Abril, 2017.
Desde el justo momento en el que abrí mis ojos aquél día, supe que iba a ser un día estresante, uno que me absorbería todas las energías vitales, pero que al fin y al cabo sería el día más esperado de mi vida, y, sin duda alguna uno de los más memorables —incluyendo evidentemente, el día en el que Damián llegó al mundo—.
Nada más de ver los rayos de sol entrando por la ventana de la habitación, gruñí, aún no quería despertarme… no había dormido para nada bien, Xavier no había dormido en casa ese día, por el hecho de que “el novio no puede ver a la novia” y esas babosadas que la gente siempre se daba la molestia de recordar… evidentemente, ni él ni yo, estábamos de acuerdo con eso, pero siguiendo las jodidas normas sociales, se había ido a un hotel.
Suspiré con pesadez, cubriéndome el rostro con una de sus almohadas, no me gustaba dormir sola desde el momento en el que él y yo empezamos a dormir juntos, no sabía si era por su cálida presencia en la colcha, o la manera varonil con la que me abrazaba y me protegía con sus brazos, pero de alguna manera, esos fornidos brazos, habían llegado a ser mi refugio.
—¡Maldita costumbre! —solté irritada, porque era el día de mi boda y joder que debía tener unas ojeras de los mil demonios por no haber dormido bien— ¡Maldita necesidad de contacto!
Además, como si fuera poco, había amanecido cachonda y ni una manita de gato me podía dar, porque el día lo tenía demasiado lleno de cosas, estiré el brazo y tanteé en diversos lugares hasta encontrar en la mesita de noche mi celular, entreabrí los ojos, con pocas ganas y solté una exclamación cuando vi la hora.
—¡Mierda que es tarde! —debía estar duchada para las 11 de la mañana, para que la maquilladora y la chica que me haría el peinado me empezaran a modificar el aspecto— son las diez, carajo, qué hago, qué hago.
Empecé a mover mis piernas a la par, desesperada, porque parecía que mi resolución de problemas, por toda la emoción y ansiedad que estaba albergada en mi cuerpo, no quería siquiera funcionar, me levanté y empecé a caminar de un lado a otro, con rapidez, intercalando mi mirada entre mi teléfono y el baño en el que se suponía que debía estar internada —porque en ese justo momento tenía una jungla allí abajo, y ni hablar de cómo estaban mis piernas, me había sumergido tanto en lo que era la boda, que no le había tomado atención a otras cosas que no fueran Damián—.
—¡Tranquilízate, Sofía! —me grité a mi misma, con la voz temblorosa— ¡Céntrate!
Trastabillé, pero aun así caminé hacia el cuarto de baño, no sabía qué me sucedía, sabía que el día tan esperado al fin llegaría, lo conocía de antemano, porque lo había planeado y decorado, pero al parecer mi anatomía no asimilaba que ese día, ya había llegado y cuando me vi en el espejo, que se encontraba en el baño, quedé más que impactada, tenía la mirada brillante y los labios temblorosos y automáticamente algo en mí hizo click.
Por supuesto, yo en sí era lo suficientemente torpe y patosa como para quedarme encapsulada en situaciones, no obstante, en ese momento, me tuve que obligar a salir del letargo en el que las emociones que empezaba a sentir arremolinadas en la boca del estómago me habían sumergido.
—Hoy es el día, y aun así sientas que te mueres de la emoción… —solté un largo y pausado suspiro— tienes que verte magnífica hoy, así que no hay peros, ni lloriqueos.
Luego de decirme aquello, lo más seria que pude, me metí en la ducha de un tirón, sin pensarlo mucho, porque si lo pensaba, me quedaría absorta, como muchas otras veces, en menos de media hora estuve lista, pero aún tenía las emociones alborotadas y me costaba concentrarme al pensar, me dediqué a secarme el cabello mientras me veía en el espejo.
Los votos… aquella palabra empezó a titilarme en el cerebro, como si no hubiera otra cosa que debía importarme en ese momento… En todo el tiempo que llevaba de comprometida, no se me había ocurrido nada con respecto a los votos…
—Mierda, y yo creyendo que sentirme así era la peor parte de todo esto —suspiré y antes de agarrarme la cabeza con ambas manos, pequeños toques en mi puerta me distrajeron.
—Señorita, Sofía… —dudó la voz de Amelia, tras la gran puerta de caoba, yo aún cubierta por una bata, me sobresalté porque pensaba que aún estaba sola— el señor me dejó las llaves de la casa, porque me comentó que usted posiblemente se quedaría dormida.
—¿En serio dijo eso? —inquirí, sintiendo como mi boca se abría, muy bonito él diciendo eso de mi a personas que se suponía que trabajaban para nosotros… deseché la idea y abriendo la puerta me asomé a través de ella y la miré con los ojos entrecerrados. Ella agrandó los grandes ojos de ella y dio un asentimiento leve— uff, bueno… ¿qué te digo? Ni sé con quién me estoy casando… —bromeé, haciendo que la pobre muchacha se destensara un poco, ella era muy profesional, pero siempre estaba en alerta, como si cualquier cosa podría pasarle— ¿Ya llegaron todas?
Amelia asintió varias veces con las mejillas rosadas, me reí bajito porque parecía ser muy rígida, e inclusive me atrevía a decir, que jamás se permitía a si misma divertirse, salí junto a ella, a la sala, donde me esperaban dos maquilladoras, una estilista y la modista —que Xavier había insistido en que fuera, por si acaso había algún inconveniente con el vestido—, en cuanto llegué, no tardaron en hacerme diversas preguntas, que salieron de sus bocas como jodidos misiles.
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Editado: 07.09.2020