Fragancia de media noche

Capítulo dos: Té blanco

La mañana se transformó en tarde casi de manera tortuosa, los minutos en silencio solamente interrumpidos por el sonido del teléfono siendo respondido por Hayami traían a mí la esperanza vacía de alguna idea milagrosa en boca de alguno de los jóvenes talentos en los que había confiado para formar el equipo de creativos. Pero el milagro jamás llegó.

Mis ojos repasaron de manera masoquista cada referente que pude encontrar de la campaña llevada a cabo por quienes se habían transformado en mi competencia directa. Aunque mi orgullo quemara al admitirlo, era perfecto. Mezclaba los elementos modernos de una manera tan armónica que incluso yo misma hubiera concurrido a las casas de té después de haber consumido aquella publicidad.

No era de extrañarse que la noticia hubiera traspasado el océano pacífico hasta territorio americano, y me alegraba que así fuera. Pero sabía que si era ese sector de la familia quien consiguiera aquel trato la pertenencia mayoritaria de la compañía en manos de mi padre peligraba. No podía permitirlo.

Comienzo yo misma a garabatear hojas en blanco en busca de alguna idea tan brillante, tan fresca como la que tenía delante, pero comienzo a comprender por qué Masao y el resto actuaban tan asustados ante el plazo de tiempo que había dictado para ellos, no era un trabajo sencillo.

Cada idea o cada concepto que creo tener en mente terminan relegados a una referencia casi idéntica que ya se había ejecutado dentro o fuera de nuestra misma cadena. El espectro de lo atractivo para el cliente actual de un momento al otro se transformó en pequeño e insuficiente. Yo misma comencé a asfixiarme con la falta de ideas y la presión del reloj corriendo.

Termino por dejar caer el bolígrafo de manera pesada sobre el escritorio y recorriendo la silla hacia atrás al tiempo que respiro de manera profunda. No podía permitirme perder el control sobre mí  misma en aquel momento, pero sabía que mi estado de equilibrio estaba siendo puesto a prueba de manera demasiado fuerte.

Es cuando la recomendación de Hayami viene a mi mente y termino por conceder que ese era el mejor consejo que podía seguir en aquel momento. Si alguien podía manejar aquella situación, y a mí, era mi madre.

Tomé el celular y accedí el menú de marcado rápido sin ver la pantalla, dejando que el sonido del timbre me tranquilizara algunos segundos. Su voz del otro lado no tardó en hacerse escuchar, dibujando una sonrisa discreta en mi rostro de manera casi instantánea.

— Hola madre

— ¡Den, mi tesoro! ¿Cómo estás? — Suspiré de manera pesada, reclinándome en la silla a manera de primera respuesta, ella no necesitó mucho más — Veo que tu padre ya ha hablado contigo.

— Así que también te ha contado — La sensación densa de frío volvió a escalar por mis piernas de manera rápida — Ha hablado a la oficina, le pidió a Hayami no comunicarse conmigo.

— No lo hace para evitarte, Den. Si hablas con él te sentirás más presionada — desvío la mirada al techo mientras hago girar suavemente la silla utilizando la presión de mis pies, no era la respuesta que esperaba — Él tiene tantas ganas de verte como tú a él.

Eso podía tomarlo como algo cierto. Él siempre se sinceraba al hablar con ella y después sus palabras saltaban hacia mí de manera indiscreta cuando el miedo o la presión hacían de las suyas. Como en aquel momento.

— No quiero que crea que no puedo con esto — Cierro los ojos después de soltar las palabras con una exhalación. Mi madre espera algunos segundos antes de responderme en tono suave.

— Siempre has podido, tuviste al mejor maestro para conocer cómo tratar con este tipo de problemas y sé que no fallarás. Ninguno lo hará, son un equipo.

Mis ojos se abren lentamente tras esas palabras. Tenía razón, mi padre sostenía exactamente el mismo peso que yo en aquellos momentos, y si intentábamos apoyarnos el uno en el otro solo conseguiríamos colapsarnos. No éramos una familia grande, pero sabía lo fuertes que podíamos ser.

— ¿Puedo ir a casa hoy?

— Siempre puedes venir — Sonrío de manera suave una vez más al tiempo que  busco la hora en la pantalla del ordenador.

— Será justo la hora de la merienda, ¿Puedo llevar algo?

— Por favor, solo pasa un momento aquí no tengo necesidad de que traigas nada contigo — Ella siempre respondería de esa manera.

— Estaré ahí en un momento — Ella asegura que esperará por mí y yo termino la llamada, poniéndome de pie de inmediato y guardando solo lo necesario en mi bolso. El teléfono fijo sobre el escritorio suena y yo estoy tentada a dejarlo pasar, pero la costumbre termina por traicionarme.




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