Fleur

XLIII. Día ajetreado.

Sofía. 
 

Al día siguiente nos levantamos de mil amores, parecíamos sincronizados, literalmente, el peliazul fue el primero en levantarse y cuando me alejó de su lado, porque estaba encima de él, como si se tratara de un oso con una cría, caí de lado en la cama, sobre Damián, quién estaba justo a nuestro lado.

Él se quejó y rápido me aparté, Xavier se levantó exhibiendo su cuerpo atlético magullado, lo que me ocasionó bastante dolor, aún me arrepentía por haber hecho aquello, pero había sido la única manera de recuperar a mi hijo.

Xavier se estiró como si de un gato se tratara, y dejo su culo en mi cara con descaro, no lo hizo a propósito, pero era una buena vista.

Yo fui la segunda en levantarme y junto a mí, obligué a Damián a pararse de la cama, con inisistencia lo logré, sua pequeños labios en un mohín caprichoso me hiciero enternecerme, pero debíamos tener energías para todo lo que nos venía ese día.

Lo llevé cargado a cuestas hasta el baño mientras él se seguía quejando como el fastidioso que era, le di palmadas leves en su pequeña espalda y él seguía quejándose.

Xavier se mojó la cara y cuando vio que nosotros nos estábamos acercando, buscó en los gabinetes bajo el lavamanos un balco plegable que teníamos allí, para que el niño pudiera llegar al grifo y así pudiera lavarse bien los dientes.

Lo puse a regañadientes en el pequeño banco y lo ayudé a cepillares para luego hacer el procedimiento yo con mis dientes.

Parados allí, frente al gran espejo del baño, desaliñados y con cara de zombies nos veíamos hermosos juntos, Xavier se dedicó a bañarse con el niño mientras yo recogía mi cabello y me encargaba del desayuno.

Al llegar a la cocina me lavé bien las manos y me encargué de pocar algunas frutas para hacer un batido, pasé por agua unos cuántos espárragos y brócolis para hacer unas tortillas con ellos.

Mezclé todo, huevos, un poco de avena, leche de almendras y harina, junto con los espárragos troceados y los brócolis, cuando tuve una masa homógenea lo pasé todo al sartén.

Mientras que las tortillas se cocían hice un picadillo de vegetales, como una vinagreta y me encargué del batido y de trocear un poco de queso blando para acompañar al nutritivo desayuno que estaba haciendo.

Xavier llegó a la cocina jugueteando con un Damián desnudo que correteaba hacia mí lleno de agua, me reí porque se veían cómicos juntos, el peliazul intentaba alcanzarlo mientras con su mano mantenía aferrada la toalla que cubría sus partes íntimas.

La verdad se veía bastante bien con todas esas gotas de agua alrededor de su abdomen, su piel trigueña, tostada como si se tratara de un girasol tomado por el sol, era brillante y húmeda se veía muchísimo mejor.

Cuando le barrí todo el cuerpo y llegué a sus ojos, aparté la mirada avergonzada, porque sus ojos cafés traslúcidos me miraban lascivos, se había dado cuenta de que lo estaba mirando más de lo normal y como que no le desagradaba del todo.

Saqué todas las tortillas de la sartén y las puse en un plato apiladas, serví todo y luego de que el peliazul logró atrapar a nuestro hijo en brazos y vestirlo al menos para desayunar, nos sentamos en la mesada para comer con tranquilidad.

Damián se comió todo muy rápidamente, casi engullendo la comida sin masticarla en el proceso. Aquello me parecía raro, pero simplemente me encogí de hombros.

—¿Quieres más mi amor? —interrogué y él asintió, como si esa hubiera sido la comida más deliciosa que jamás había probado.

Le hice otras dos tortillas con queso y le pasé en un vaso con chupa el batido.

Xavier estaba comiendo con tranquilidad, me dedicaba unas cuantas miradas de reojo de vez en cuando y cuando me percataba de ello, evadía mi mirada.

Un carraspeo detuvo mi acción de llevarme un bocado de aquella delicia que había preparado.

—Admito que jamás pensé que algo como esto me gustaría —comentó el peliazul mientras miraba mis labios— pero bueno, no sabe tan mal como parece, la verdad.

Le golpeé juguetonamente en el hombro, porque era una mala persona al decir aquello, yo con mucho cariño había hecho aquél desayuno así que me parecía una falta de respeto que hubiera hecho aquél comentario.

—Todo lo que mami hace es rico, papi —mi hijo le sacó la lengua al peliazul y el hecho de que utilizara aquél califocativo me hizo querer llorar, pero no de tristeza, era más de felicidad.

Xavier asintió, estando de acuerdo con lo que Damián había dicho, se levantó y le dio un beso en su pequeña  cabecita para después tomar mi rostro y darme un beso avasallador que me hizo soltar el tenedor en mis manos de golpe.

—Sí, diablillo —sonrió al separarse de mis labios, me miró de una manera para nada inocente y me sonrió de oreja a oreja, haciendo que mi corazón se comprimiera y se expandiera al mismo tiempo—, todo lo que hace mami, lo hace delicioso.

Mi cuerpo se erizó por completo, porque había una doble intenció allí bajo esas palabras, y mi piel lo asimiló, al igual que cada mínima parte de mi ser.

Tragué en seco mientras reía con nerviosismo, quité un mechón de mi cabello de mi rostro y seguí comiendo, porque sinceramente no estaba preparada para un encuentro más íntimo.




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