Fleur
Desde que Damián había nacido, me sentía aún más ligado y entrelazado con aquella pelirroja, aunque ella no me quisiera en su vida y —a mi parecer— solo estuviera cumpliendo con ese estúpido trato que algún día le propuse. De alguna u otra manera la entendía, había desarrollado un corazón duro, un corazón frío, porque se sentía herida y yo lo sabía, y hasta cierto punto lo comprendía.
Yo tampoco era el mejor hombre, admitía que era mujeriego y que amaba ir de mujer en mujer —también que estaba totalmente seco de sexo—, pero a veces necesitamos cambiar nuestra perspectiva de vida, enfocarnos, para poder centrarnos. Y no era que yo para la época hubiera madurado mucho, porque la verdad era que emocionalmente había muchas contradicciones en mi concepción de las cosas.
Porque no bastaba con lo que estaba viviendo, que de hecho, no tenía que vivirlo —pero lo había elegido—, además de eso Sofía no colaboraba en lo absoluto y no me gustaba que me echara las cosas en cara, o que simplemente me renegara la potestad que yo podría tener sobre Damián, porque si bien el niño era su hijo y yo no era nada de él, algo que se me podría conceder sería ganarme su amor, su aprecio, pensaba yo que lo merecía.
Habíamos mantenido las cosas en sana paz, y ya el niño tenía una semana de nacido, estábamos dormidos plácidamente, pero —como siempre— había algo malo y, eso malo, era la familia de Sofía llegando de manera desprevenida a nuestra casa.
Poco después, además de que su madre ya de por sí era una visita indeseada, y que, su padre me asesinara con la mirada como si yo le fuera robado a su pequeña niña. Llegaron a la casa su hermana y el maldito de su ex, tomados de la mano y muy risueños, como si fuera una gracia estar allí, tan cerca de nuestro hogar.
Aquél hombre tuvo el descaro de insinuarsele a la pelirroja frente a mí, aún pensando que yo era su novio, prometido y padre de su hijo —que, de hecho, daba un poco de gracia, porque se suponía que él era el padre—.
Si comparabamos a aquél mequetrefe conmigo, él era un don nadie y yo, la última gota de agua en el desierto, pero lo cierto era que, yo no era tan inmaduro como para rebajarme, así que solo le callé la boca con coherencia.
No me gustaba tener que irme dejámando a Sofía con ese poco de hienas en su casa, bueno, eran unas cuantas hienas y un gran koala que se comportaba como un león conmigo —su papá—.
En cuanto dejé pasar a aquél hombre asqueroso a mi casa —por decencia más que todo— tomé a Sofía por la nuca y la besé, de la manera que no la había besado en mucho tiempo, más o menos como no la había besado desde aquél día en el hotel. Rocé sus labios levemente con los míos, saciándome de ella, bebiendome todo lo tenía para darme, lamí su labio inferior y lo chupe para que me diera un acceso más profundo a esa boca cereza que me enloquecía el pensamiento. Ella se erizó por completo y se alzó tomandome de las solapas para hundirse junto a mí en aquél beso.
Evidentemente, todo esto lo hice para que aquél individuo indeseado viera quién era el que realmente importaba en ese momento.
—¿Tu creías que me iba a conformar con ese besito casto? —interrogué jocoso, mientras le acariciaba la mejilla, porque ella me había querido despedir con un simple pico. Su corazón estaba desbocado y su respiración acelerada, me observaba como si deseara que me quedara, como si estuviera sin protección cuando yo no estaba.
Ella negó erráticamente con la cabeza, sus mejillas encendidas, sus labios hinchados y sus hermosos ojos color avellana tímidos, evitándo mi mirada.
—Cualquier cosa extraña que veas, me informas —siseé cerca de su oído, totalmente abstraído por aquella imágen que estaba presenciando. Aquella pelirroja era peligrosa, llena de altibajos y crucigramas como nadie, un rompecabezas con piezas invompletas y un enigma en su totalidad, pero todos sus defectos la complementaban tan bien, que la hacían ver como aquella maravilla que jamás podrías obtener y eso, me embobaba demasiado— trataré de llegar lo antes posible a casa ¿Vale?
Ella asintió, haciendome sentir un peso sobre mis hombros que no sabía cómo describir, pero de algo si estaba seguro, iba a hacer hasta lo imposible para salir de esa reunión rápidamente.
Cuando llegué a la sede principal de la empresa subí el ascensor hasta el ante penúltimo piso —ese era el piso de reuniones y conferencias— el pasillo lleno de espejos a los costados me recibió en el piso 22, haciendo que arreglara cada hebra de mi cabello en los diferentes espejos, en cuanto llegué al salón de conferencias todo el mundo se quedó callado.
Caminé, hasta estar en la silla del centro de aquella mesa de cristal redonda, la silla era de cuero, acolchada y bastante cómoda, pero en cuanto me senté en ella, me sentí total y completamente tensionado.
—Señor Fleur —el primero en hablar fue un señpr de anteojos café y un saco azul, me tendió unos documentos—, estas son algunas propuestas que tenemos para nuevas fragancias, algunas son combinaciones químicas que requieren de permisos y demás, pero nada que no podamos resolver —ojeé por encima los papeles, todos con fórmulas, combinaciones de esencias y fragancias, que hacían otras fragancias. Yo no entendía nada, pero de lo que sí sabía era de olores, así que ni corto ni perezozo pregunté— ¿Dónde están las muestras?
Todos se quedaron callados, observandome como si fuera un bicho raro, yo alcé las cejas, manifestándo que estaba esperando una respuesta.
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Editado: 07.09.2020