Fleur

XX. No puedo ofrecerte lo que quieres.

Suspiré en cuanto llegamos a Residencias Sombra de Luna, ver toda aquella vegetación y toda esa naturaleza que rodeaba perpetuamente la zona; me hacía sentir libre. Me hacía pensar que tenía la libertad que jamás había tenido en mi vida.

Justamente eso, era lo que me había convencido de comprar una casa a la que podría llamar hogar allí, no solo porque estaba cerca a la Universidad de la pelirroja, ni tampoco porque era una casa lo suficientemente grande como para que me sintiera cómodo.

El aire era limpio, lleno de frescura, los árboles haciendo la sombra para el sol, todo el lugar se veía místico, inclusive me sentía como si  no estuviera pisando tierra real y a mi parecer me merecía aquél paraíso personal.

Me bajé del carro y recostándome en el  del auto,  a visualizarlo todo, tratando de meditar todo lo que me estaba pasando y los futuros cambios que tendría mi vida, desde ese preciso día.

Sofía se bajo mucho después de mi y  mis  pasos pareciendo cautelosa, recelosa, a través  rabillo de mi ojo la veía con los ojos entrecerrados acercarse a pasos calmados a mi.

— ¿Qué es esto? —eso fue lo primero que preguntó en cuanto estuvo más cerca de mi, con sus dedos señalaba todo el hermoso lugar que nos rodeaba, yo sonreí mientras miraba al suelo, ella en serio era demasiado ingenua; la miré por el rabillo del ojo, para luego observarla directamente a esos ojos cafés oscuros curiosos que fisgoneaban todo el lugar de manera absorta. 

— ¿No es obvio? —pregunté alzando las cejas, mientras ella solo se encogía de hombros, en mi rostro estoy seguro que surcó otro atisbo de sonrisa, sin embargo, lo detuve a tiempo, antes de que la pelirroja se percatara de aquello. Porque sino, después quién aguantaba ese drama— Residencias Sombra de Luna —especifiqué, mientras ella parecía entenderlo todo—, lo decía en el arco de la entrada —recalqué cómico, viéndola de la menara burlesca. 

Ella frunció el ceño, y me dio un golpe seco en el hombro que ni siquiera me hizo cosquillas. 

— Disculpa por estar metida en mi misma y no prestar atención al camino —replicó de mala gana, mirándome mal y con los labios arrugados como si fuera una abuelita de esas a las que ayudas a cruzar la calle, no obstante, algo en mi, me dijo que su disculpa era sincera, así que lo tomé de buen agrado. Pero, eso no significaba que se lo demostraría. 

— Ya qué —bufé, como si no tuviera otra opción, mientras me encogía de hombros tomé unas cuantas hebras de sus rojizos cabellos y los acaricié, ella realmente tenía un cabello precioso, la hacía destacar en cualquier lugar; de manera casi imperceptible introducí mis dedos en la palma de su mano, rozando las yemas de mis dedos allí—, si me metí en esto, debo de asimilar todo lo que viene con el paquete... Incluyéndote a ti, histérica, malhumorada, triste, irritada, feliz, nostálgica, etcétera, etcétera, etcétera.

Como fuera, aquello me lo decía a mi mismo una y otra y otra vez, para tener la mente clara y despejada, aún seguía rozando la palma de su mano, y, aunque no fuera lo más significativo, para mi esa simple acción era demasiado íntima, solo entre ella y yo. 

— So, caballo —soltó, mirándome con los ojos entrecerrados y colocando su dedo indice en mi frente, alejándome de ella con un toque—. Te estás tomando muy en serio tu papel, recuerda que esto —con el mismo dedo que había usado para tocar mi frente, señaló nuestros cuerpos simultáneamente— solo es fingido. No hay nada más allá de eso.

Le dediqué una mirada totalmente incrédula, frunciendo el ceño y sabiendo que esa mujer de cabellos incendiados era demasiado terca, demasiado terca para reconocer que en los pocos meses que llevábamos conviviendo algo estaba pasando, algo que iba más allá de nosotros, más allá de todo lo que éramos capaces de entender en ese momento. 

Bufé mientras mis ojos daban una vuelta completa, porque ella no cambiaría, o al menos no tan fácilmente, sin embargo, yo lo único que sabía era que cumpliría el trato que había hecho hacía algunos meses con Artemisa. 

Mi secretaria se estaba dirigiendo a nosotros, bueno... específicamente a mi, se acercó de manera sugestiva, la pelirroja que se encontraba a mi lado se tensó, Karina estaba muy bien vestida para la ocasión, tenía una falda entubada y una camisa de seda que no dejaba mucho a la imaginación, junto con un sobretodo de color lila, le sonreí, ella era muy buena en la cama y, además, era un de esas amantes a la que podría contactar en cualquier momento. 

Pero, ya estábamos como amigos nada más, o algo así, eso de que no se mezclara el trabajo con las emociones, no valía cuando no se mezclaban las emociones en esas relaciones interpersonales, cuando se terminó de acercar conectó sus ojos grisáceos con los míos, en una petición silenciosa, que pasé totalmente por alto. 




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