Inseguridad...
Sabía que esa era gran parte de mi cabreo en ese momento, porque aunque no quería admitirlo, aquella rubia estúpida parecía una descomunal modelo salida de no sé cuál revista y el hecho de que haya mencionado aquello de recuperar lo que le pertenecía me había enervado aún más.
Sobre todo, porque no iba a permitir que ahora que había encontrado a un hombre bueno, que me comprendía y que... muy a pesar de sus defectos, se acoplaba a mi personalidad y a mi carácter haciéndome una mejor persona de lo que antes podía ser.
Esos sentimientos que se me arremolinaban en la boca del estómago, anudándose a través de todo mi ser, que había descubierto en esos años, meses y semanas... no estaba dispuesta a renunciar a eso.
Ni pensar en renunciar a Xavier, sus labios, su cuerpo y aquella arrebatadora sensación que me ocasionaba cada vez que me miraba, cada vez que se acercaba a mí y cada vez que sus brazos se cernían a mi alrededor.
Yo, en sí, podía ser una mujer muy indecisa, una llena de contradicciones que quizá, en cierto punto se podía decir, que no sabía lo que quería.
Pero si de algo estaba segura —incluso, podría decir que más segura de lo que había estado en toda mi vida—, era que no dejaría que me arrebataran al hombre que amaba, no estaba dispuesta a que su padre nos separara y mucho menos estaría dispuesta a que una recién llegada lo hiciera.
Allí me encontraba yo, exasperada y con el ceño fruncido, mientras veía a todas las personas que se encontraban a mi alrededor, podía sentir cómo mis mejillas estaban incendiadas a causa de lo que estaba sucediendo y la sangre en mis venas parecía estar ebullendo y mis pensamientos se encontraban descontrolados e indómitos.
—¿Entonces? —solté de mala gana, cruzándome de brazos por enésima vez aquella noche— no escuho que nadie me esté explicando lo que pasa aquí.
Todos nos miramos después de un largo silencio y la rubia esa y yo nos miramos al instante, retándonos con la mirada, sabiendo que, solo una de las dos saldría bien parada aquél día.
Gruñí, conteniendo las ganas de lanzarme sobre ella y esa estúpida cara de prepotencia que tenía.
¡Es que ni por la puta de la secretaria de Xavier me había puesto tan jodidamente celosa!
—Ya que nadie habla —se encogió de hombros la rubita esa, haciendo que el papá de Xavier la viera atentamente— y que la intrusa quiere explicaciones...
¿Perdón?
¿Había dicho lo que yo pensé que dijo?
Tensé la mandíbula, dejándola terminar de hablar, porque sabía que soltarle una verborrea, no serviría de nada, no al menos en ese justo momento.
—Mi nombre es Meredith Sasoroim —se presentó sin ninguna pizca de cordialidad en sus cuerdas vocales, de hecho, su voz tenía un deje desdeñoso, como si no tuviera de otra que hablar—, vecina del señor Fleur, y amiga de la infancia de Xavier... su novia, desde los 15 años hasta los 25 años —soltó mordaz, mientras sonreía petulante con aquellos dientes blancos, rechiné mis dientes, porque sacando cuentas, la desgraciada tenía mucha ventaja sobre mí.
—¿Y? —inquirí, haciendo como si aquella información no me hubiera afectado como un golpe en las costillas, la chica me miró y viró los ojos, como si fuera una bruta— A ver, a ver, princesita endemoniada —en ese momento escuché una risa ahogada de Xavier y lo miré mal, porque a él principalmente también tenía muchas cosas que decirle— no me mires como si fuera lo más ignorante sobre el planeta tierra, que no es así... yo no te pregunté tu nombre —puntualicé, comentando que me importaba poco su origen— yo pregunté, ¿Qué mierda haces en mí casa? Y más allá de eso, ¿Cómo tienes la desfachatez de besar a mi marido en mí maldita casa? —inquirí lo segundo, acercándome a ella peligrosamente.
Ella bufó.
—No seas ridícula, niñita —dijo en tono burlesco— ¿Quién te crees para llamarlo tú marido? —soltó una carcajada, como si mis palabras no tuvieran ningún tipo de valor— ¿Has aceptado que te engañe y que se acueste con otras? ¿Has soportado los largos viajes sin ti? ¿Has sobrellevado el abandono que supone ser la pareja de un hombre tan ocupado?
Sus interrogantes, parecían ser dolorosas y yo sabía que intentaba herirme, pero lo único que había dudado estando con Xavier, a causa de nuestro trato, era si se estaba acostando con otra persona... sin embargo, él mismo se había encargado de demostrarme con hechos, que aquél era un miedo que no me debía permitir tener.
—Bueno... —hablé luego de largos minutos en los que me mantuve en silencio, todos me estaban mirando— la verdad, es que lo primero no he tenido que pasarlo, porque estoy segura de lo que valgo para Xavier y que él ya no es el mismo hombre de antes, confío en él —aseguré, mirándolo a sus ojos café traslúcidos directamente y recibiendo una sonrisa cómplice de su parte— las otras... me imagino que son gajes del oficio, sin más, aunque la mayoría de las veces viajamos juntos.
La chica se burló, como si fuera la mujer más estúpida del mundo, como si realmente aquella fuera una realidad que yo misma me había pintado.
—Ilusa, estúpida ilusa...
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Editado: 07.09.2020