Flores A Juliana

CAPITULO 35

Sus ojos se iban acostumbrando a la luz mientras se abrían poco a poco, a su lado se encontraba una silueta que lentamente fue tomando forma hasta que vislumbro a Fernando sentado junto a ella.

—¡Despertó! –dijo dando aviso a Graciela y a Cleotilde quienes se encontraban afuera de la habitación.
—Gracias al cielo hija, ¿estas bien?

—Eso creo –todo era como un rompecabezas que iba acomodando en su cabeza hasta que tuvo un recuerdo claro de lo que había sucedido –¿Donde esta mi tío?

El cuarto se lleno de silencio, Juliana recordaba sus ultimos momentos a su lado pero se negaba a creer que habia muerto junto a ella. En el fondo guardaba la esperanza de que se encontrara en la habitación de al lado recuperándose.

—Lo siento hija, el murió ayer.

Con la mano que no tenia lastimada seco las lágrimas que salían –Él me salvo, si no hubiera intervenido esa bala hubiera impactado en el pecho y no en el hombro.

—Al menos pudo redimirse antes de morir -menciono Cleotilde desde la esquina de la habitación.

—Descansa un poco hija que los policías tomarán tu declaración más tarde, nosotros tambien descansaremos un poco.

Los dias en el hospital pasaron volando, la mayor parte del tiempo estaba dormida y cuando despertaba conversaba con quien estuviera en vigilia hasta que los sedantes para aliviar el dolor surtian efecto.  A su salida a pesar de la insistencia de su madre por que fuera a seguir descansando ella prefirio ir a visitar la tumba de su tio.

La tumba se encontraba al lado de la de su padre debido a que hacia muchos años se habían comprado los lotes en el campo santo. 
—¿Porqué quisiste venir a ver su tumba? –cuestionó Fernando –Las estafo y ayudo a que robaran la joyería; de no ser por el seguro que contratamos con Martín hubieran perdido todo.

—Cometió muchos errores, pero en los últimos segundos de su vida pude ver como regresaba a ser aquel con quien jugaba de niña –sobre la lapida depósito un ramo de flores –los muertos no pueden cargar con el rencor de los vivos, es en vano que nosotros los conservemos cuando ellos han partido.

Fernando se quedo observando su rostro lleno de seriedad, reflejaba su pesar por la partida de Efraín.

Conforme los días se convirtieron en semanas se había hecho costumbre que Fernando viera a lo lejos a su padre por las calles, al parecer se había establecido y ahora trabajaba en el mercado del centro como cargador.

Una madrugada se despertó al filo de su cama después de haber soñado con su madre; en el sueño ella vestía un vestido blanco y caminaba por la casa sonriendo, al llegar a la mesa ya la esperaban un niño de 3 años que se asemejaba a él y su padre que se veía mejor que nunca. Al sentarse deposito un beso en la frente del niño mientras que al dirigirse a su padre acaricio su mejilla.

El sueño dio vueltas por su mente por días hasta que un día producto de ese sueño a la puerta de su padre  Vicente llego un paquete. Al abrirlo descubrió que era un cuadro de su esposa.

La emoción lo invadió, era casi verla de nuevo, ver de nuevo los ojos de los que se había enamorado.
Junto al cuadro atrás yacía una nota escrita por Fernando; lágrimas de felicidad rodaron por sus mejillas mientras abrazaba el retrato de su esposa al leerla:

»Te perdono»

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