Fleur
Habían pasado tres días desde que habíamos ido a la playa, al llegar todos estábamos total y completamente extenuados, Christopher y Souvette aún estaban molestos, así que ni mi pelirroja, ni yo nos quisimos meter más a fondo en aquella situación.
Esa mañana ambos nos habíamos despertado de buen humor, y no solo era por el hecho de que habíamos tenido una noche maravillosa, llena de un sexo increíble, gracias al delicioso y muy enriquecedor castigo de esa flama indolente que era Sofía, sino también porque pudimos despertarnos a la hora que nosotros quisimos, sin apuros, a nuestro ritmo.
A las nueve de la mañana estábamos levantados, por costumbre y rutina, Sofía y yo nos cepillábamos juntos y mientras ella iba a la cocina a adelantar el desayuno, yo me encargaba de verificar que Damián estuviera bien, así que me encaminé a su pequeña habitación y entreabrí la puerta para no despertarlo; estaba con sus cabellos cobrizos desorganizados, tirado de extremo a extremo en la cama, boca abajo, con las piernas y las manos extendidas —se veía muy cómico, él siempre era como un pequeño huracán cuando dormía—, me adentré a su cuarto y le bajé un poco al aire acondicionado, que estaba que congelaba, para después cubrir su pequeño cuerpo con una manta.
Le di un beso en la frente, para después reírme y saltar encima de su cama, como si fuera un lunático, sin remedio.
—Buen día, diablillo —solté, después de que escuché su exclamación de queja y su expresión de dolor al pensar que lo había lastimado— ¿Cómo amaneciste?
—Papá… —su pequeño cejo estaba fruncido y me veía con reproche, un diminuto mohín adornaba su preciosa cara, haciéndome pensar que jamás en mi vida vería algo más increíble que el rostro de mi hijo en la vida— ¿Por qué? Déjame dormir… —fue como una súplica, pero ya eran las 9 am y si no se levantaba se le desorganizaría el horario alimenticio, así que negué con la cabeza.
Sus ojos adormecidos me vieron con pesar y yo empecé a subir sus brazos y sus piernas, moviéndolo constantemente para que no se volviera a dormir, lo cargué mientras blanqueaba los ojos, porque estaba seguro que si lo dejaba en la cama, se volvería a dormir.
Como si fuera un saquito de papas, lo alcé y me lo coloqué en el hombro, para así llevarlo a la cocina —aunque a mitad de camino, tuve que cargarlo normal, porque se estaba durmiendo en mis brazos—, cuando llegamos a la cocina, ya Sofía tenía el desayuno listo y cuando me di cuenta de eso, fue que me percaté que había durado mucho tiempo jodiendo con mi hijo.
—Buenos días, bebé —saludó a Damián, quien solo le respondió con un quejido dándole un beso en la mejilla— ¿Qué pasó? ¿Papá te despertó muy temprano?
Él, ni corto, ni perezoso, asintió como si tuviera el corazón arrugado y haciéndose la víctima, hizo un mohín que desde a leguas se notaba que era fingido para derretirle el corazón a su madre. Me reí, porque él más que nadie sabía, que su madre era muy sensible a sus pequeños ojos grises, pero, de igual manera, no se dejaba ablandar por algo tan simple como una expresión.
Cuando nos sentamos a comer —justo cuando estaba a punto de comer mi primer bocado de tostada—, mi celular repiqueteó con un muy conocido tono de Artic Monkeys, sin embargo, no me levanté, porque la hora de la comida se respetaba y no me gustaba romper aquella regla, pero el condenado sonaba y sonaba y no paraba de sonar.
Así que no me quedó de otra, que levantarme de mi tranquilo desayuno a las 10 de la mañana, para contestar aquél maldito aparato que no dejaba de tocarme los cojones, contesté de mala gana, para después exclamar una maldición.
—Hermanito, hermanito… pero qué vocabulario el tuyo —saludó la renacuaja de mi hermana, para después reírse de manera silenciosa, suspiré cansado.
—¿Qué quieres Marina?
—Lo primero, que me abras la puta puerta —casi fue una orden y yo entrecerré los ojos, porque odiaba que me tratara de esa manera, además que tampoco era que era muy de mi agrado que dijera malas palabras. Para mi Marina siempre sería mi niña, la pequeña risueña y loca que hacía de mis días grises color arcoíris— y segundo, ¿me puedes dar desayuno? Es que juro por Diosito, si es que existe, que hasta aquí huele delicioso a pan tostadito… ¿Tienes mermelada? —suspiró, y pude imaginar como aquella loca de mi hermana se visualizaba desayunando pan tostado con mermelada, miel y mantequilla, que eso le encantaba.
—Ya pasa —blanqueé los ojos, mientras le abría la puerta y ella brincaba hacia a mi como una mona desesperada por bananas—, ¿Qué te he dicho de interrumpir mis comidas, renacuaja?
—La comida es sagrada —me remedó sin vergüenza—, se debe de respetar, no me llames, no me fastidies, ni siquiera me dirijas la palabra —terminó haciendo ademanes con sus manos, mientras parloteaba, yo pasé de ella, me volteé y dejé que ella cerrara la puerta de la casa.
En cuanto llegué a la cocina, me senté a comer, mientras la veíamos pululando alrededor, haciendo tostadas y buscando todo para hacerse uno de sus platos favoritos.
—¡Buen provecho! —soltó emocionada, para empezar a comer como una desquiciada, se estaba comiendo 4 tostadas con mermelada, miel y mantequilla, lo que era demasiado para ella, así que agudicé mi mirada.
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Editado: 07.09.2020