Mientras tanto, en el "Alba Dorada", Giovanni Castelli se movía con una confianza desmedida.
Había logrado acceder a la zona privada con una excusa bien orquestada sobre un problema de seguridad. Luca Bianchi, con su habilidad para la infiltración, había abierto el camino, sembrando distracciones y sobornos menores.
Giovanni se dirigió directamente a la habitación de Giulia. Luca se quedó afuera, vigilando, pero con una orden clara: si Massimo aparecía, Luca debía intervenir para dar tiempo a Giovanni.
Giovanni llamó suavemente a la puerta. —Giulia. Soy yo. Giovanni—
Giulia abrió, su rostro una mezcla de sorpresa y cautela. Ella lo había visto un par de veces desde la misteriosa llamada, siempre en breves encuentros controlados, siempre instándola a desconfiar de Massimo y a considerar una "alianza" para su escape.
—¿Qué haces aquí, Giovanni?— preguntó, su voz tensa.
—Massimo está distraído— respondió él, entrando en la habitación sin ser invitado. Su mirada recorrió el lujoso pero opresivo espacio. —Como te dije, su juicio está nublado. Y su imperio... se tambalea—
—¿Se tambalea?— Giulia lo miró con escepticismo. —Massimo Ferrer no tambalea, Giovanni. Él es un muro—
—Un muro con fisuras, querida Giulia. Y tú, mi flor, estás creando algunas de las más grandes— Se acercó a ella, su mirada lujuriosa y posesiva. —Pero estás en el lado equivocado del muro. Massimo te trata como un trofeo, pero yo te veo como lo que eres: una reina esperando su trono—
Giulia retrocedió instintivamente. La cercanía de Giovanni la incomodaba, su aroma a perfume barato y alcohol, su ambición descarada. Era el polo opuesto a la fría elegancia de Massimo, pero igualmente peligroso.
—No estoy buscando un trono, Giovanni. Busco mi libertad—
—Y yo puedo dártela. Más que eso, puedo darte... venganza. ¿No quieres que Massimo pague por lo que te ha hecho?— Giovanni intentaba manipularla, apelando a su resentimiento.
—Massimo no me ha hecho nada— mintió Giulia, su corazón latiendo con fuerza. —Me mantiene aquí, sí, pero... me trata de otra manera—
Giovanni se rió, una risa seca y sin alegría. —¡Oh, Giulia! Eres joven e ingenua. ¿Crees que su 'trato especial' es por ti? Es por él. Por su ego. Él es un coleccionista. Y tú eres su última adquisición. Pero yo... yo te veo como una socia. Alguien con quien puedo construir algo. No un imperio de dolor, sino algo... legítimo. Algo que ambos podamos disfrutar—
Mientras Giovanni hablaba, la puerta se abrió de golpe. Era Serena Bellini, acompañada por dos guardias armados. Su rostro estaba sombrío.
—Señor Castelli— dijo Serena, su voz helada. —Massimo Ferrer le ha pedido que abandone el 'Alba Dorada' de inmediato. Y que no vuelva a acercarse a la señorita Denegri bajo ninguna circunstancia—.
Giovanni sonrió, pero sus ojos brillaban con rabia. —Massimo está muy protector de su juguete. Es una lástima. Estaba a punto de ofrecerle a la señorita Denegri un escape. Pero supongo que ahora tendrá que arreglárselas sola— Se volvió hacia Giulia, su sonrisa desapareciendo. —Recuerda mi oferta, flor. Las espinas de Massimo son más profundas de lo que crees—
Giovanni se fue, escoltado por los guardias de Serena, su arrogancia reemplazada por una furia latente.
Cuando se quedaron solos, Serena se volvió hacia Giulia. Su mirada era difícil de descifrar. No había calor, pero tampoco la crueldad habitual de los hombres de Massimo. Había una evaluación.
—Señorita Denegri— dijo Serena, su voz más suave ahora, pero igualmente firme. —Ha estado jugando con fuego. El señor Ferrer es un hombre... complicado. Y sus emociones, cuando surgen, son tan peligrosas como sus negocios. No confíe en las promesas de Castelli. Tampoco en la misericordia de Massimo. Usted está en medio de una guerra que no ha comenzado aún—
Giulia, temblando ligeramente, asintió. La advertencia de Serena, aunque dura, sonaba honesta. —Entiendo— dijo.
Serena la observó un momento más. —Me han ordenado supervisar su... trato especial. Si necesita algo que no sea una salida, algo que tenga que ver con su estancia aquí... pregúnteme a mí. Pero no espere favores del señor Ferrer que no tengan un precio—
Serena se giró y salió, dejando a Giulia sola de nuevo, pero con una comprensión más clara del peligro que la rodeaba. Massimo se estaba enamorando, o al menos, se estaba obsesionando. Giovanni estaba tejiendo su red de engaños. Y ella estaba atrapada en el nudo, dividida entre la turbulenta pasión del capo y la manipuladora promesa de su socio. El buen negocio se estaba complicando, y el precio de la debilidad de Massimo podría ser mucho mayor de lo que nadie imaginaba...