Fleur

XXIV. Me pertenezco a mí.

—¡Hola hermanita! —exclamó con fingida emoción mientras se acercaba para darme dos besos en la mejilla. Yo simplemente me quedé allí, como una estatua, segurísima de que tenía mínimo un tic en alguna parte de mi rostro, por culpa de su falsedad— hola, cuñadito —rozó con su brazo el de Xavier, insinuándosele con descaro, mientras le daba un sonoro beso en la mejilla que me pareció repulsivo.

¿Aquello era en serio?

O sea, estaba en mi casa, en mí lugar seguro, aquél sitio que había sido mi techo en uno de mis procesos más grandes, con el que para ese entonces, ya consideraba un buen amigo, que me apoyaba en las buenas y en las malas. ¿Y ella, y aquél bastardo tenían la arrogancia de pasearse por allí, como si no hubiera un mañana?

Tenían en serio que ser muy descarados para llegar a ese punto.

Tragué en seco cuando visualicé que mi hermana pasaba a mi hogar, con cara de embobada viendolo todo.

Xavier y yo la miramos como si fuera un bicho raro, e intercambiamos una mirada fugaz, llena de palabras secretas y complicidad.

Algo sí era cierto, no la queríamos a ella cerca de Damián, no deseábamos que nuestro pequeño tuviera contacto con ella y así sería.

Iba a entrar a la casa rápidamente, para evitar que aquella lagartona tuviera algún contacto con mi pequeño, pero un contacto me detuvo, uno que no había sentido hacía mucho tiempo y que me erizó los vellos de la piel por completo.

Todo mi cuerpo se tensó, y la boca de mi estómago empezó a irritarse en repulsión, aquella mano callosa, llena de cortes por sus diversos trabajos con vidrio, estaba cogiendome de la muñeca, halándome hacia él.

—Sofía... —saludó, con aquél tonito tan familiar que antes me daba una comodidad sin igual, deslizó su mano de mi muñeca a la palma de mi mano y con su dedo índice hizo diversas líneas verticales allí, en esa zona, provocándome arcadas con su indirecta libidinosa, sus cejas se alzaron, mientras sus labios gruesos me dedicaron una sonrisa plagada de malas intenciones— tiempo sin verte...

Yo estaba petrificada, no sabía qué quería hacerle, pero sin duda alguna, no era en absoluto nada bueno; aquél rostro que antes amé en ese momento solo recaudaba una a una todas mis quejas, todos mis pesares y todas aquellas promesas que jamás se cumplieron.

Una tos fingida se escuchó evidente, rompiendo aquél contacto para nada sutil y delicado, y en ese momento pude centrarme. Así que, dedicandole una mirada furiosa, me zafé del agarre de su mano y de un manotón alejé la suya.

—No puedo decir que sea un preciso placer encontrarte de nuevo —la voz me salió más aguda de lo normal, así que carraspeé intentando arrebatar el nerviosismo de mi ser—, de hecho, no es nada grato verte aquí, en mi casa —comenté mordaz, enfatizando cada una de las palabras, él me retó con la mirada y luego de unos minutos se rio para sí.

—Eso no decías cuando te iba a buscar todas las mañanas —murmuró, pero lo pude escuchar— o cuando, pasábamos horas viendo películas en el sofá de mi habitación, para que, después del horario supervisado, nuestros cuerpos se unieran como uno mismo, en un solo éxtasis...

Aquellos recuerdos me martillaron la cabeza, una y otra vez, haciendo que mi corazón se acelerara y no precisamente de ansia, sino de rencor, quería liberarse de aquello que en algún momento le afectó. Y aunque, sin duda alguna estaba sanando, el me vertieran sal, con vinagre y un poquito de limón en la herida, no me hacía sentir del todo plena.

Y es que, eso era lo que pasaba cuando eras defraudada, por una de las personas en las que más confiabas. Yo al menos, sentía que chocaba una y otra, y otra vez, contra un muro de realidad, que me hacía actuar de forma irracional, solo para protegerme a mi misma, a mis sentimientos y a todo lo que conllevaba entregarme a alguien.

Detallé todo en él, absolutamente todo, y además de dolor, lo que sentí fue una profunda lástima, que me caló los huesos y me hizo vibrar las cuerdas vocales en un pequeño rugido.

Tragué en seco, de nuevo, y de soslayo miré a Xavier, quien esperaba por ser presentado impaciente. Coloqué mi mano en su hombro, y la deslicé con suavidad hasta su mano, entrelazando nuestros dedos.

En ese justo momento, Renzo se percató de aquello y me observó incrédulo, yo bufé, sonriéndole victoriosa.

—Querido, Renzo —solté, fingiendo una cordialidad que no tenía, o al menos no para él— no me parece adecuado que hagas ese tipo de comentarios justo cuando el padre de mi hijo está a mi lado —afirmé, dandole una estocada, mi ex fingió sorpresa mientras miraba al peliazul con desprecio, como si fuera uno de sus máximos rivales.

—Primero fue sábado que domingo —soltó, con todo el descaro del mundo, mirando al peliazul como si no fuera nada ante él y dejándome patidifusa.

—Lo siento, compañero —Xavier lo interrumpió, dedicándole una sonrisa lobuna y zanjando su elevado autoconcepto—, pero realmente no importa quién llegó primero que quién, lo que importa es a quién ella esté dispuesta a prestarle aunque sea un mínimo de atención —su voz estaba opaca, viperina—. Y dudo que seas tú, qué mal ¿no crees?

Yo solo pude quedarme embobada, viendo la forma en la que sus iris cafés traslúcidos traspasaban al que era mi ex, con un destello gélido, y para nada confortable.




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