Fleur

LII. Yo me llamo Damián.

—Sofía, no me parece que sea una buena idea —Xavier tenía las orejas y mejillas rojas de la furia, era lindo verlo así, porque contrastaban con su hermoso cabello, pero en ese momento yo estaba tensa, porque se había molestado conmigo, por no darle a Lorenzo una negativa.

Y es que después de que me dijera todo aquello, y que me encarara, aunque fuera por celular de aquella manera, me dejó en un estado de letargo que ni yo misma quería aceptar y lo único que le pude decir es que iba a consultar con Damián si quería conocerlo y tener lazos con él.

Pero después de que le comenté todo aquello a Xavier, se enervó por completo, sacó el desayuno de la cocina y sirvió todo, reservándolo, no obstante, estaba molesto. Bastante molesto, jamás en lo que llevábamos conociendonos lo había visto de esa manera.

—No puedo negarle ese derecho... —dudaba de cada palabra que decía y los ojos de él se habían oscurecido, mis manos temblaban y realmente no sabía qué hacer.

Yo también dudaba de aquello, pero era un derecho de Renzo y era el derecho de Damián saber quién era su padre de sangre, porque él sabía que Xavier no era su padre, solo que decidió, el eligió tomarlo como su padre y reconocerlo como tal.

—¡No necesitamos eso! —exclamó estresado, las venas en el cuello se le marcaron en relevancia y yo di unos cuantos pasos atrás cuando dio un golpe con su puño en la mesada— él no se merece a Damián, no se lo merece, ni siquiera podría enseñarle nada bueno con su manera de actuar.

Sus palabras me taladraban la cabeza, una tras otra, las decía con miedo, con un pánico que me transmitía palabra tras palabra y yo me quedé petrificada, porque solo al reconocer el pavor en sus ojos traslúcidos pude reconocer el mío propio; había estado en shock por tantos minutos que no sabía que mi cuerpo sudaba manifestando el miedo que estaba en mi sistema.

—Pero...

—¡No! —gritó interrumpiendome, las manos le temblaron mientras hacía ademanes y su mandíbula estaba tensa, se tomó el cabello azul con los puños cerrados y se lo haló, como si no supiera qué hacer— ¡No lo excuses! No me digas que es justo... cuando justo no es una maldita palabra que defina a ese excremento de hombre... —escupió rencoroso mientras se quedaba mirando una de las impolutas y blancas paredes de la sala— ¿No recuerdas que casi te viola? ¿Se te borró la memoria acaso?

Me lanzaba aquellas preguntas cínicas mientras se me acercaba lentamente, su mirada me estaba penetrando y lo único que me transmitía era decepción. En ese momento, los recuerdos chocaron contra mí, como un vendaval, y me hicieron temblar, no quería rememorar aquél día que me vi manchada por las manos de un hombre que no deseaba en nada.

—¡Claro que lo recuerdo! —chillé, con los ojos nublados, mientras unas inmensas ganas de golpearlo se arremolinaban en mi estómago. No era posible, que el hombre que amaba, me dijera aquello.

¿Quería herirme? ¿Desgarrarme de nuevo aquella cicatriz? Porque eso era lo que estaba logrando.

—Entonces no entiendo, Sofía —siseó mordaz en un bufido que me erizó los vellos de la piel y me congeló la sangre— ¡No entiendo porqué mierda no dijiste no! —soltó, pero esa vez me miró con una tristeza abrumadora que sentí se me inyectó en las venas— es una monosílaba... ¡Maldición! —exclamó, alejandose de mi— de hecho, es tu favorita... ¡Mierda! ¡Es solo un niño! ¡Es mi niño!

En ese momento, mis ojos empezaron a derramar las lágrimas que habían acumulado, y yo tragué en seco, porque no quería lanzarme encima de él y golpearlo, porque mi corazón no quería lastimarlo, pero mi mente estaba tentada a hacerlo.

¿Quién se creía él?

Yo tuve a Damián por casi 8 meses en mi vientre, sentí sus patadas, aguanté los vómitos que me ocasionaba, todo eso y más y él viene y me dice todo aquello, como si yo no sintiera, como si a mi no me doliera, como si yo no fuera a ceder un gran pedazo de mí.

Aquello, hizo que mis lágrimas salieran.

—¡Yo también tengo miedo! —grité, él saltó en su lugar por mi respuesta, ya que, me había mantenido varios segundos callada, me cogí el pecho con la mano, porque me dolía. El corazón me latía desbocado— no es solo tú niño, es mí niño, mí hijo... y no lo digo como si me perteneciera, solo... lo siento una parte de mí —con cada palabra, mi voz iba disminuyendo su rango, y Xavier tuvo que acercarse a mi para escucharme mejor—... lo vi nacer, crecer... pero él tiene derecho... tengo que darle al menos eso... —suspiré, limpiándome las lágrimas— además, si me niego podríamos ir a juicio, él tiene pruebas de que Damián es su hijo...

—Pues quemamos esas pruebas... —soltó de la nada, yo sabía que lo decía en serio, sabía que en sus ojos estaba plasmada una sinceridad acongojante y por eso lo empujé.

—¡Tú! Tú siempre pensando en ti mismo solamente —lloré, desconsolada, mientras le gritaba— Damián tiene derecho de saber de dónde vino... eso no nos va a quitar su cariño...

—¡Es un niño! —me interrumpió con un grito estrepitoso, sus ojos estaban enrojecidos, tanto como los míos y su voz, emanaba una desesperación que podría llevar a cualquiera a la locura— ¿Qué pasa? ... —dejó la pregunta en el aire, como si no pudiera decir más, respiraba con dificultad y notaba que estaba sumamente tenso— ¿Qué pasa si lo prefiere a él? ¿Qué pasa si ya no soy nadie para él? —inquirió, dolido, como si aquella idea le hubiera causado una gran herida— ¿Cómo funcionará lo nuestro, ah?




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