Estaba arreglando algunos alimentos en una bolsa y unas cuantas bebidas alcohólicas en una pequeña cava, desde hacía algún tiempo habíamos planeado un viaje hacia Playa Cristal, una de las playas más concurridas y famosas del país, sin embargo, con toda la cantidad de trabajo que teníamos en la empresa, se nos había hecho imposible.
No fue hasta que Xavier pudo desahogarse un poco, que pudimos pautar fecha, porque... evidentemente, no me iría yo con Damián y unos cuantos amigos sin él. No porque fuera mal visto, sino porque la verdad, ese peliazul también se merecía su descanso.
Y habíamos tenido tanta presión en aquellos días que cuando Xavier llegó a la casa, con un par de pizzas, una nutella y un kilo de fresas frescas —de esas que están tan rojas, que puedes sentir lo jugosas que son sin siquiera morderlas—, les juro que pensé que algo malo había sucedido. Él era un hombre detallista, pero no al punto de hacer aquello con mucha frecuencia.
—¡Vamos a la playa en una semana! —había exclamado contento y feliz, yo di un respingo de la emoción, saltando en mi lugar y Damián empezó a correr por toda la casa.
Desde ese día, mi hijo no había parado de recordarle que debíamos ir a la playa sí porque sí. A Damián le gustaba mucho la playa y jugar constantemente con el mar, era más de ambientes cálidos y refrescantes, detestaba el frío, aunque era lo que más iba con su temperamento.
Mientras yo arreglaba todo lo que se refería a la comida, Xavier estaba en las habitaciones buscando la ropa que nos pondríamos y la que llevaríamos, empacando absolutamente todo, para así tener todo listo dos días antes.
Porque sí, éramos muy meticulosos con eso, específicamente cuando se trataba de viajes planeados con antelación nos gustaba tener todo premeditado —quizá, aquello era en lo único que nos parecíamos Xavier y yo, porque de resto éramos como el agua y el aceite—.
—Amor ¿Qué traje de baño le empaco a Damián? —el grito de Xavier, me hizo saltar en mi lugar, estaba tan sumergida en lo que estaba haciendo que se me había olvidado inclusive que estaba acompañada.
—¡No sé! —le grité en respuesta, haciendo esa vez que mi hijo fuera el que saltara en su lugar, asustándose por mi grito y levantándose de inmediato.
—¿Estás bien, mami? —asentí, encogiéndome un poco para acariciarle el rostro.
—Hazme un favor —mi pequeño bebé ladeó el rostro, como preguntándome a qué me refería—, anda a buscar a papi y búscale el traje de baño que quieras usar en Playa Cristal ¿Vale?
Él asintió de manera frenética y se fue corriendo de la cocina, hacia las habitaciones.
Una media hora más tarde, cuando ya había terminado de arreglar todo junto a la cocina y había envasado varias comidas refrigeradas para Damián, al que, de hecho, no le gustaba en nada el pescado, me dirigí hacia la habitación para ver en qué ayudaba a Xavier.
Lo que me encontré, me dejó casi que patidifusa, estaban dos equipajes medianos, que suponía yo que eran los de nosotros, y el pequeño equipaje de Damián color morado, tirado en una esquina de nuestra habitación, mientras mi marido y mi hijo se encargaban de esparcir toda la ropa del menor por doquier.
¿Era en serio aquello? ¿Me estaban jodiendo? El cuarto estaba vuelto un desastre, y lo que debía de estar arreglado para ese momento, estaba totalmente desordenado.
—Pero... ¿Qué pasó aquí? —interrogué, mientras ponía mis brazos en jarras, lado a lado de mi cadera y miraba como los dos hombres de mi vida estaban peleando en la cama, como si no hubiera un mañana, dándose con ropa de mi hijo y con las almohadas.
—¡Papaaaaaa, dejaaaa! —soltó Damián, entre risueño e irritado, para después gruñir furibundo y lanzarle un montón de su ropa a la cara.
—No lo hiciste... —Xavier parecía ofendido, mientras se le lanzaba encima con una sonrisa plasmada en su rostro.
Daba gracia, porque la ofendida debía ser yo, que les había llamado para saber qué carajos pasaba ahí.
—¿Hola? —suspiré con pesadez, porque si fuera sido por ellos hubiera muerto ignorada— ¡Xavier y Damián! —chillé, esa vez si interrumpiendo su saltadera en nuestra cama, que yo después debía acomodar, me vieron como cachorros desamparados, aunque Damián fue el primero em reírse con cinismo— ¿Me pueden explicar qué pasa aquí?
Damián siguió riéndose, para después señalar a su papá y Xavier poniendo su mejor cara de yo no fui, lo señaló a él; negué con la cabeza, mientras me recostaba del umbral de la puerta.
—¿No disque ibas a hacer los equipajes? —le pregunté al mayor, mientras me reía por la manera en la que él me estaba mirando.
—En mi defensa —se levantó y caminó como todo gato cazador hacia mí, peligroso y tentador, para después cogerme de la cintura y con su nariz darme un beso esquimal—, el diablillo que tenemos como hijo, me hizo deshacer su equipaje, porque no le gustaba ninguna prenda de las que le había empacado —empezó a darme besos castos en la mejilla y fruncí el ceño, me tenía irritada el hecho de que me quisiera manipular con ello.
Aunque más me molestaba ceder ante la tentación de sus carnosos labios.
—Basta, ¿Que no ves que hay un niño presente? —miré de reojo a Damián, que todavía se estaba riendo.
—¿Que no ves tú que ni siquiera se está dando cuenta? —su aliento chocaba con mi rostro y sus manos traviesas fueron directo al broche de mi brasier y lo desabrocharon con maestría.
—¡Xavier! —exclamé, mientras le daba un golpe en el pecho y lo apartaba de mí, él me miraba sorprendido desde ese punto y yo simplemente bufé, para después darle un casto beso en los labios y quedármele mirando— Arregla esto ya, quiero volver de hacer la cena y que el cuarto esté ordenado, mira que no tengo ganas de hacer nada hoy, les haré de comer porque los amo.
Él puso una seña militar con su mano en su sien y le dijo a Damián para empezar a acomodar, todo lo que ambos habían vuelto un ocho, pero mi hijo, ni corto ni perezoso, se escapó a su habitación, encerrándose allí a ver películas de los 80 censuradas.
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Editado: 07.09.2020