Mis piernas iban de arriba abajo sin ningún control y no importaba cuánto quería detenerlas, ellas hacían lo que se les apetecía. Mi ansiedad iba más allá de lo normal, esta junto con mi extrema necesidad de saber qué pasaba y dónde se encontraba mi hijo, me hacían ser insoportable.
Porque sí, debía admitirlo, además de angustiada, preocupada y todo términi que se le asemejara, estaba contundentemente irritable.
Llevábamos media hora en la sala de conferencias y en ese lapso de tiempo me había tomado alrededor de 15 tés y 10 cafés grandes y sí, a mi ni siquiera me agradaba el sabor del café.
Todo fuera para evitar el manojo de emociones que estaba en batalla dentro de mí, me mordí los labios tantas veces que llegué a pensar que me lo había roto en su totalidad, estos que antes eran suaves estaban resecos y sin brillo, al igual que mi mirada.
Y la simple verdad, es que aquello no me interesaba en absoluto.
Gracias al peliazul, logré mantener la cordura, al menos externamente. Y aunque estaba enloqueciendo por saber dónde estába mi hijo, debía pensar con la cabeza fría.
Ser calculadora, ir un paso más allá de mi adversario y obtener la victoria gracias a la táctica.
Sí, en ese momento no teníamos ninguna ventaja, pero estaba esperando a que ese pelinegro alemán osado llegara hasta la sala, para encararlo y ponerle los puntos sobre las íes, como es debido.
—Dios mío mujer... —suspiró Xabier exasperado, lo miré directamente a los ojos, su frente estaba perpada en sudor, por ello se limpoaba con un pequeño pañuelo cada momento, le presté atención verdaderamente, porque no entendía porqué me decía aquello— No me pongas esa cars de yo no fui, que vas a perforar el suelo en cualquier momento y ¡Joder! Estamos en un piso bastante alto.
Bufé, a veces el nerviosismo a Xavier se le notaba por sus comentarios totalmente arrebatados y fuera de lugar, chasqueé mi lengua observándolo molesta.
—Dejame tranquila —irritada, lo golpeé en el hombro, creo que demasiado fuerte para mi gusto—, yo tengo que estar más nerviosa que tú, total, soy la que va a hablar.
—Yo no le temo a hablar con ese tipo —refunfuñó, pareciendo ofendido—, le temo es a su respuesta, sinceramente.
Lancé al aire un suspiro lastimero, porque ambos estábamos así, ambos eramos dos polos que se unían haciendo colisión, fricción y desarrollando fenómenos naturales nunca antes vistos.
Y en ese justo momento, estábamos colapsando a la par, cada uno a su manera, cada uno a su forma, ocasionando un desastre natural.
Unos cuantos minutos más tarde, el pelinegro alemán estaba entrando por la puerta de la oficina, con el traje hecho a la medida desarreglado y una mirada pícara que me hizo pensar lo peor, parecía tan seguro de sí, tan prepotente que me daban ganas de darle una tremenda tunda, solo por creerse la última pepsi del desierto.
—Entonces... —sonaba cauteloso, mientras nos miraba a ambos, con una cara un tanto sádica— ¿Qué han decidido? —inquirió, observando las acciones de cada uno de nostros.
Suspiré, mientras me cruzaba de brazos y piernas en mi asiento, totalmente frustrada por lo que estaba sucediendo.
—Bueno... antes que todo primero quiero comentarte algo... —solté en alemán, sabiendo que Xavier de esa manera no entendería, el pelinegro asintió prestando suma atención a lo que yo le diría y se dedicó a examinarme con esa mirada azulada de él.
—Te escucho, rojita —realmente parecía interesado, así que simplemente me dediqué a decirle todo lo que en mi mente se había gestado.
—Tu padre... cuando estuvimos en Alemania y escuchó nuestra negativa, se encargó de pagarle a una mujerzuela para que drogara a Xavier —solté una verborrea, porque no quería durar mucho tiempo explicandole lo que era y lo que no era— Por suerte yo llegué justo a tiempo para que nada malo ocurriera...
Todo aquello lo comentaba porque aunque aquél bastardo parecía un mal nacido que se encargaba de hacer todo a su beneficiencia y por sí mismo, algo en el fondo de mí, muy en el fondo, me decía que ese pelinegro no era capaz de meterse con un pequeño.
—Era de esperarse de mi padre... —convino jocoso, mientras sacaba un chicle de uno de sus bolsillos y empezaba a masticarlo con parsimonia, se encogió de hombros mientras me observaba— el en lo único en lo que poensa es en el dinero que puede producir, su ambición va más allá de un simple papel... incluso de una simple franquicia.
—Sí, pero a lo que voy —carraspeé intentando hallar mis palabras, pero no era siquiera capaz de encontrarlas— No sé si lo sabías, pero tengo un hijo y está desaparecido.
Lo primero que me confirmó mis sospechas fue su expresión, totalmente ajena a la noticia e impresionada, alzó las cejas y se acomodó el cabello como si realmente le preocupara el asunto.
Tragué en seco, mientras lo veía pensativo.
—Lo lamento demasiado —expresó, y fue la primera vez que el tono de aquél hombre no era burlesco, o jocoso, hablaba con sinceridad y eso me desencajó por completo. Él pareció caer en cuenta de algo y frunció el ceño—, oh, ya sé, rojita ¿Piensas que mi padre es el culpable de este secuestro?
Yo, sin saber qué decir asentí, sin embargo, la culpa me estaba ganando por completo, así que solté la sopa.
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Editado: 07.09.2020