Jazmín Anderson
Me despierto por el sonido de la alarma y sonrío al notar que me siento mucho mejor. Primrose entra a mi habitación.
—Hola preciosa, ¿tú también estás feliz? —comienza a ladrar y a moverse.
Me bajo de la cama y ella me sigue. Le doy de comer y me meto a bañar; al salir me pongo un jeans talle alto con algunos rotos, una blusa blanca mangas largas cuello de tortuga y unos tenis blancos. Dejo mi cabello suelto y me maquillo poco. Tomo mis cosas y bajo las escaleras.
—Te ves muy bien, Jaz —beso la mejilla de mi hermana.
—Me siento bien, Sam —me siento a su lado y empiezo a comer.
—No te olvides de tomar tus medicinas, ¿hoy no te puedo retener aquí? —niego con la cabeza.
—Hoy llego tarde, voy a ir a mi parque favorito, aunque en primavera se ve mucho mejor.
—Por favor te abrigas bien, no quiero que te enfermes —me advierte mamá.
Asiento.
—¿Lo vas a dibujar otra vez? —pregunta mi hermana.
—Tiene muchos ángulos bonitos que no me canso de ver —sonrío.
—Eres tan alegre, a pesar de... —se queda callada.
—A pesar de que me voy a morir, sí —miro a mi hermana.
—Lo siento.
—No te preocupes, eso es lo que va a pasar y lo sabemos —mi madre suspira y se va a su habitación.
Suspiro también.
—Ya me voy —beso la mejilla de Sam y salgo de la casa.
* * *
Llego a la universidad y voy a mi primera clase del día, me siento en el mismo lugar. A los pocos minutos veo entrar a Julián, cuando nuestros ojos se encuentran sonríe levemente.
—Hola, florecita —sonrío.
—Buenos días, Julián, ¿cómo estás? —se sienta a mi lado.
—No me quejo, y ¿tú? ¿por qué no viniste ayer? —alzo una ceja.
—No pensé que te darías cuenta.
—No eres la única que anda pendiente de sus compañeros —me guiña un ojo.
—Es bueno saber eso —sonrío.
—No me has respondido —suspiro.
No lo conoces. Así que no tienes que decirle que estás enferma.
—Ayer no me sentía bien y preferí quedarme en casa —asiente.
Va a hablar, pero la profesora llega y no dice nada. Me quedo atenta a la clase, en momentos puedo sentir su mirada penetrante que me pone un poco nerviosa.
* * *
Las clases terminan y yo me dirijo a la salida.
—¡Jazmín! —escucho que gritan mi nombre y volteo.
Veo a Julián correr hacia mí y sonrío. Se detiene frente a mí y comienza a buscar aire, me rio.
Sus manos reponsan en sus muslos.
—No tienes buena resistencia física —me burlo y me lanza una mala mirada.
—Ya estoy compuesto —se endereza.
—Sí, claro —lo veo tratar de agarrar aire.
—No seas sarcástica —me apunta y me encojo de hombros —Yo... Quería invitarte a almorzar... Me gustaría ser tu amigo —se rasca la nuca y sonrío.
—Con gusto, vamos amigo —lo tomo del brazo.
Mira nuestros brazos entrelazados y sonríe tenue.
Es tan poco común que lo haga; descubrí que me encanta verlo sonreír, ese será mi nuevo pasatiempo favorito.
Llegamos a un restaurante cerca de la universidad y nos sentamos en una mesa alejada de las demás personas, ambos pedimos algo sencillo: pollo broaster con papas fritas, una limonada para mí y una coca-cola para él.
—¿No tomas gaseosa? —niego con la cabeza.
—No me gusta, no es buena para la salud.
—Tienes razón, pero es deliciosa —sonrío.
—No tanto.
Traen nuestras comidas y ambos comenzamos a comer. Lo miro por unos segundos y digo.
—Te me hacías un muchacho muy callado —me mira.
—Lo soy, pero tú me inspiras confianza, se nota que eres muy alegre —asiento.
—Eso dicen, no me gusta mucho estar triste, siempre trato de no estarlo. La vida es muy bonita y yo intento buscarle el lado positivo —me mira a los ojos.
—¿Siempre has sido así? —suspiro.
—Antes no, pero con el tiempo me di cuenta que la vida es muy corta para desperdiciar un solo segundo —un nudo se forma en mi garganta.
—Es decir, ¿nunca estás triste? —alza una ceja.
—No te voy a decir que nunca me pongo triste, porque sería mentira, pero trato siempre de sonreír, hago mi mayor esfuerzo por hacerlo. Me gustaría que las personas me recordaran siempre con una sonrisa.
—¿Te recordaran? —voy a decir algo, pero el mesero llega y recoge nuestros platos.
—Ya hablamos sobre mí, cuéntame algo tuyo —suspira.
—No hay mucho que contar. Soy un chico solitario que vive con su padre —se pega al respaldo de la silla.
—¿Y tu mamá? —hace una mueca.
—Ella murió cuando yo tenía 11 años —tomo su mano por encima de la mesa.
—Lo siento mucho —me mira a los ojos.
Puedo ver una profunda tristeza dentro de él.
—¿Quieres hablar sobre eso? —niega con la cabeza.
Me pongo en pie, hago que se levante también.
—Puedes contar conmigo, siempre estaré para ti cuando me necesites y quieras desahogarte —sonrío y él sonríe tenue.
Sin más, lo abrazo, siento que se tensa, pero no me importa.