“Lys Garden replica el plato insignia de Lumé: langosta en mantequilla cítrica, con idéntica textura, montaje y técnica. Coincidencia… o copia descarada?”
Ahí estaba. Otra vez.
El artículo llevaba menos de una hora publicado y ya tenía cientos de compartidos. La foto comparativa era casi una obra de arte: dos platos en un fondo blanco, separados por una línea roja como si fuéramos sospechosos en una escena del crimen culinario.
Resoplé. Tomé un sorbo de café frío y murmuré, sin levantar la vista:
—Qué sorpresa, otro día y una foto nueva.
Kallie, mi sous-chef y amiga, asomó la cabeza desde la estación de carnes con el mismo gesto que pone cuando un cliente pide ketchup para acompañar un filete wagyu.
—Elo… ¿viste la nueva publicación?
—No. Me lo implantaron directamente en la córnea —le respondí, secándome las manos con una toalla.
—Dicen que copiamos el plato de Lumé.
—Sí, lo vi. Y, spoiler: no lo hicimos, estoy cansada de esas historias falsas.
Ella soltó un suspiro de pesar. Yo no. No porque me doliera (aunque dolía), sino porque ya sabía de dónde venía la jugada. Cassian Dumont. Chef estrella, sonrisa de revista, ego del tamaño de su letrero luminoso azul.
Ese hombre podía convertir una receta de puré en una declaración de guerra, desde que llegó todo ha sido más que indirectas.
Salí del calor sofocante de la cocina, atravesando el pasillo donde los meseros corrían con bandejas y disculpas. En el comedor, el murmullo de los clientes mezclado con la música suave casi lograba disimular el temblor de mi mandíbula.
A simple vista, Lys Garden seguía en su esplendor: copas de vino, luces cálidas, una pareja riendo en la mesa seis. Pero bastaba con mirar mi celular para recordar que, detrás de esa fachada, todo pendía de un hilo digital.
Respiré hondo, marqué el número que sabía de memoria.
—Dime que ya lo viste —fue lo primero que dije cuando Ruby respondió.
—Lo vi. Y, antes de que te dé un infarto, ya eliminé los comentarios más tóxicos.
—¿Tóxicos? Ruby, eso era Chernóbil en versión gourmet.
—Elodie, tranquila…
—No me digas “tranquila”. ¿Tú sabes lo que significa que un crítico con un millón de seguidores diga que “copié”? Eso no es crítica, es chantaje disfrazado de opinión.
—Entonces denúncialo.
—Y le doy justo lo que quiere: más atención. No, gracias.
Silencio. Se escuchaba el sonido de las copas y el tintinear de los cubiertos desde el comedor. Por un momento, me quedé mirando las luces suspendidas sobre el bar. El reflejo en el vidrio mostraba mi rostro tenso, pero decidido.
—Voy a renovar el restaurante. —dije al fin.
—¿Qué? ¿Por el artículo?
—Por estrategia. Si no puedo callarlos, que hablen de otra cosa. Nuevo diseño, nueva carta, nuevo enfoque.
—¿Y el presupuesto?
—Ya lo tengo. —respondí, encendiendo la tableta para revisar los planos antiguos que guardaba desde hace meses—. Lo único que necesitaba era una buena excusa.
Ruby suspiró, esa mezcla entre resignación y complicidad.
—Solo dime que no vas a hacer nada impulsivo.
—¿Impulsiva yo? —le sonreí, aunque ella no podía verlo—. No, tranquila. Solo voy a reconfigurar el sistema eléctrico, cambiar las lámparas, demoler una pared o dos.
—Elodie… ¿sabías que el vecindario está teniendo cortes de luz esta semana?
—Ajá.
—¿Y?
—Si el destino quiere competencia, la tendrá. Y si el vecindario se queda sin luz por culpa de mi remodelación, que culpen a la suerte, porque yo no sería.
Ruby soltó una carcajada suave.
—A veces me asustas.
—Eso me mantiene viva, cariño.
Corté la llamada antes de que me hiciera cambiar de opinión.
Guardé el teléfono, subí las mangas y volví a la cocina. El ruido me recibió como siempre: ollas, órdenes, vapor, vida.
—Kallie, quiero que revises las reservas del fin de semana —dije mientras extendía los planos sobre la mesa de acero—. Vamos a necesitar reorganizar todo esto.
—¿Está segura, chef?
—No, pero cuando la estupidez te rodea, lo único sensato es tomar el control.
Me incliné sobre los planos, con el bolígrafo en la mano. Las líneas, las medidas, las notas marginales en tinta roja. Todo era mío. Mi terreno. Mi guerra.
Miré por el ventanal al frente del restaurante. Lumé brillaba con su fachada blanca y su cartel luminoso que parecía burlarse de mí. Cassian Dumont, seguramente dentro, revisando su copa de vino, convencido de que había ganado la jugada.
Sonreí. Una de esas sonrisas que no anuncian paz.
Que anuncian estrategia.
Y mientras la noche se hacía más densa, pensé en silencio:
Puede que hoy me acusen de copia… pero mañana, Cassian, vas a necesitar una linterna para encontrar tu ego en medio del apagón.
☁️
Bienvenidos a esta nueva historia!
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¡Disfruta el sabor, la tensión y el fuego entre Elodie y Cassian!
Nos vemos en el siguiente capítulo.