Fragancia de media noche

Capítulo ocho: Té de jengibre

Cuando la puerta se hubo cerrado y me encontré plantada delante de mi maleta totalmente abierta, con su contenido discretamente distribuido sobre la cama caí en cuenta de algo: No contaba con una alternativa casual para vestir aquella tarde.

Cada conjunto empacado con cuidado había sido seleccionado para el ámbito ejecutivo al que se remitía el viaje a Tokio y ahora caía en cuenta que la llamada nocturna de Satoru debió haberme advertido para colocar un recambio mucho más relajado. Pero ahora no era momento para lamentarse, y tampoco tenía tiempo.  

Improviso lo mejor que puedo, eligiendo una sencilla blusa marrón de cuello bajo, una falda negra totalmente recta y los zapatos bajos que había utilizado durante el vuelo. No estoy totalmente satisfecha con la apariencia pero aquella era la mejor opción posible.

Me tomo un momento para enviar los mensajes pertinentes a Hayami, quien no deja de maldecir tras mi corto y sumamente censurado relato de mi encuentro personal con Daiki. Sin embargo toda la ira de la chica parece difuminarse cuando le notifico que estaría fuera del hotel el resto de la tarde.  Una vez confieso que será en compañía de Satoru es arrojar la cerilla directamente a la pólvora.

La castaña tiene decenas de cuestionamientos y yo no puedo responder ni si quiera la mitad. Insiste por mantenerse enterada en todo momento de nuestros movimientos, pero yo no estoy dispuesta a usar el celular a cada momento así que de muy mala gana se conforma con la promesa de una charla cuando regresara al hotel.

Cuando termino de ajustar el contenido de mi bolso y me encuentro por fin bajando hasta la recepción del hotel Satoru ya está esperándome, sentado en el mismo sitio que yo había ocupado por la mañana antes de dirigirnos a la reunión.

A diferencia de mi él lucía completamente diferente al hombre que había podido conocer hasta ese momento.  Cercano a la estética que me había mostrado el día que se presentó en mi oficina con el portafolio de bocetos bajo el brazo, pero con un aire que se alejaba totalmente de la formalidad.

Pantalones relativamente estrechos de una tonalidad marfil clara, una sencilla camiseta gris sin estampado y una camisa azul oscuro sobre ella, semejante a tela de vaqueros. Las deportivas en sus pies y las mangas recogidas lo hacían ver sorprendentemente menor, atento a la pantalla de su celular.

Me aproximé más despacio de lo que hubiera querido, pero por buena o mala suerte él me nota antes de tener que pensar en una manera de llamar la atención, provocando que se ponga de pie de inmediato. La diferencia de altura, tal como el día de mi cumpleaños en casa de mi madre, era notoria.

No estoy preparada para el momento en el que eleva las cejas y sonríe amplio de manera divertida.

— ¿Tan formal? — Boqueo un momento antes de poder asimilar su tono relajado y su voz delatando un ligero acento extranjero que hasta el momento no había notado.

— No he contemplado nada informal — Él ríe y yo enmudezco, sonriendo solamente un momento con mi vista en él. Era completamente otra persona.

— Supongo que funcionará de cualquier manera, si es lo que te hace sentir bien.

Mi cabeza aún intenta procesar la facilidad con la que se dirige a mí en primera persona cuando su brazo traza el camino para avanzar, y yo obedezco. Incluso el garbo que utiliza al caminar a mi lado es diferente. Fresco, joven, relajado. Aquel hombre parecía una persona ajena a la rectitud absoluta con la que se comportaba normalmente.

Lo dejo guiándonos hacia el exterior y de manera instintiva busco el auto asignado para la empresa, cayendo en cuenta que tendría que haber notificado al chofer que requeriría de sus servicios. Aún me pregunto si considerará apresurada la petición cuando Satoru toca mi hombro, haciéndome girar la cabeza  en un respingo.

Sus dedos  me señalaron un solitario taxi esperando por sus pasajeros, que parecíamos ser nosotros. Asumo que él lo ha solicitado desde la recepción del hotel y me limito a seguirlo una vez más. Podía ser franca conmigo misma y admitir que Tokio sin la seguridad del auto privado me provocaba poco más que miedo.

Satoru subió conmigo a la parte trasera del auto y cuando el chofer cuestionó nuestro destino el pelinegro le alcanzó un trozo de papel cuidadosamente doblado. El hombre leyó lo que fuera que estaba escrito y emprendió la marcha. Yo lo miré de manera acusadora al instante y no estoy preparada para la sonrisa fácil que aparece en su rostro al tiempo que se encoge de hombros.

— Creo que es mejor que sea una sorpresa  — Mi expresión se mantiene y el termina colocando una mano sobre mi hombro — Relájate, Den.

Habíamos acordado aquello, permitimos el llamarnos por nuestro primer nombre, y aquella voz sonaba mucho más a la que había realizado las llamadas nocturnas, pero resultaba demasiado extraño. Fue entonces cuando la advertencia de mi padre tomó fuerza en mis ideas y lentamente corregí mi postura.




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