Fleur

XLIV. Una cita real.

2 años después.

Sofía.

 

 

 

 

Ya había pasado bastante tiempo desde aquellos eventos traumáticos que nos habían dejado un tanto paranoicos, Tamara  fue condenada a 10 años de cárcel, porque además se le acusó del homicidio de dos hombres de los cuales yo no tenía ni el más mínimo conocimiento.

He de decir, que la noticia me impactó lo suficiente como para dejarme en shock durante varios días, al guardaespaldas lo despojaron de todos los cargos, los que había tenido en la milicia y los que tenía para aquél entonces, para la policía no fue suficiente con dejar su reputación por el subsuelo, sino que también lo cargaron con 3 años de cárcel, de las cuales pasó unos cuantos meses en un calabozo en el cual le hicieron no sé cuántas atrocidades.

Suspiré, porque esos recuerdos eran lejanos, pero cuando venían a colación en mi mente parecían más que cercanos y me hacían revivir parcialmente aquellos días de desesperación.

Y estaba consciente de que habían casos en los cuales a diversas familias se le extraviaban familiares, y no los veían más nunca, sea porque hayan matado a sus familiares o por otro tipo de asunto.

Tragué en seco mientras terminaba de acomodar la ropa en el closet, Damián había dado un estirón esos dos años increíble en el que, literalmente, Xavier y yo habíamos tenido que comprarle ropa casi que todas las semanas sin falta, porque los pantalones le empezaban a quedar cortos y las camisas pegadas o muy chicas.

Dentro de dos días ese diablillo que era mi hijo cumpliría años, 5 años y contando, lo que me hacía bastante feliz.

Salí del cuarto para la cocina, estaba haciendo un pudín de fresa y una gelatina, ambas cosas al mismo tiempo, porque era más que necesario para tener todo preparado para esa noche.

Damián estaba en la sala, jugando con unos cuantos legos y escuchando a través de unos audífonos abc's de otros idiomas, quizá mi amor por los idiomas era lo que más había sacado de mi, aunque bueno, su cabello era parecido al mío.

Aunque mi rojo era más zanahoria y el de él era un rojo cenizo, que se asemejaba más a un castaño rojizo, pero era igual de hermoso.

Ese niño era demasiado inteligente, no solo había aprendido a hacer muchas cosas antes de tiempo, como caminar, hablar y además, como si fuera poco, también estaba aprendiendo a leer fluido y a escribir con tan solo 4 añitos.

Todos los vídeos que veía, le gustaba que fueran subtitulados para poder aprender y mientras más aprendía, pues muchísimo mejor, o eso es lo que opinaba él.

—Damián —lo llamé una vez, y luego una siguiente en la que su cabello cobrizo rebotó al girar su pequeña cabeza, le hice una seña para que llegara hasta mí—, ven acá, para que me digas como me quedó esto.

Se levantó encogiendose de hombros y llego hasta mí, le di un bocado del pudín de fresa, el agrandó los ojos en cuanto lo probó.

—Me encanta, mami —su mirada pasó de mí, al recipiente donde se encontraba el pudín, aún no lo había desmoldado, pero me encantaba darle el primer bocado de todo a aquél niño, aunque él fuera un amargado.

—Tssk —reprendí, cuando su cabeza se alzó para ver donde estaba el pudín, le dí un suave manotón en la mano y le alboroté los cabellos—, eso no es para hoy, es para tu fiesta de cumpleaños.

Si algo podía decir de Damián, era que era un manipulador de primera, eso lo había sacado de su padre biológico, porque ni Xavier ni yo eramos así, y bueno, como todo manipulador, mi hijo, la razón de todos mis dolores de cabeza, todos mis paros cardíacos, todas mis sonrisas y una gran parte de mi felicidad, hizo un mohín con sus labios.

Cosa, que solo hacía cuando estaba triste, porque Damián no era de esos niños mimados, de hecho, era bastante independiente para todo, lo que de una u otra manera me atemorizaba.

El puchero en su labio inferior empezó a temblar y se acercó más a mí, como quién no quiere la cosa.

—Pero mami —alzó su cabeza para verme bien, y extendió sus brazos dramáticamente hacia el recipiente del pudín—, eso es malo, podría considerarse tortura y está penado por la ley torturar a tus hijos con dulce que no pueden comer.

Me reí, porque el hecho de haber empezado a leer pronto, le había sumado muchísimo a su dialecto, lo que sí, significaban mil y un verborreas diarias. Ese niño no se cansaba de hablar, y tampoco se cansaba de comer.

Aunque bueno, en lo que se refería a la escuela le iba muy bien, así que no podía decir nada al respecto.

—Ya te dije que no Damián —intenté ser severa, pero sus ojos grisáceos me miraron como si aquello fuera una situación de vida o muerte— ¿Qué pasa cuando yo digo que no?

Mi pregunta lo dejo dubitativo, y después de un tiempo respondió con una sonrisa de oreja a oreja.

—¿Intento que diga que si? —su tono de voz fue adorable, lo había modulado para parecer lindo, pero negué con la cabeza— ¿Le digo a papá para que te haga decir que sí? —alcé las cejas y abrí mi boca indignada mientras ponía mis brazos en jarras, ese niño un día me iba a volver loca, finalmente Damián suspiró resignado— Cuando mamá dice que no, todos en casa dicen que no.




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