Las noches en el "Alba Dorada" se habían vuelto un ritual extraño y peligroso para Massimo Ferrer. Lo que comenzó como una inspección, una curiosidad fría, se estaba transformando en algo mucho más profundo y perturbador. La habitación de Giulia Denegri, que antes era un espacio que él solo visitaba para ejercer su poder, ahora era el escenario de encuentros clandestinos, robados a la vigilancia de su propio imperio.
Massimo, el hombre que se jactaba de no tener sentimientos, se encontraba cada vez más absorto en la intensidad de Giulia. La pasión que se desataba entre ellos era cruda, descontrolada, algo que él no había experimentado en décadas. En sus brazos, la frialdad calculada de Massimo se derretía, revelando destellos de una vulnerabilidad que él mismo apenas comenzaba a comprender. Él le hablaba de su mundo, no de negocios, sino de sus frustraciones, sus miedos ocultos, fragmentos de una vida que había enterrado bajo capas de poder y crueldad.
Giulia, por su parte, jugaba un juego peligroso. Cada caricia, cada beso, era una victoria. Pero no era solo la supervivencia lo que la impulsaba ahora. Había una extraña conexión con Massimo, una dualidad en él que la desconcertaba y la atraía. Veía al hombre bajo la máscara del capo, un hombre solitario, atormentado por su propio poder. Y en esa dualidad, encontraba no solo una oportunidad para escapar, sino una compleja atracción que la aterrorizaba.
Una noche, mientras estaban juntos, la cabeza de Giulia descansaba en el pecho de Massimo, el latido de su corazón bajo su oído.
—¿Por qué haces esto, Massimo?— susurró ella, su voz cargada de una sinceridad inesperada. —¿Por qué yo?—
Massimo acarició su cabello, sus movimientos, por primera vez, carecían de la brusquedad habitual. —No lo sé, Giulia. Es... diferente. Tú eres diferente— Se apartó un poco, sus ojos azules buscando los de ella en la penumbra. —He pasado toda mi vida construyendo esto— hizo un gesto vago con la cabeza, como abarcando su vasto imperio, —y nunca he sentido... nada. Pero tú...— Se detuvo, como si las palabras fueran un veneno. —Tú me haces sentir. Y eso es peligroso—
Giulia, con una audacia nacida de la desesperación y la atracción, le acarició la mejilla. —El peligro puede ser emocionante, ¿no crees? Un buen negocio siempre tiene un elemento de riesgo—
Massimo la miró, una sombra de sonrisa curvando sus labios. Había entendido la referencia. —Tú aprendes rápido, Denegri—.
—Tengo que hacerlo— respondió ella, su mirada bajando hacia el cuello de él. —Para sobrevivir. Y tal vez, solo tal vez, para algo más—
Este acercamiento, esta intimidad prohibida, no pasaba desapercibida. Serena Bellini, la observadora implacable, notaba las ausencias de Massimo, sus distracciones. Lo veía llegar más tarde, irse más temprano, su enfoque dividido.
Una tarde, mientras Massimo estaba en una reunión de negocios crucial sobre una nueva ruta de suministro de armas, su teléfono vibró en la mesa. Era un mensaje de texto anónimo: *"Giovanni ha llegado al 'Alba Dorada'. Parece muy interesado en conocer a la 'flor indomable'."*
Massimo se levantó bruscamente, interrumpiendo la discusión. Su rostro, habitualmente impasible, se tensó.
—Serena— dijo, su voz cargada de una urgencia helada, —Necesito que te encargues de esto. Ahora. Quiero a Giovanni fuera del 'Alba Dorada'. Y quiero saber qué diablos está haciendo allí—.
Serena no preguntó, solo asintió. Se dio cuenta de la urgencia en su tono, la furia contenida que solo emergía cuando se sentía amenazado o poseído. Y por primera vez, sospechó que la amenaza no era a su imperio, sino a su... interés personal...