Fleur

LVI. Hirviendo en fiebre.

Fleur

 

 

 

El día sería horrible y lo supe desde el momento en el que sentí a Damián a mi lado temblando e hirviendo en fiebre, me desperté desdeñoso de mala gana, porque sinceramente no quería levantarme de la cama, pero sabía que necesitaba arrancarme la manta y ver qué le pasaba a mi hijo.

—¿Amor? —inquirí en voz alta, cuando después de revisar el cuarto me percaté de que Sofía no estaba en ninguna parte, dejé de lado el pensamiento impasible de buscarla con desespero y me dediqué a despertar al pequeño diablillo desanimado que tenía las mejillas encendidas— diablillo… despiértate mi niño.

Damián, empezó a quejarse mientras se recostaba de mi mano que lo tocaba y abrió sus pequeños ojos grisáceos para responderme con un suspiro desganado.

—Tengo frío —nada más con ver el puchero que había hecho era real, supe que se sentía mal, muy mal, le tendí mis brazos para que como un monito se subiera a mí, evidentemente, no era la primera vez que le daba fiebre, incluso, ya había pasado por largas gripes y casi le dio neumonía alguna vez, pero yo, como hombre, no sabía cómo tratar aquellas cosas; por eso siempre contaba con mi pelirroja.

Fui en búsqueda de Sofía hacia la sala muy preocupado —porque Damián estaba ardiendo, de tal manera, que estaba haciendo que todo mi brazo sudara—, la fui llamando por toda la casa, pero nadie me respondía y el sentir la respiración suave de mi hijo temblorosa, me hizo entrar en una crisis de ansiedad.

No fue hasta que llegué a la cocina, que pude ver el desayuno preparado en la mesada y una nota en un post it, pegada con un imán al refrigerador en la que ponía:

 

Mi amor, en el mesón están los desayunos de Damián y el tuyo, tuve que salir temprano a casa de mis padres, porque al parecer tienen algo sumamente importante que decirme, haz que Damián se tome su jugo.

Con amor, Sofía.

 

 

Mierda. Mierda y más mierda, vi la hora en el reloj que se encontraba en la pared, eran las 8 de la mañana, pero… ¿A qué hora se habrá ido esa mujer? ¿Tan urgente era?

Senté a Damián en una de las sillas y toqué su frente, me gustaba verlo sonrosado, sin embargo, en ese momento parecía tan cansado que más bien tenía ganas de abrazarlo y no soltarlo, suspiré con pesar mientras le daba en la boca su sándwich de jamón serrano, que, aunque era uno de sus desayunos favoritos, se lo estaba comiendo sin ganas.

Yo me atraganté con mi comida y lo insté a tomarse el jugo de guanábana, todo en silencio, porque parecía no querer intercambiar palabra conmigo, nos cepillamos los dientes y en un roce con su pequeña manita puede reconocer que aquella situación estaba empeorando. Ya no solo lo sentía caliente, me estaba quemando con un simple roce. Tragué en seco, porque me estaba empezando a asustar y no sabía siquiera lo que podía hacer al respecto para ayudar a que mi hijo se aliviara.

—Papi —me llamó, con la voz apagada, a lo que yo bajé la mirada y lo vi lleno de preocupación—, me duelen los huesitos, no sé porqué.

Vi la hora en mi celular, y aún ansioso suspiré, eran las 8:30 de la mañana y yo estaba demasiado estresado, a la vida no le bastaba que me tuviera que ver con mi padre aquella mañana, sino que también tuvo que agregarle un plus enfermándome al niño, me dio miedo bañarlo, porque a mi parecer cualquier camino era el equivocado cuando un hijo de uno estaba enfermo.

¡Y yo era hombre! Podía sonar machista y todo lo que quisieran, pero nosotros no estábamos hechos para cuidar las enfermedades de nadie, me enferma yo y a veces ni me medicaba, esa era una de las razones por las que estaba temblando de los nervios, es que, hasta llegué a pensar que a mí también me estaba dando fiebre.

Cuando ya estaba listo para salir, tomé la mejor decisión que a mi cabeza se le pudo ocurrir en aquel momento, llamé a Sofía, el pitido de la línea repicando parecía eterno y cuando pensé que me mandaría a freír espárragos la contestadora, la voz alegre y emocionada de mi pelirroja me saludó con jocosidad, suspiré con pesadez, lleno de alivio cuando la escuché.

—¡Hola amor! ¿Qué pasa? —interrogó y por una milésima de segundo tuve pavor de decirle que nuestro hijo estaba enfermo, así que solo tragué en seco— ¿Damián y tu están bien?

—El niño está hirviendo en fiebre —solté, aun tocándolo sin saber qué hacer, me daba calor el tenerlo cerca, pero me decía que tenía frío, y mi única solución para eso era abrazarlo o cargarlo fuertemente.

—¿Qué? —su exclamación me sorprendió y me sentí un poco desorientado, más de lo que estaba— ¿Por qué?

—No sé, cuando nos despertamos ya la tenía —la preocupación en mi voz y en la suya era palpable, porque según tenia entendido era delicado que un niño pequeño tuviera fiebre.

—¿Cómo se siente?

—Tiene frío y le duelen las extremi…

—En la alacena —soltó interrumpiéndome de la nada, su respiración estaba acelerada y parecía tensa su voz—, donde guardamos la medicina, hay un jarabe de acetaminofén para niños —fui directamente a buscar allí y en cuanto vi el envase lo saqué— adentro tiene una jeringuilla, le vas a dar 50 cc ahorita, 50 cc dentro de media hora, si no se le ha bajado, dentro de una hora le das otros 50 cc y abrígalo bien para que sude la fiebre.




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