Mi corazón latía desenfrenadamente mientras observaba aquello, su cabello azul siendo desatado por aquella mujer me hizo recordar las miles de veces que lo acaricié estando en la cama de nuestra casa, claro, si era que para ese momento todavía podía decir nuestra.
Recordé esos dos años, en los que reímos y peleamos, en los que nos apoyamos y aconsejamos, todas las memorias se vaciaron en mi cabeza una y otra y otra vez. Cuando tenía malos días en el trabajo y debía encargarme de animarlo, de hacerlo sentir mejor, en aquellos momentos me dedicaba a cocinarle lo que más le gustaba y a hacer de su día gris un poco más llamativo.
En ese justo momento, quería llorar, quería llorar demasiado, tanto así que deseaba, en serio deseaba salir de allí, pero era masoquista y necesitaba ver eso, necesitaba ese balde de realidad manifestada en témpanos de hielo.
Ella se alzó y empezó a quitarse otras prendas, mi vista a ese punto ya estaba demasiado nublada, sin embargo, las manos de Xavier seguían en el mismo punto y parecía un muñeco bajo ella.
Estrujé mis ojos con fuerza, para ver con claridad, y noté que no se movía. Y él podía ser flojo de vez en vez, desorganizado y con un aseo personal muy pobre que yo había ido reformando, pero cuando se trataba de momentos lujuriosos tenía una característica singular, no podía dejar sus manos tranquilas y eso yo lo sabía bien.
De un momento a otro, caí en cuenta de que Xavier ni siquiera la había reconocido en el restaurant y de que, no parecía nada interesado en ella, más allá de eso parecía abstraído por el negocio y lo que este le depararía a su empresa.
Cuando agudicé mejor mi vista, pude distinguir que sus ojos estaban entrecerrados y que, efectivanente, parecía totalmente inconsciente.
Tragué en seco, sintiéndo como aquél sentimiento de despecho y de dolor le daba paso a una ira inmensa que me haría derrumbar el mundo entero si no libraba al peliazul de aquella aprovechadora.
¿Por qué la gente no entendía cuando se le decía no?
Y estaba más que segura que no solo quería follárselo esa noche, porque debía de ser bien enferma para hacerlo con él inconsciente, mi sexto sentido me avisaba que había algo más, que allí existía un trasfondo.
No iba a permitir aquello, eso era seguro, lo primero que salio de mis labios fue un siseo uno que resonó en toda la estancia que estaba callada y en pausa, el tiempo parecía detenerse, pero en cuanto di grandes zancadas y dejé que toda mi impotencia saliera a través de mi, parecía acelerado.
Tomé a aquella mujer del cabello, era muy suave y bonito, pero la simple verdad era que aquello no me interesaba.
—¡Ay pero...! —su exclamación parecía un aullido ahogado de dolor, en los primeros momentos no supo reconocerme, pero en cuanto me observó sus ojos fueron una amenaza— ¿Qué te pasa desquiciada?
—¿Qué estás intentando hacer? —nunca antes había escuchado en mi voz tanto rencor, tanta rabia, miré de reojo al cuerpo de Xavier allí, maleable, como una hoja de papel y me sentí aún peor por haber dudado de él y porque si hubiera sido aún más estúpida lo hubiera dejado en las garras de esa arpía.
—Pero ¿Quién te crees tú? —halé su cabello muchísimo más mientras llevaba una de mis manos hacia su cuello, rozando mis uñas allí— ¡Ah, suéltame bruta!
—¡Dime qué mierda le pensabas hacer! —grité, apretando mi agarre en su cuello.
—¿No es evidente? —su pregunta fue burlona, y sus ojos fueron a parar cínicos a su cuerpo casi desnudo y luego le lanzó una mirada a Xavier, llena de una intensidad y una lujuria obsesiva, fruncí el ceño completamente molesta, apreté mi agarre es su cuello— quería follarmelo.
—¿Contra su voluntad? —inquirí, cortante a causa de su descaro.
—Como fuera, lo extraño entre mis piernas —soltó, así tan tranquila como si no fuera nada—, además él me dejo pasar.
—¿A qué viniste realmente?
Mi pregunta quedó en el aire y ella realmente no quería hablar, frunció los labios, y sabía que algo ocultaba, mi cuerpo me lo avisaba, ella no solo estaba allí para follárselo. Si hubiera ido solo por eso, no hubiera tenido que doparlo para eso, dirigí mi mirada hacia el peliazul sin ceder a mi agarre en su cuello y estaba lánguido y pálido, no sabía qué le había dado, pero sin duda, debía llevarlo a un médico.
La miré de nuevo, ¿Cómo una mujer podía ser tan cruel? Llegar hasta esos extremos, debía de tener algún tipo de beneficio, pero específicamente ¿Cuál?
Enrrollé mi mano en su cabello, aún más, y la arrastré hasta la ducha, encendí la regadera y giré todo el grifo del agua caliente, dejando que el agua hirviendo saliera, expandiendo un vapor denso en las blancas baldosas del lugar, el frío del piso empezó a sudar, haciendo que mis pies descalzos estuvieran inestables.
La mujer de la que no me acordaba su nombre, solo jadeó con dificultad.
—Ahora —dudé antes de hablar, carraspeé porque debía escucharme decidida y segura, para que ella pudiera creer que dominaba la situación—, ¿Ves lo caliente que está el agua, no? —ella me asesinó con la mirada, entrecerrando sus ojos mientras asentía volteando a ver el cuarto de baño totalmente blanco a causa del vapor— si no me dices qué viniste a hacer aquí, pues tu bonita cara, esa que tanto cuidas y llenas de capa tras capa de maquillaje barato, terminará enterita contra esa agua...
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Editado: 07.09.2020