Era día Jueves, los jueves por lo general me causaban desazón, porque no eran ni inicuo de semana, ni el final de la semana, es decir, ni aquí, ni allá.
Cosa que realmente era un poco incómoda, para ser siceros, o al menos para mí era así, pero siempre tuve ese rasgo particular de obsesiva del control, o cosas similares.
Así que no me preocupaba tanto.
Xavier se había ido aquél día temprano de la casa, literalmente había madrugado y se había ido al trabajo, supuestamente él, me había dado el día libre, pero sabía que él solo deseaba que yo descansara plácidamente con nuesteo pequeño...
Bueno, mí pequeño Damián, porque para ese entonces no podía decir nuestro ¿O si?
Y allí me encontraba, acostada en la cama abrazada a Damián, que estaba dormido profundamente y respiraba con calma, sus largos suspiros me daban aliento y de solo ver su cabello rojizo y sus pómulos sonrosados me daban ganas de comermelo completito.
Dios mío, deseaba que no creciera, que se quedara así, chiquito para mí, por el resto de su vida, siendo ese niño inteligente y tierno —muy a lo profundo— que era.
Me lancé sobre él y lo desperté con una tanda de besos castos, haciendo que se quejara y bufara como si no hubiera un mañana.
—Despierta ya, bello durmiente —siseé con el cariño saliéndoseme por los poros, él se removió y estirándose como un gato me alejó con sus pequeñas manos dandome un leve empujón.
—Ya, mami —le toqué todo el cuerpo con parsimonia y revisé de nuevo la cara interior de su brazo, ya no había ningún morado allí, así que podía respirar con tranquilidad. Aunque seguía causandome muy mala espina.
Me levanté de la cama junto a él, y fuímos al baño, él se trepó pormi pierna hasta que lo cargué y me pidió sin palabras que le colocara la crema a su cepillo de dientes.
Nos cepillamos juntos y juntos caminamos hacia la cocina, encendí la radio y me dediqué a prepararle el desayuno a mi pequeñín travieso.
Unos cuantos minutos luego ya tenía el atole listo para ambos, le serví en un tazón de plástico y yo me serví en uno de madera bastante bonito, tenía grabado mi nombre en diversas partes, junto con muchísimos dibujos tallados.
—Vamos, Damián —incité, mientras caminaba hacia la habitaciœn de nuevo— ¿Qué te parece si vemos Buscando a Nemo mientras desayunamos?
Damián no tuvo ninguna expresión, alzó la cara para mirarme con sus iris brillantes de emoción, y una pequeña sonrisa se alzó junto con sus labios. Era ardúo vivir con él y más allá de eso, ser su madre, porque muy pocas veces decía cómo se sentía o lo que quería.
Era un niño de pocas palabras y sociable a su manera.
Me senté en la cama sin ayudarlo a subirse, se había algo que realmente le irritaba era no poder lograr las cosas por sí mismo, así que como pudo, colocó el tazón en la mesita de noche y después hizo milagro para subirse por sí solo, sin la ayuda de nadie.
Coloqué la película, que anteriormente tenía en el DVD de la habitación y le di play sin mucho rodeo.
—Mamá...
—Dime mi cielo —contesté, mientras cambiaba el idioma a español.
—No hagas eso —fruncí el ceño, porque no entendía a qué se refería con aquello—, deja eso en normal.
—¿Cómo en normal, mi vida?
—Si, si... Esto —sus ojos viraban de un lado a otro, parecía estar buscando la mamera correcta de formular la pregunta o de hacer el comentario— ellos en la peli hablan algo que no entiendo.... Solo que no recuerdo cómo se llama —intentó hallar la palabra, pero no la encontró, lo que realmemte me parecía adorable de su parte.
—¿Te refieres al idioma? —inquirí, ya viendo por dónde venían los tiros. Él asintió repetidas veces— ¿Lo dejo como está?
—No lo cambies, por favor, quiero aprender —la manera en la que me lo pidió, como un pequeño caballero, como si esa acción tuviera mucha relevancia me rompió por completo, le besé las mejillas y volví a colocar la película en su idioma original.
—Pero así no vas a entender nada —comenté algo contrariada, por la actitud del más pequeño de la casa. Damián se encogió de hombros, restándole importancia, ese gesto lo había tomado sin ningún tipo de permiso del peliazul, cosa que me molestaba.
—Ya me sé la historia igual.
Me reí, porque era cierto, tan cierto que ni siquiera yo recordaba cuántas veces mi pequeño había visto esa película, la repetía y la repetía sin cansancio, e inclusive, le pedía a sus cuidadoras en la guardería que se la colocaran estando allá.
Me acomodé en la cama con él entre mis piernas, recostado de mi abdomen y alcé mi tazón, colocandolo junto al de él, chocando ambos envases como si estuviesemos brindando.
—¿Qué haces? —su pregunta me causó gracia, pero más allá de eso, su pequeño ceño fruncido curioso me hizo soltar una carcajada.
—Brindando —contesté jocosa, chocando de nuevo nuestros tazones, su ceño seguí fruncido y puso su pequeña mano en su tazón.
—¿Por?
—Porque estamos juntos.
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Editado: 07.09.2020