Fleur

LIX. ¿Algo más?

¿Quién dijo que preparar una boda era fácil?

Suspiré, totalmente agobiada, porque siempre había creído en las películas, en cómo estas ponían las bodas, con organizadores y la novia preocupándose solo por ella misma, y su vestido de novia… Qué vestido, ni qué vestido, si era lo menos que me preocupaba, además de que mi madre y mi padre no querían que lo escogiese yo, no sé por cuál tradición familiar, lo debía escoger una de las madrinas de la boda… ¿Era así que se le decía?

Dios, todos aquellos preparativos me volverían loca, porque, no, no importaba que tuvieras a todo el equipo de organizadores tras de ti, estos igual vendrían a ti, a pedirte no sé cuántas cosas y a decirte unas 1000 cosas más, porque prácticamente Xavier me había dejado todo lo de la decoración a mí.

Que sí, estaba bien, porque estaba más que segura que si lo ponía a escoger a él, terminaría utilizando unos colores terroríficos —porque sus gustos no eran malos, pero sí de colores se trataba, era mejor que todos a su alrededor se escondieran—, suspiré de nuevo. ¿Qué debía escoger? Una tela para los manteles de seda o ¿de satén? ¿Sabía siquiera distinguir a esos dos tipos de tela?

Yo definitivamente, no estaba lista para aquello, no estaba preparada para ser una señora en todo el sentido de la palabra —aunque varias personas me decían de esa manera, solo por ser mamá—, sin embargo, era indudable que lo anhelaba.

—Señorita Sofía —me llamó por enésima vez en aquél día la cabeza de las organizadoras, porque eran demasiadas— ¿De qué tienda quiere que sea su pastel?

—¿Eh? ¿A caso eso importa? —la muchacha soltó una carcajada por mi desconcierto, mientras asentía.

—Por supuesto que sí, es su boda, debe de describirme cómo quiere el pastel —lo dijo con tanta seriedad que me puso a pensar, aún tocando las telas que me había dado con antelación que escogiera para los manteles… ¿Dónde pararía toda esa tela después? ¿Se podría revender?

Me quedé pensando un momento en ello mientras miraba a la chica que esperaba por mi respuesta.

—Quiero que la torta sea de 4 pisos —sentencié y la vi anotando mientras yo decía— que sea de vainilla y que el relleno y la decoración la escoja mi marido… por cierto… ¿Cómo es que te llamabas tú?

—Amelia, señorita —soltó, desviando la mirada, parecía avergonzada.

—Bueno, Amelia… según tengo entendido, el lugar de la boda, se elegirá según la decoración, ¿no es así? —inquirí, mirándola con los ojos entrecerrados.

—Sí, señorita.

—Bueno, quiero que las mesas tengan manteles de color blanco perlado, con bordes dorados, pero el resto de las decoraciones, quiero que sean aquamarine y que la vegetación se haga presente —no sabía porqué mi manía con las plantas, pero las amaba—, ah, por cierto, necesito que sea un espacio amplio, porque me va a dar algo si es pequeño.

—Vale, ¿algo más?

—No, más nada —bufé, cuando la chica salió, estaba exhausta y además mis padres no sabía qué carajos estaban planeando con lo de los vestidos, yo quería escoger mi vestido de bodas, era mi día especial… y vienen ellos dos y me dicen que no, disque por una tradición familiar.

Me tiré hacia atrás en la cama, cuidando de no caerle encima a Damián que se encontraba tomando su siesta, observé el techo de mi habitación con calma y mordisqueé mi labio, sentía un hormigueo en mi estómago y aunque sabía que todo aquél apuro se convertiría en una gran alegría en unos cuantos meses, tuve que reconocer que tenía miedo, tenía miedo, porque es de humanos tenerlo y si no lo hubiera tenido en aquél momento, en el que estaba en tela de juicio toda mi vida, pues… no sé cuándo lo hubiera tenido.

Evidentemente, no tuve más miedo que cuando secuestraron a Damián, aquello era diferente, era como si me calara los huesos y me taladrara los pensamientos, como si colapsara mi corazón, y… si bien me encantaba sentirme así, porque presentaba una experiencia nueva y apabullante, me hacía sentir intimidada.

Mire a mi pequeño, que se encontraba suspirando en sueños, y acaricié su melena cobriza con cariño, me reí luego de unos minutos percatándome de que Xavier y yo habíamos pasado por mucho, inclusive antes de ser padres.

—¿Qué piensas amor? —esa voz la reconocía muy bien, giré levemente mi rostro y lo encontré desanudándose la corbata con mesura, sus ojos cafés traslúcidos me miraban atentamente, con curiosidad brillando en ellos.

—En lo mucho que hemos pasado juntos —confesé, mientras lo veía quitarse la camisa despreocupado, se inclinó sobre Damián para darle un beso en su pequeña cabeza y después llegó hasta a mi para plantarme un beso en los labios.

—Piensa en todo lo que nos falta por pasar, y será peor —comentó jocoso, pero al pensar en ello, me di cuenta de que, sí, aquello sin duda alguna era lo peor, agrandé los ojos y miré a un punto fijo en la pared, porque podría haber muchas cosas negativas en nuestro futuro—, no pienses más Artemisa —ordenó, con la voz serena acariciándome parte del cabello—, lo que pasamos ha forjado lo que tenemos, pero eso no significa que eso siempre tiene que estar martillándonos la cabeza —soltó, mientras toqueteaba con uno de sus dedos índices mi sien—, ¿Sabes qué me gusta?

—¿Yo? —obvié cómica, haciendo que él soltara una carcajada y me dedicara una mirada incrédula.




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