Fleur

XLVI. Ella, mi presa.

Fleur.

 

 

 

 

Me encontraba con Marina en mi oficina con dos carpetas encina de mi escritorio, tenía horas intentando concentrarme en el trabajo, en todos aquellos papeles que debía firmar y demás, pero no podía.

No podía concentrarme, porque aunque a mi hombría aquello le deshonrara, estaba más que nervioso.

Artemisa me había dicho el día anterior que la sorprendiera llevándola a comer, yo había actuado normal, de hecho, muy normal, porque pensaba que sería un almuerzo en familia como siempre.

Demonios, qué extraño era pensar en familia y que la primera imágen que se me venía a la cabeza era esa pelirroja con el pequeño diablillo atípico que era Damián, mi hijo.

Yo pensaba que esa comida sería con Damián, y ya había reservado y todo en un restaurant bastante familiar, nada que ver con lujos ni nada por el estilo.

Sin embargo, la sorpresa que me dí cuando Marina llegó a mi oficina, haciendo alboroto y diciendome que estaba feliz como una lombroz porque Damián se quedaría con ellas hasta mañana... pues no fue absolutamente nada normal.

Inmediatamente me puse pálido y maldije internamente, porque la condenada pelirroja me había ganado esa batalla.

Para ese momento, todos mis planes se habían derrumbado más allá del suelo, hasta el subsuelo. Casi casi que habían llegado al infierno.

—Santa mierda —solté, aún con las manos en la cabeza, mientras mi hermanita se desencajaba de la risa encima del escritorio

—No puede ser —intentó coger oxígeno de donde no tenía para después seguirse riendo de mi—, eso quiere decir ¿Que habías intentado evitar este día?

Su interrogante era jocosa y muy cómica, yo no le veía la gracia a nada de aquello y mis nervios cada vez aumentaban más, porque el simple hecho de imaginarnos solos, los dos, sin nadie más, ni los juegos de Damián interfiriendo, pues...

No me generaba una imágen muy inocente en la cabeza, era más una lasciva y excesivanente tentadora.

—Por supuesto que sí —gruñí, para que dejara de reírse de que mis planes no salieran como yo pensaba.

—Pero ¿Quién te entiende hombre? —se rió, para después pegarse a mi como un chicle— Hermanito, no te molestes conmigo, solo soy sincera.

—Es que, tengo miedo ¿Okay? —solté, porque no había otra persona mejor que mi hermana para contarle mis temores—, he estado poniendole trabas a todo... porque tú más que nadie sabe que yo no soy hombre de una sola mujer —empecé a jugar con uno de los bolígrafos en mi escritorio para después mirar como sus ojos claros manifestaban ternura—. Y no me veas así, coño... desde que ella llegó a mi vida, la puso patas arriba, no mujeres, no locuras, todo sobriedad —fruncí el ceño frustrado, mientras pensaba irracionalmente en lo que haría.

Mi hermana suspiró con aire lastimero mientras me observaba desde su posición con los labios fruncidos.

—Y entonces... ¿Por qué permitiste que se quedara en tu vida? —su pregunta era seria, más seria de lo que yo hubiera querido que fuera.

Me giré hacia las ventanas de mi oficina y vi el extenso cielo azul que se podía percibir desde ese piso, los rayos del sol decoraban todos los árboles que estaban en la zona inferior de la empresa. Durante unos minutos eso era lo que llenaba mi mente, nada más.

—¿Y? —preguntó Marina en cuanto me giré en la silla hacia ella.

—Porque era una sobriedad entretenida —suspiré y su cara fue un poema, parecía no entender nada—, el que ella estuviera en mi vida, me convertía en otra persona. Y desde que ella entró a mi día a día, he ido transformándome en la mejor versión de mi, porque ella aflora todo lo bueno que nunca tuve, todo lo que quise esconder —respiré hondo, porque quizá aquello ni siquiera se lo había dicho a Artemisa—. Ella me da el valor para seguir y me da la oportunidad de comportarme, como lo haría contigo o mamá. Sin apariencias, sin tapaderas. Solo yo.

Marina, que era una dramática en potencia, tenía los ojos rojos y llorosos, una sonrisa temblorosa estaba plasmada en su rostro y yo no hice otra cosa que blanquear los ojos.

—Ojalá, alguien hablara así de mí —sollozó mientras con la mano se echaba aire, agrandé los ojos, porque mis sentimientos no eran algo de otro mundo... ¿O si?— tranquilo hermanito veremos cómo resolvemos. ¿Sí? Yo te ayudo.

—Es que yo sé que puedo solucionar, y más cuando tendré la ayuda de una renacuaja loca como tú —solté enervado haciendo gestos con las manos—, solo que no estoy preparado para esto.

Ella suspiró mientras blanqueaba los ojos y me halaba, para levantarme de la silla.

—Bueno, hermanito —bufó cuando por fin logró levantarme de la silla— Cuando toca, toca, dijo la puta y se lo echó a la boca.

Y con esas palabras tan groseras, me instó para salir de mi oficina, a rastras tras ella. 


 

 

 

 

Horas después estaba de vuelta en mi oficina, junto con Marina había recorrido toda la ciudad para ver cuál era la mejor opción de restaurante, había cancelado la reserva en el otro, y me dediqué a buscar un hueco en un lugar que fuera lo bastante especial para ese día.




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