Fleur

XXXIV.¿Será que le caigo mal?

Una semana después teníamos a varios gorilas persiguiéndonos, con gorilas me refería a guardaespaldas.

Xavier, aunque no lo expresara por completo, estaba nervioso y bastante preocupado. Quería mantenernos resguardados bajo sus brazos y por ello se había desmedido en cuanto a la seguridad, había decidido por sus propias riendas tomar una semana libre, porque afirmó, no nos dejaría solos en esos momentos de debilidad.

No confiaba ni en los guardaespaldas, cosa que de hecho, me parecía bastante adorable.

Estábamos los tres en la cama, riendo y haciendonos cosquillas cuando de pronto el celular le empezó a vibrar, yo dejé que él fuera a lo suyo mientras seguía simulando que me comía el abdomen de Damián y el soltaba carcajadas.

—¡Mami! —exclamó, intentando coger aire de donde no podía.

—Mami nada —repliqué juguetona, mientras punteaba levemente sus costillas y escuchaba sus risillas—, a ver muéstrame esa hermosa sonrisa. Muestramela.

Sonrío adrede, mostrándome toda su dentadura y yo me reí por lo confusa que era su expresión, sus ojos grises parecían divertidos, pero la sonrisota que tenía plasmada de oreja a oreja en el rostro, in duda alguna, era total y completamente falsa.

Fruncí el ceño mientras me le tiraba encima de nuevo, para hacerlo carcajear con mis dedos tocando sus puntos de cosquillas, Xavier carraspeó y mi hijo y yo nos detuvimos de inmediato, él entrecerró los ojos para vernos, pero luego suspiró mientras se tomaba el cabello, exhausto.

Con sus ojos café traslúcido nos miro a ambos, para después correr a la cama y lanzarse sobre nosotros a hacernos cosquillas.

—¡Ah! —grité, sabiendo que sería imposible sacárnoslo de encima, sin embargo, Damián entre risas fue más inteligente y se escabulló bajo las piernas de Xavier.

—¡Libreeee! —gritó eufórico, para luego empezar a hacerme cosquillas en los pies. Siendo traicionada por mi propio hijo, aquello era inaudito.

—¡No se vale! —exclamé sin aliento, ya no me quedaba oxígeno en los pulmones y me costaba recuperarlo mientras me reía como una loca— esto es dos contra uno, tramposos. ¡Damián se supone que eres mi hijo! —recriminé entre carcajadas, porque no podía parar de reír.

—Te ves hermosa riendo —cuando escuché aquello, las cosquillas cesaron y un fuerte calor se apoderó de mi rostro, todas mis barreras se habían debilitado contra él y las murallas que me había costado tanto tiempo alzar, en ese justo momento tenían una puerta con un nombre tallado a la perfección, sutil y delicado Xavier— Aunque, más hermosa te ves ruborizada.

Empezaba a hacer mucho calor, en serio, muchísimo calor, así que para saciarme un poco le besé el rostro, con castos y veloces besos que lo dejaron anonadado, el peliazul me observaba sorprendido, pero yo seguía con mi labor, hasta que mis labios rozaron su boca y le dí un último beso allí, en esa boquita preciosa y carnosa, que me hacía sobrevolar las nubes.

—¡Ven para acá diablillo! —fue el peliazul el que primero salió del trance, yo me quedé en la colcha boca arriba pensando en las muchas sensaciones que se me arremolinaban en el estómago cuando ese peliazul estaba cerca de mí. Cuando Damián se unió a nosotros Xavier se rascó la nuca nervioso, mierandome de reojo.

—¿Qué pasa? —interrogué curiosa, el carraspeó y se frotó las manos, para calentarselas de un frío inexistente, desvío su mirada de la mía de nuevo y tuve que suspirar profundamente porque no me gusta no saber las cosas— ¡Dime, carajo, no seas tan misterioso!

—Mi hermana me acaba de llamar —fruncí los labios intrigada, conocía de oídas de ella y había querido conocerla cientos de veces, de hecho, el que yo no conociera a la familia de Xavier no era por causa mía, era porque literalmente el no quería—, está de cumpleaños y quiere que vaya a la finca familiar para su celebración, es todo un día, es decir que es de hoy a mañana.

La piel se me erizó por completo, porque eso significaba que me quedaría sola de nuevo en la casa con Damián. Y comprendía, comprendía que mi hijo y yo no éramos el centro del universo y que Xavier también tenía su propia familia, así que no era quién para decirle que se quedara conmigo.

Fruncí los labios, porque realmente no quería quedarme sola, no allí, no en ese momento en el que solo a su lado me sentía segura, pero si me tocaba quedarme con los gorilas esos, debía aceptarlo.

—Vale, entiendo —chasqueé la lengua y tomé las mejillas de mi pequeño niño, lo alcé y lo coloqué en mi regazo.

—¿Qué pasa? —luego de unos minutos Xavier soltó la pregunta, alcé el rostro y lo mire a esos ojos cafés traslúcidos que me observaban confusos, alzó las cejas como preguntándome algo y yo solo suspiré— No te veo alistándo las maletas de Damián, ni la tuya. Vístete que salimos en media hora.

Mi boca se desencajó por completo, y sorprendida alcé las cejas, me mordí el labio huyendo de su mirada abrasadora que me veía intensamente.

—Bueno, pero como me dijiste que tu hermana quería que fueras —siseé y admito que lo hice entre dientes con un tono caprichoso, porque eso era lo que él había dicho—. Pensé que tres eran multitud.

—¿En serio? —la interrogante salió de sus labios como si de un silbido se tratáse y blanqueó los ojos, totalmente exhausto— ¿En serio pensaste que me iría sin ti? —me mordí la cara interna de la mejilla, porque su mirada me tenía hipnotizada y no podía siquiera escapar de ella. Asentí como una autómata, rápidamente y mientras yo asentía él negaba, haciendo que sus azulados cabellos revolotearan alrededor de su rostro— ¿Es que tú no lo has entendido? —se sentó a mi lado y tomó a Damiám en sus brazos tocando su diminuto abdomen haciendo que se riera.




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