alcé las cejas, extrañado, se inclinó sobre mí mostrándome su escote pronunciado y me sirvió más vino, mientras se relamía los gruesos labios.

—¿Todo bien por aquí? —siseó, en tono sugerente mientras se agitaba y recogía un poco el dobladillo de su falda. Entrecerré los ojos y la miré de arriba, hacia abajo.

—Sí, todo bien nena —contesté, sonriéndole con lasciva.

De alguna manera tenía que quitarme las ganas que me daba la insoportable pelirroja que tenía a mi lado, la chica me sonrió y con una mirada me indicó que me esperaba en el baño.

Unos cuantos minutos después me dirigí al baño, encontrandome con la aeromoza, desabrochando dos de los botones que se encontraban en su escote, se mordió el labio inferior viendome con deseo, y yo lo único que pude hacer fue soltarle el aparatoso moño que tenía en el cabello, haciendo que este cayera en cascada sobre sus hombros.

La tomé del cabello y la halé hacia mi, agarrando su nuca con fuerza y estampando mis labios contra los suyos, en un beso visceral, lleno de necesidad carnal. Ella me respondió gustosa, gimoteando, llevó su mano a mi pecho y empezó a desabrochar mi camisa.

—¿Te gusta seducir a un hombre por vuelo o algo así? —mi interrogante era una burla, sin embargo, su mirada estaba tan oscura y llena de deseo que lo único que hizo fue gemir, mientras asentía repetidas veces.

Me besó de nuevo y le correspondí con las mismas ganas, pero había algo ahí que me faltaba y que, no me satisfacía por completo.

—A mi me encantan los hombres comprometidos —susurró seductora y eso, de inmediato, me hizo alejarme de ella, la miré mal, y me separé de ella de golpe.

—No estoy comprometido, pero creéme que si lo estuviera no me revolcaría con una tipeja como tú —me arreglé la camisa y el cabello y salí de allí.

En cuanto aterrizamos, nos dirigimos primero a la casa de los padres de la pelirroja, le dije a uno de los amigos de mi padre que me llevara el auto al aeropuerto y así lo hizo, así no tendríamos que estar en taxi.

Nos bajamos ambos del auto y caminamos hasta una casa de color amarillo pálido, con rejas de color marrón, las manos de Sofía temblaban, sus labios apresados por sus dientes mostraban lo nerviosa que estaba y sus pupilas estaba dilatadas.

Presionó el timbre y tocó la puerta constantes veces, no fue hasta que una señora de apróximadamente unos cuarenta y cinco años abrió la puerta, su cabello era café oscuro y sus ojos verdes agua, un color bastante impresionante; era muy parecida a Sofía en algunos rasgos.

Sin embargo, sus pecas y su cabello zanahoria ni siquiera sabía de dónde lo había sacado, o de quién mejor dicho.

La mujer me escaneó con la mirada y luego, detalló a Sofía de manera despota, alcé una ceja sin entender nada, pero la señora frunció la nariz y los labios, con repulsión.

— ¡No puede ser! —gritó como si estuviera realmente sorprendida, su rostro totalmente arrugado y contorsionado, demostraba todo menos comprensión— ¡No puede ser! —repitió chillando de manera estridente, fruncí el ceño al verla roja como un tomate, los hombros le subían y le bajaban con fiereza por lo rápido que estaba respirando.




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