Flores A Juliana

CAPITULO 17

En cuanto regresaron a la casa Juliana le explico todas las sospechas que tenían sobre Efraín, el porque se lo ocultaron y le mostró las fotos y las cartas en las que su padre mostraba preocupación respecto a él.

Cuando termino de leer la ultima carta, Juliana y Fernando esperaban a que pronunciara alguna palabra, pero ella se mantuvo en silencio mientras observaba fijamente un cuadro de su difunto marido colgado en su sala.

—¿Mamá estas bien? –preguntó Juliana preocupada–.
—Si hija, mañana iremos a la joyería por la mañana así que ve a dormir –dijo en el mismo tono de seriedad–.

—Claro mamá.
—Fernando me gustaría que nos acompañes también.
—Por supuesto, con su permiso me retiró.

—¿Te iras también a la cama mamá?
—Aún no, hay algunos asuntos que quiero arreglar pero si me necesitas estaré en el despacho.

—De acuerdo, nos vemos mañana.
—Juliana algo más, mañana quiero que me digas porque regresaste en un taxi.

Cuando oyó la ultima órden de su madre no pudo evitar sujetar su muñeca derecha, no solo por el temor de contarle lo que había ocurrido en la cena; había algo en ella que le causaba desconcierto, la nula reacción al enterarse de todo ciertamente no la esperaba.

Al llegar a la joyería el día siguiente se encontraron con un Efraín confundido.

—Graciela, ¿pero que paso porque no podemos abrir?   –dijo mientras señalaba el cartel que habían colocado una noche antes–.

—Entremos, adentro lo discutiremos –dijo–.
Cuando entraron Efraín se quedo sin aliento, todas las piezas que había encargado ya no estaban, un escalofrío le recorrió la espalda –era casi imposible que se hubieran dado cuenta –pensó–.

—¿Graciela que sucedió aquí?
—¿A que estas jugando Efraín?
—No te entiendo Graciela yo...

—Después de todo lo que te apoyamos, al menos ten la dignidad de aceptarlo –la furia en los ojos de Graciela era evidente–.
—No se a que te refieres.

—¡Claro que lo sabes! Eres un adicto a las apuestas desde que eras joven, Manuel trato de ayudarte por el cariño que te tenía al criarse juntos. Me prometiste que lo habías dejado, ¡Pero me mentiste!

Efraín trato de replicar, pero las palabras no le salían; nunca habían visto a Graciela explotar de furia; siempre se mantenía en calma a pesar de la gravedad del asunto, pero esa vez no.

—No se que te habrá dicho   –dijo mientras señalaba a Fernando -pero yo he hecho lo mejor para la familia, ¡y jamás te he mentido¡

—¿Jamás me has mentido? Entonces dime donde estabas ayer –dijo tajantemente–.
—En Celaya buscando nuevos socios.

Graciela soltó una carcajada.
—¿Entonces porque cuando le llame a Luis me confirmo que estabas en el palenque?

Los ojos de Efraín se abrieron como platos y una capa de sudor empezaba a formarse en su frente.
—Si no me equivoco ayer era noche de pelea de gallos, ¿no?
—Graciela por favor entiendem...

—No hay nada que entender   –lo interrumpió -Confíe en ti, Manuel confió en ti, pero tu abusaste de esa confianza. Toma –le acercó una hoja–.
—¿Qué es esto? 
—Tu renuncia, por colaborar con la policía solo quedara un registro y nosotros daremos una compensación a aquellos que estafaste, a cambio nadie ira a la cárcel.

—Por favor Graciela necesito el dinero.
—Lo siento, pero no.

Finalmente se acercó a la mesa donde se encontraba la renuncia y la firmó.

Cuando abandono el negocio con sus pertenencias la rabia lo inundaba, todo le hubiera salido perfecto si aquel lambiscon no hubiera llegado.

Las deudas hace mucho lo consumieron, su intención no era perjudicar a Graciela y su hija, ciertamente les guardaba cariño por la memoria de Manuel, al principio solo desviaría dinero para poder pagar sus deudas, pero todo se complicó y tuvo que empezar a vender imitaciones: era la única manera de salir de sus problemas.

Cuando dio la vuelta en la esquina para llegar a su casa pudo ver que en la entrada ya lo estaban esperando Armando y sus matones, palideció al ver sus sonrisas macabras y el alma se le fue al piso cuando Armando lo sujeto de el cuello mientras uno de sus lacayos abría la puerta de su casa.

—Que rápido corren los chismes por aquí, ¿no lo crees? –dijo mientras le acertaba un puñetazo en el estómago–.

—Tenemos que arreglar unos asuntos...

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