Fleur

XXXIX. Dulces sueños, Sofía.

El Panteón Fugaz, así se llamaba el disco bar de Xavier, cuando el peliazul se estacionó en la calle pude ver el humo que salía de ese lugar, parecía niebla misteriosa atravesando las grandes puertas de metal que daban entrada al exótico lugar.

Fruncí el ceño, poco segura de entrar allí, mire de reojo al peliazul.

—¿Es en serio necesario? —él asintió y yo von pocos ánimos me bajé del auto.

Entramos juntos al lugar, había muchísimas luces que para mis ojos delicados por tanto llorar, eran demasiado, eran de todos los colores, rojas, fucsias, rosadas, purpuras, entre otros colores que me hacían dar jaqueca.

La música resonaba en mis tímpanos, una y otra y otra vez, haciendo eco, Xavier se dirigió a la barra, la que de hecho, me llamó la atención porque era totalmente de vidrio, compuesta por espejos pulcros que no tenían ninguna mancha.

Me senté junto a él y lo dejé conversar con sus empleados, me llamaba mucho la atención la distribución del local, cómo era de tres plantas, pero solo se usaban dos. Me intrigaba la manera en la que se había limitado el espacio, pero me gustaba sin duda el concepto que tenía el lugar.

Si no hubiera estado pasando por una situación tan fuerte, era más que seguro que hubiera disfrutado estar en aquél lugar.

Los empleados tenían uniformes blancos, impolutos, no se veían siquiera amarillentos, eso hacía que el logo del lugar resaltara en esa prenda.

—¿Qué le puedo ofrecer a la señorita? —tragué en seco, girandome hacia donde estaba Xavier, pero él ya no estaba allí, lo busqué por todos lados, a izquierda y derecha, pero no lo encontré, así que resignada miré de nuevo al barman que me miraba curioso— ¿Entonces?

—Disculpe... —dudé, porque no tenía ánimos de estar en ese lugar y mucho menos estar en ese lugar y sola— ¿No ha visto usted a un peliazul por aquí?

El chico rubio de aspecto inocente negó con la cabeza repetidas veces.

—El jefe subió a una de las zonas VIP, estaba siendo solicitado por uno de los clientes más recurrentes —asentí, sabiendo que para ese lugar no podía ir sin él— le comentó y todo si quería acompañarlo y usted dijo que no...

—Perdón, no me percaté de ello...

—¿Quiere beber algo?

Esa pregunta me rebotó en las paredes de la cabeza diversas veces, sabía que no debía hacer aquello, estaba consciente de que no debía tomar alcohol, porque sino, de una manera u otra iba a terminar como un barril sin fondo, y no iba a poder controlarme.

Pero algo en lo más profundo de mi ser me confrontó, me sacó a la luz varios aspectos de mi vida que en ese momento no estaban bien, me afirmó mi culpa, mi culpa de que Damián desapareciera.

Me recalcó una y otra vez, que el que estuviera sin mi hijo era solo culpa mía y todo eso me hizo hundirme en mis pensamientos negativos, de nuevo, en ese sentimiento desesperante de desasociego ese del que yo sola no podía salir.

Y en ese momento, el peliazul no estaba allí, conmigo, para ser mi soporte y mi roca fuerte, así que solo me dejé levar por esos sentimientos abrumadores y esos pensamientos nocivos, que según mi criterio tenían razón.

Si me sentía mal, ¿Por qué no beber? 
Decían que el alcohol era lo mejor para ahogar las penas y al parecer a mi padre le funcionaba muy bien, de manera tal que podía considerar que su vida era feliz.

Así que, sin pensarlo más asentí, sin mirar atrás.

—Dame lo más fuerte que tengas —pedí, decidida a matar esa voz en mi cabeza, aún así tuviera que hacerlo a punta de tragos que encendieran mi garganta.

Tragué en seco cuando me dio el vaso, tenía años sin tomar como Dios mandaba, nunca lo había vuelto hacer como la última vez que perdí la consiciencia cuando tenía 15 años.

Me bebí todo el contenido de aquél vaso, sintiendo cómo mis papilas gustativas detectaban un sabor dulzón gustosas, y cómo mi garganta se enardecía y recibía de la mejor manera posible el líquido que se introducía por mi ser.

Quemó, ardió, pero cuando todas esas sensaciones pasaron solo quedó un sentimiento de satisfacción, que hizo que el cuerpo me hormigueara por completo.

Necesitaba beberme otros más de esos y por eso le pedí al mismo rubio que me sirviera otros más, que me tomé casi de inmediato, sin esperar nada y sin siquiera pensarlo.

La cabeza me dio un vuelco, y la música ya no me entristecía, de hecho, diversas corrientes eléctricas se paseaban por mi cuerpo, incitándome a bailar, a sentir, de deshinibirme en aquella pista y a soltar todo lo que en mi corazón se había estado guardando allí.

Había pasado no sé cuánto tiempo desde que habíamos llegado a ese lugar, pero no estaba tan lleno como en ese momento, me levanté porque me sentía prisionera en esa silla, en esa barra.

Cuando mis pies tocaron el piso me tambaleé y risueña caminé hacia la pista, empecé a mover mis caderas y todo mi cuerpo recordó lo que sentía aquello y solo por un momento, no existía nada, no existía el mundo, no existía el hombre que cuidó mal de mi pequeño y mi chiquillo, al menos en mi mente, estaba en un lugar seguro, del que luego lo recogería.

Me dejé dominar por la música y los cuerpos que rozaban frenéticos con el mío, mi corazón estaba desbocado y empezaba a sentir cómo mi piel perlada se enardecía por aquellas sensaciones.




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