Fleur

XLVII. Azúcar.

Sofía.

Aquél día, me desperté de una de las mejores maneras que jamás había tenido el placer de experimentar.

Estaba como Dios me había dejado en el mundo, sobre el cuerpo de un peliazul que se encontraba totalmente dormido, sus cabellos estaban desprólijos y la manera en la que sus labios se encontraban entre abiertos, me tentó a darle un beso.

El despertar así con él y con los muslos entumecidos, me hizo suspirar de pura satisfacción, porque no me sentía tan aliviada desde hace ya varios años y tampoco me había sentido tan complementada a alguien jamás.

Observé la hora en mi celular y eran las 11 de la mañana, bostecé porque no habíamos descansado nada en la madrugada, quizá se trataba de la abstinencia que ambos habíamos mantenido u otra cosa, pero nos dio por follar y conversar toda la madrugada.

Entre roces y jadeos desvelamos nuestros secretos, nuestros miedos y nuestros deseos.

Me senté en la colcha y tuve una vista más abierta del bombón que tenía en mi cama, o mejor dicho, en nuestra cama, su abdomen plano resplandecía con el intenso sol que estaba haciendo, sus manos extendidas y libres.

Me apegué de nuevo a él y besé su mandíbula y su cuello, besé sus tatuajes y me monté encima de él, saltando en su entrepierna y haciendo que se quejara.

—Mmm —se lamió los labios colocando sus manos en su rostro para que la luz no le pegara en el rostro, frunció el ceño molesto y entreabrió los ojos, dejandome ver aquellos ojos café traslúcidos—, amor —jadeó cuando me incliné sobre él y daba tiernos besos—, ¿No te basto con las rondas de la madrugada?

¿Sonaría muy descarada si decía que no?

Sonreí cerca de su piel, y dejé un casto beso sobre su pecho, para después acostarme totalmente sobre él, no tenía ninguna vergüenza y aquél momento me parecía bastante íntimo.

—La verdad, sí que me bastó —comenté jocosa—, pero no me molestaría un matutino —susurré en su cuello, él se rió mientras me tomaba de las nalgas y me apretaba hacia él.

—No sabes cuánto deseé verte así —su voz estaba enronquecida y mientras que me miraba con esos ojos pícaros, me sentí la mujer más hermosa y provocadora del mundo—, con el cabello desordenado, alborotado y brillante, sobre mí, sonriendo justo como lo haces ahorita.

En ese momento no supe qué decir, porque en realidad, me jodía cuando se ponía así, me sacaba de base, me hacía sentir en las nubes y aunque me encantara aquello, me hacía ruborizarme demasiado.

Así que suspiré y como toda mujer madura que sabía lo que hacía y que conocía de seducción, me alcé sobre él.

—Y ahora que me tienes así —hice un recorrido con mis manos por mi cuerpo—, no te importa, porque ya lograste tu cometido ¿no?

Él soltó una carcajada que me hizo temblar y me llenó el cuerpo de emociones positivas que no supe bien cómo discriminar.

—Creéme que si fuera por mí, te tumbara de nuevo a la cama —se mordió el labio y lamió los míos en acto qie viniendo de otro me hubiera parecido desagradable—, pero aunque no lo creas, aún fantaseo con lo que paso en la madrugada.

Hice un puchero, entendiendo lo que intentaba decir, aunque no podía perder esa oportunidad para hacerme la victima.

Así que me llevé una mano a la frente, fingiendo pesar y suspiré.

—No puede ser —solté suave y con tono lastimero—, es que yo lo sabía, yo sabía que no podía estar contigo, no así, no de esta manera.

Hice un puchero de nuevo y aunque me sentía ridicula, sabía que aquello estaba surtiendo efecto cuando lo vi, agrandando los ojos con una expresión de confusión total.

—Por favor, no otra vez... —se quejó en un tono cansino y yo tuve ganas de reirme en su cara— ¿Por qué no puedes estar conmigo?

—¡Porque ya me tuviste y no quieres coger conmigo más! —exclamé fingiendo indignación, muy en el fondo me quería burlar de su desconcierto. Me zafé de sus brazos levantandome de la cama y cruzándome de brazos, con una supuesta seriedad que no existía en ese momento.

—Pero qué mierdas...

—O es eso, o es que no puedes —acusé burlona interrumpiendo su expresión, y él alzó las cejas cayendo en cuenta de lo que estaba haciendo— es que yo sabía que no debía meterme con un viejo decrepito, pero demonios es que ese cuerpazo no se lo podía comer otra que no fuera yo...

Xavier se sentó en la cama de inmediato, frunciendo el ceño y con una mirada salvaje llena de fuego que me dejó petrificada.

—¿Así que viejo? —su tono de voz era amenazante e hizo que los vellos de todo mi cuerpo se erizaran, probando la adrenalina que él me transmitía.

—Sí... ahhhh —me dejó a medio contestar, porque se levantó de la cama con una velocidad fugaz y tuve que actuar rápido y salir corriendo para que no me alcanzara— ¿Lo ves? Eres un viejo, ni correr puedes.

Me burlé instándolo a que me siguiera, anduvimos correteando por la casa hasta que me atrapó y me estampó contra una de las paredes que se encontraban en la sala de estar.

—Deja de llamarme así —jadeó y cada palabra entrecortada me caló los huesos de una manera para nada normal.




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