Me puse de pie con prisa y corrí a deslizar la puerta que daba acceso al pasillo. El aroma frutal cálido y la música suave me indicaban que podía salir sin temor a despertar a nadie. Ni si quiera sabía en qué momento de la madrugada había conseguido conciliar el sueño, pero ahora el sol se asomaba por entre las ventanas y la emoción bombeaba con más fuerza por todo mi cuerpo.
Era el día. Por fin era el día.
Entré corriendo a la habitación común, mi madre ya se encontraba ahí, inclinada sobre el fogón y removiendo la estética ceniza mientras el agua se calentaba. Al verme sonrió y yo me acerqué fingiendo calma. Ella me sonrió de manera llena mientras indicaba el lugar vacío a su lado, invitando a sentarme.
— ¿Te sientes preparada? — Asentí con la cabeza varias veces, alternando la mirada entre su rostro y el agua calentándose de manera lenta sobre el fogón — Te has preparado mucho para este día pero no debes apresurarte, queda mucho tiempo.
— Estoy lista — dije por fin en voz alta, intentando disimular la premura en mi voz — Estoy más que lista, quiero hacerlo.
Mi madre me sonrió entre la calidez y el orgullo, acariciando mi rostro de manera suave antes de depositar un beso sobre mi frente. Sus manos, toda ella, siempre despedían un aroma constante a incienso y flores frescas. A las mañanas en casa cada fin de semana en mi memoria.
— Estarán observándote, tienes que ser precisa. Perfecta — Sus manos se movieron de manera ceremonial para remover el agua, avivar las llamas.
— Lo haré perfecto, como tú — Su sonrisa creció, sus ojos destellaron de manera suave viéndome de manera directa, me gané otro beso en la frente — ¿Papá vendrá? — Esta vez su silencio sugirió la respuesta que no quería escuchar.
— No ha podido volver a casa aún, ha sido una semana difícil.
— ¿Consiguió que más gente viniera a nuestras tiendas? — Pregunto de manera tímida, intentando ocultar mi desanimo, fallando una vez más.
— A estas y a muchas otras — Aparte la mirada pero ella me hizo volver el rostro — Su camino es diferente al mío, o el tuyo. Todos los caminos lo son. Él ha hecho que nuestras recetas y nuestra magia con el té sean reconocidas. Es brillante, ambicioso y puede convencer a quien sea para confiar en él. Yo estoy aquí porque mi lugar es contigo, con la casa de té y con todos los estudiantes.
Asentí de manera sincera, ella volvió a prestar atención al agua, comenzando a extraer los delicados frascos donde yo sabía guardaba sus mezclas personales de hierbas y té.
— Vas a presidir una ceremonia completa, con solo 12 años Den. Él y yo estamos muy orgullosos de ti — Sonreí, sabía que era cierto. Me había esforzado cada día por conseguir aquel honor, y por fin ese era el día.
— Después de todo, estamos todos conectados por el té — Mi comentario la hace reír mientras el fuerte aroma del té verde comienza a flotar bajo mi nariz.
— Lo estaremos, siempre. Con o sin el té, por ti Den — Sonreí encantada, podría contarle a mi padre sobre la ceremonia cuando regresara a casa. O podría presidir una ceremonia solamente para él y para mi si me lo pedía.
— Tu kimono está en mi habitación — mis ojos emocionados se encontraron con una sonrisa traviesa en su rostro — ¿Quieres verlo?
— ¡SI! — Exclamé de inmediato casi poniéndome de pie de un salto. Verla a ella ya ataviada con el suyo solamente me daba ganas de ver el mío, de probármelo.
— Pero primero beberemos esto — Estuve a punto de quejarme pero inhalé de manera profunda y asentí con la cabeza, colocando de mejor manera mis manos sobre mis muslos. Ella volvió a sonreír.
— Esa es mi niña.
No hubo un solo día en el que ansiara la vida de ciudad, un lugar mucho más repleto de gente o con un clima más amable. Mi lugar estaba ahí, con ella y mi padre, acudiendo a las lecciones de té en la casa que formó a todos mis ancestros y escuchando a mi padre hablar de lo mucho que crecía la venta de las recetas que mi madre con tanta dedicación preparaba para él.
Todo era perfecto, yo debía serlo. Necesitaba serlo.
Vivía, sin duda, para ver la sonrisa en sus rostros al final de cada día, sabiendo que podía ser parte del mundo de ambos en perfecto equilibrio. Y eso jamás representó un peso para mí, mientras crecí saber que podía satisfacerlos a ambos y a mí misma en el proceso se transformó en un honor. Hasta el día de hoy lo es.
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Editado: 20.05.2019