Fleur

XXXVI. Mala espina.

 

El nerviosismo se había desaparecido de mi sistema en cuanto cruzamos las puertas de la empresa, si había algo en lo que era sumamente responsable era en mi trabajo, y el hecho de que trabajara con el peliazul, con el que convivía día a día, no quería decir que iba a ser irresponsable; dejamos a Damián en la guardería con rapidez, se lo encargamos a uno de los gorilas que Xavier había contratado y le dijimos a una de las encargadas de la guardería que estuviera muy atenta a mi pequeño.

Pues sí, la simple verdad era que tanto Xavier como yo estábamos bastante preocupados acerca del tema de Renzo, no lo decíamos, ni lo expresábamos, pero nos alertaba en sobremanera que no haya hecho acto de presencia luego de aquella vez; debíamos ser maliciosos y pensar antes que aquel hombre que en algún momento amé.

Entramos al ascensor y suspiré, total y completamente agobiada, porque para colmo de colmos, habíamos llegado tarde a una reunión, me detallé en el espejo del ascensor, con parsimonia, mientras cogía un labial Vinotinto y delineaba mis labios, haciendo que se vieran más pronunciados, arreglé mi cabello en un movimiento fugaz y me vi por completo.

—No sé, no me convence —solté, bufando, el atuendo que había llevado no me parecía digno de una reunión tan relevante, la única verdad, era que después de ser madre, el centro del mundo eran ellos y pocas veces con el ajetreo de cada día, daba tiempo para darme un cariñito— Siento que estoy horrible.

—Si estuvieras tan horrible como dices, no tuviera las intensas e inmensas ganas que tengo de quitarte ese labial que adorna tus labios —siseó, con un tono tan lleno de virilidad que me erizó la piel.

—Pues quítamelo —lo tenté, sacando mi lengua hacia él y riéndome con gracia, era extraño, desde que habíamos vuelto de Alemania, nuestra relación se había fundamentado más, por decirlo de alguna manera, y me percataba, porque en todo el tiempo que llevábamos conociéndonos jamás nos habíamos tratado con tanto apego, tanta picardía, es decir, la conexión estaba, pero no tan marcada.

Ahora no solo era un cortocircuito que hacia que mis terminaciones nerviosas se alertaran, en ese momento cada una de sus acciones, palabras y miradas, me daba un electroshock, como si un choque de diversos voltios se incrustara en mi columna vertebral, haciendo que cada mínima parte de mi se avivara.

Lo miré burlesca, mientras él me dedicaba una sonrisa lobuna, pues si así era el lobo, yo era su caperucita, rosada, negra, roja, del color que él quisiera. Definitivamente, Xavier Fleur hacía de mis cenizas una hoguera, una hoguera que se incendiaba solo por y para él. Era así de sencillo.

Llegamos a la oficina y dejamos todas nuestras pertenencias allí, para después subir a la siguiente planta, la que era la sala de conferencias, tragué en seco cuando ambos volvimos a estar solos en el ascensor, la leve música de fondo era hasta sugestiva cuando nos encontrábamos en un sitio tan diminuto, en privado, eso sin contar cómo cada partícula de mi ser pedía que me lanzara sobre él, que le dijera que lo amaba, que me entregara a él por completo.

¡No me juzguen!

Puede que mis hormonas de embarazada hubieran desaparecido, pero tener a tal espécimen delante de mí, —sí, sí, mi mente contradijo a mi cuerpo en algún momento, pero ya mis tres órganos estaban de acuerdo—,no importaban sus piercings, del cual solo le quedaba uno, el de la ceja, porque después de que nació Damián el peliazul comentó que debía de verse mucho más serio, tampoco importaba su cabello, y los tatuajes que tenía ocultos bajo ese traje la medida color caki, que le quedaba a la perfección.

Lo que realmente importaba, es que Xavier era un rechupete, que muy tarde me percaté que era, y me hacía sentir más cosas de las que me podía permitir.

¿Lo peor de todo aquello?

Que me encantaba sentir esas cosas prohibidas que, a mi yo dolida y ardida, no le apetecía sentir.

—No me mires así —chasqueó con la lengua, mientras me desnudaba con aquella mirada totalmente avasalladora—, quiero cumplir tu estereotipo al menos, la primera cita primero… eso es lo que dijimos ¿no? —su voz era mordaz, rebotaba en mis oídos una y otra vez, letra por letra, enfatizando cada una de sus palabras, yo asentí mientras que me percataba que mi garganta estaba total y completamente seca—. Bueno —gruñó, acariciando mi mejilla con delicadeza, para luego dar un paseo con su pulgar por mi cuello—, entonces no me mires así, linda zanahoria.

Mierda.

Mierda.

Mierda y más mierda.

¿Desde cuándo aquel mote estúpido sonaba tan bien?

¿Desde cuándo su voz era tan ronca?

¿Desde cuándo mi cuerpo era tan irracional?

Las preguntas no dejaban de surgir en mi cabeza, desconcertándome aun más.

En ese momento de tensión sublime, en el que estuve a punto de echar por tierra el hecho de que teníamos que reunirnos con no sé quién, las puertas del ascensor se abrieron por completo, dejándonos ver el piso de las salas de reunión; sintiéndome sofocada por la mirada de Xavier, caminé apenada hasta el cuarto de refrigerios que se encontraba en ese piso y en una taza grande, vertí un poco de té, necesitaba calmar mis nervios, porque si no, iba a traducir el idioma que fuese a otro idioma que no fuera español y, de eso estaba más que segura.




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