Fleur

L. Niña malcriada.

Ya eran las 3 de la tarde, Marina extrañamente, después de ir a la enfermería junto con Luke, había vuelto a la oficina casi que aliviada, con la piel sonrosada y una sonrisa casi explosiva en la cara.

Me parecía extraño aquello, pero había durado tanto tiempo y tantas horas leyendo documentos junto a Xavier, que realmente, estaba cansadísima y no tenía ni ganas de hacer hipótesis que no me llevarían a ningún lado, así que obvié aquella vista y me senté en el regazo de Xavier, que aún estaba terminando de firmar algunos documentos, para después darle un casto beso en los labios y acariciar su barba.

—Recuerda que debemos de ir a buscar a Damián en media hora, Pitufo —la expresión de alarma en el rostro del peliazul fue casi inmediata, sí, sabía que aún le quedaban algunos documentos por firmar, como 50 y probablemente, si lo íbamos a buscar, terminaría con aquello en años luz.

—¡Yo puedo! —exclamó emocionada Marina, que se había encontrado un buen tiempo tirada en el sofá, con una sonrisa extasiada y una respiración lenta, tanto así que creía que estaba dormida—. No me cuesta nada ir a recoger a mi sobrinito a la escuela.

Yo fruncí el ceño un poco desconfiada, no porque no tuviera una fe ciega en ella, sino porque realmente no sabía si estaba en su pleno estado de consciencia, para estar segura de que mi hijo estaría bien.

Pero... bueno, era Marina, cuando se le metía algo entre ceja y ceja era casi que inevitable, así que después de que saltara, jodiera y se volviera loca en la oficina, accedí a que fuera a buscar a mi pequeño Damián a la escuela.

Minutos más tarde, Xavier y yo estábamos en el auto, vía a la casa, para darnos una ducha y cambiarnos la vestimenta, iríamos al Panteón Fugaz, así que era más que necesario quitar la formalidad de nuestros atuendos y colocarnos algo más cómodo.

Cuando entramos a la casa, me quité los tacones de aguja que tenía puestos, tenía los pies dormidos y cansados a causa de toda una mañana con aquél calvario, así que suspiré profundamente y me encargué de ir quitando mi ropa de mi cuerpo.

Me soné el cuello, porque me sentía sumamente cansada, el cuerpo me pesaba y me parecía que no había descansado en días.

Antes de que me terminara de quitar la ropa, Xavier me cogió de la cintura y me apegó a él, sentí su calidez y su respiración en mi cuello, me removí entre jadeos, porque se suponía que debíamos llegar al bar antes de las 5 y la hora no nos favorecía.

—Pitufo... —advertí, como una amenaza leve que salio de mis labios temblorosa, su mano delineó mis curvas, pasó por mi cadera para después llegar a mi pecho.

En ese momento me di cuenta de que estaba acumulando aire en mis pulmones y solté todo lo que había retenido allí, sacando un largo suspiro de mi garganta.

Xavier sonrío mientras me mordía levemente el hombro y el cuello.

—Mierda... que llegamos tarde —me quejé, aunque sonó como si le rogara que me soltáse, porque su cercanía era mucha y mi cuerpo no podía con tanto.

Parecía una desesperada, lo sé. 
Pero ambos lo éramos. 
Nos desesperaba el saber que podíamos devorar nuestras pieles y nuestras mieles, sin tener excusas, limitantes ni barreras, y aquello, me prendía, me excitaba y me dejaba más prendada de aquél hombre.

Porque lo daba todo de sí, en todos los ámbitos, no se resignaba con ofrecer poco y esa era una de las cosas que más amaba de Fleur.

Su constante necesidad de dar el 100%, sin dekar vacantes, ni espacios libres. Él lo llenaba todo.

—Tsss —siseó en el lóbulo de mi oreja—, yo soy el dueño, al fin y al cabo —su voz estaba enronquecida, y vada uno de mis sentidos se activaron y alarmaron, los vellos de mi piel se alzaron de inmediato—, Vamos a divertirnos un rato mientras nos duchamos... ¿Te parece, Artemisa?

Su voz, su jodida voz era tan sugestiva, tan sugerente y llena de tentaciones prohibidas, que yo solo pude responder con un asentimiento y un jadeo bajo.

Una hora después, me estaba terminando de arreglar, con un jean roto y un sweater violeta, mi cabello en una coleta, porque la verdad el ambiente en ese bar era bastante caluroso. Me puse unas botas de cuerina negra y ya estaba lista.

—Debo de hacer una parada antes de ir al Panteón Fugaz —me comentó Xavier, cuando estaba terminando de abrocharse la camisa casual de color escarlata, se colocó un jean negro y unos zapatos del mismo color.

Parecía un angel caído o algo parecido.

—¿A dónde? —inquirí, colocandome un poco de perfume e instándolo para que saliéramos de la casa, ya se había hecho muy tarde.

—Hola, melliza...

Ese saludo me recibió al salir de la casa, y solo una persona me decía así, uno de los amigos del buenachón se Christopher, Kaskaf.

Sonreí al verlo y chocamos puño, él no era un hombre muy cariñoso que se dijera, más bien, podría describirlo como déspota y amargado.

Más o menos así como Xavier era de vez en vez, cuando le daba el venazo.

—Hola, mellizo —dirigí mi mirada hacia su auto y alcé las cejas al ver a una chica allí—, ¿Y esa quién es? ¿Tú nuevo ligue?

Nos decíamos mellizos, porque ambos teníamos el mismo color de cabello y aunque fuéramos como el agua y el aceite, realmente nos queríamos el uno al otro.




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