Fleur

XXXI. Pequeños pero sabios pasos.

Al día siguiente y después de un tratamiento de cinco largas horas en el hospital, Xavier se sentía muchísimo mejor, ya podía caminar por sí solo y no tenía que servirle de sustento —al menos por ese momento—.

Nos encontrábamos en el aeropuerto, justo frente al avión privado del peliazul cuando Wolfstein se apareció —tenía bolsas color marrón bajo sus ojos maliciosos y en su rostros se notaba el descontento—, caminó con parsimonia hacia nosotros, yo fui la que primero lo vió porque el pitufo en ese justo momento estaba conversando algunos asuntos importantes con el piloto y terminando de introducir el equipaje donde iba.

No habíamos tenido la oportunidad de conocer nada más que el hotel por los sucesos acontecidos y eso me decepcionaba bastante, me hubiera encantado al menos ir a otro lugar que no fuera aquél elegante restaurant.

Wolfstein llegó a pisarnos los talones sin siquiera saludarme, me escaneó con su obsesa y nada grata mirada sádica, su manera de mirarme como si quisiera devorarme no paraba de causarme escalofríos y vértigo.

Se quedó en silencio hasta que Xavier llegó a mi lado, tomándome de la cintura en un gesto de cariño.

—¿Y se atreve a venir a acá? —inquirió mi compañero, con tal repulsión en sus palabras que hasta me dieron ganas de vomitar— ¿Para qué? —su última interrogante la escupió, con asco, como si aquél hombre ni siquiera se mereciera que le dirigera la palabra.

—Bueno... —el hombre parecía cansado, de hecho, parecía destruido, sin embargo, su tono jocoso no se desvanecía de sus cuerdas vocales— solo vine a despedirme como es debido —su retintín lleno de satirismo me produjo arcadas, su mirada me recorrió y luego a Xavier, extendió su mano hacia él, esperando que el peliazul la estrechara.

—Lo siento, yo no comulgo con personas a las que la ética y la moral no les llega ni a las suelas de los zapatos —replicó Xavier, de mal humor, casi quitando su mano de en medio. Wolfstein se carcajeó, en sus iris pude observar como pequeñas llamas resplandecientes, era una mirada asesina.

—Ay, niño —suspiró con gracia, mientras de su bolsillo sacaba un delicado pañuelo de tela— yo no vivo para arrodillarme ante nadie, las personas viven para arrodillarse ante mí —una de las comisuras de sus labios se alzó, haciendo una sonrisa de medio lado bastante cínica y perturbadora—. Necesitas de esta empresa, necesitas esta popularidad en mí país.

Yo, para ese momento ya estaba lo suficientemente intimidada como para querer largarme de ese lugar, tomar vuelo y llegar a mi ciudad, con mi pequeño en la seguridad de mi hogar. Pero, por supuesto, Xavier era terco como una mula y él no daba su brazo a torcer, así que solo se encogió de hombros como si el asunto realmente no le pesara y mientras blanqueaba los ojos se burló del hombre en su cara.

—Yo no soy el que tengo la intensidad de querer construir una franquicia aquí —soltó, igual de cínico que Wolfstein—. Y yo, no acepto pago en especias, como dirían por allí —espetó, dejando al hombre pensativo—, así que si quieres negocio, anciano —recalcó el calificativo, haciendo que Wolfstein tensara la mandíbula, se me erizó la piel cuando me dedicó una mirada fría— te va a tocar ser honesto y ético, al menos una vez en tu vida.

Y así, sin más, me haló del brazo para que lo siguiera dentro del avión, dejando al imponente y totalmente aterrador hombre allí, con la palabra en la boca.

Cuando el avión ya había despegado, pude respirar profundamente, abrí mis ojos más de lo normal y le propiné un golpe al peliazul que se encontraba a mi lado.

—¡¿Es que a ti te gusta jugar con fuego?! —interrogué, con el corazón saliéndoseme por la boca, sentía cómo estaba desbocado en mi pecho y me hacía respirar con dificultad.

—¿Por qué me golpeas? —me respondió con una pregunta mientras soltaba una risilla.

—¡No me da risa! —exclamé, dándole diversos golpes con la palma de mi mano en el pecho— ¿Y si nos hubiera hecho algo?

—Artemisa... —su voz parecía una advertencia, así que lo miré directamente a los ojos para saber qué quería— eso era lo que él quería, intimidarnos —concluyó— y lo que es fatal para cualquier tipo de negocio es el miedo. No podía enfrentarlo con miedo, tenía que meterme en su juego, saber cómo jugar las fichas, para así poder tener un futuro más viable y confiable.

—Pero... Pero —no pude evitar tartamudear—, lo dejaste con la palabra en la boca.

—Solo fue un punto a mi favor —chasqueó su lengua dentro de su boca—, pero hoy acaba de iniciar la guerra de poderes —fruncí el ceno sin entender nada, el me observó y suspiró con calma—. Las personas solo muestran la parte de la riqueza que quieren que sea vista, cuando se tienen negocios importantes tienes que aprender a ser un bastardo, tienes que aprender a moverte bien para conseguir resultados y si toca arriesgarse... Pues tocó —sus palabras me tenían hipnotizada y sus ojos color café traslúcidos me tenían obnubilada, jamás habría pensado que todo eso estuviera en la cabeza de ese alocado peliazul con el que vivía— es así de sencillo. En el campo de guerra solo hay un vencedor, y no gana el más fuerte, ni el más adinerado, siempre termina ganando el que da pequeños pero sabios pasos.

No pude resistirme, sus palabras una tras una me absorbían, necesitaba beber de él, para mí lo más importante de una persona eran sus conocimientos y jamás, hasta ese justo momento, Xavier se había demostrado tan conocedor del tema y tan interesado, aquella pasión y aquél deleite con el que hablaba encendió una chispa en mí.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.