Fuego cruzado

Capítulo 4

No habían pasado ni veinticuatro horas desde el pequeño show de las cadenas, y el restaurante ya respiraba su ritmo habitual.
Hasta que lo vi cruzar la calle, ahora es cuando más se la pasa saliendo, antes no se sabía de él.

Cassian.
Impecable como siempre, camisa blanca, mangas dobladas, y esa seguridad absurda que parecía venir incluida con él.
Solo verlo me hizo suspirar. No de la forma romántica. Más bien de la forma “¿por qué el universo me odia?”.

—Lo que me faltaba —murmuré entre dientes, justo cuando empujó la puerta y entró con esa sonrisa que ya empezaba a parecerme un problema público.

—Tranquila —dijo, apoyándose en el marco de la puerta—, no vengo a encadenarte hoy. Solo quería comprobar si los postres de “la chef más comentada de la semana” realmente merecen la fama.

—Oh, claro, la fama —respondí con una sonrisa perfectamente ensayada—. Lástima que venga acompañada de rumores tan… inspirados.

Cassian arqueó una ceja, divertido.
—¿Los rumores de que copiaste mi plato?

—Es curioso, ¿no? Que justo aparezcan después de que tu sous-chef viniera por aquí “a comprar un pastel”.

—Quizá solo le gustó el pan —replicó él, con una sonrisa apenas contenida—. No es un delito apreciar el talento del enemigo.

—¿Enemigo? —pregunté, inclinándome levemente hacia el mostrador—.
Si me lo preguntas, tú mismo te ganaste ese título.

—¿Y según tú, qué hice exactamente?

—Nada grave, solo sembrar un pequeño caos en mi reputación —dije con calma, mientras giraba una taza entre mis dedos—. El villano suele dejar rastro. En este caso, cadenas, candados… y una crítica malintencionada.

Cassian soltó una risa baja, tan provocadora como su perfume.

—Tienes talento para exagerar, ¿lo sabías?

—Y tú para aparecer justo cuando no te invitan —dije, sin mirarlo directamente, solo lo suficiente para que notara la sonrisa que intentaba ocultar.

Por un instante, el silencio se llenó de algo indefinible. No hostilidad. Algo más… curioso. Como si ambos se estudiaran con cautela.

Cassian ladeó la cabeza, observándome con atención.

—No entiendo por qué te empeñas en verme como un villano.

—Porque el villano, Cassian, siempre tiene la mejor entrada —respondí con suavidad.

Él sonrió despacio, bajando la mirada.

—Y a veces, la peor reputación.

—Bueno, tú sabrás de eso —le dije, cruzando los brazos, esta vez sin dureza, más bien divertida.

Ruby apareció en escena, secando un vaso y mirando de reojo.
—¿Le sirvo algo al caballero, o prefiere seguir ensayando líneas de telenovela?

Cassian no se inmutó.
—Un postre de esos que tienen si azúcar, por favor.

—Perfecto —dijo Ruby— Ya regreso con su pedido.

Yo puse los ojos en blanco, y Cassian soltó una risa ligera.

—Ves, creo que ella y yo podríamos llevarnos bien.

—Dale unos días —respondí, alzando una ceja—. Tiene un talento especial para detectar malas influencias.

Cassian tomó el café que Ruby dejó frente a él, lo probó sin apartar la vista de mí.
—Deberíamos aprender a coexistir en este barrio sin declararnos la guerra.

—Claro —dije, recogiendo un plato y dándole la espalda con una sonrisa que sabía que lo irritaría—.
Aunque algunos parecen disfrutar demasiado de las guerras pequeñas.

Él dejó unas monedas sobre el mostrador.
—Nos veremos pronto, Elodie. —Y antes de girar hacia la puerta, añadió—: Ah, dile a tu plomero multifunción que deje de estacionarse frente a mi local. Daña la estética del paisaje.

Lo observé salir, en silencio. Ruby se me acercó, bajando la voz.

—¿Cómo demonios sabe quién es Jhon?

—No tengo idea —respondí—, pero empiezo a sospechar que ese hombre tiene demasiado tiempo libre.

Cassian cruzó la calle y, justo antes de entrar a su restaurante, volteó.
Me sonrió.
Yo respiré hondo y le devolví la sonrisa, una de esas que no dicen “adiós”, sino “no he terminado contigo todavía”.

Ya todos se habían ido hacía rato.
El restaurante estaba en silencio, solo quedaba el zumbido del refrigerador y el parpadeo intermitente de una lámpara que juré iba a cambiar hace dos semanas.
Yo seguía ahí, rodeada de facturas, notas de pedido y un montón de papeles que parecían multiplicarse cuando parpadeaba.
Eran casi las doce, y mi cerebro pedía descanso desde las diez.

Suspiré, tomé el teléfono y marqué el contacto que decía “Mamá”.

—Hola, mi amor —su voz sonó cálida, como siempre—. Te siento cansada.
—Y lo estoy, mamá. Hoy fue un día eterno.
—Tu aura debe estar hecha un caos —dijo con tono dramático.
—Por favor, no empieces con eso.
—No, no, escúchame. Cuando uno se carga de tantas cosas, la energía se enturbia. Te dije que usaras el baño con agua de romero y cáscara de naranja. ¿Lo hiciste?
—Mamá…
—Elodie.
Rodé los ojos aunque ella no pudiera verme.
—No, no lo hice.
—Ajá. Por eso estás así, toda revuelta. Y alzada también.
—¿Alzada?
—Sí, hija, el amor te tiene el aura inquieta.
—Mamá, lo único que me tiene inquieta son los números y los proveedores.
—Ajá… —alargó la sílaba con esa ironía tan suya—. Mira, cuando el universo quiere enseñarte paciencia, te manda pruebas con ojos bonitos.
—¿Por qué siento que eso venía con nombre y apellido?
—Porque lo tiene, cariño.
Reí sin poder evitarlo.
—Prometo limpiar el aura.
—Y cenar. No se resuelve nada con el estómago vacío.
—Sí, señora.
—Que los ángeles te acompañen, mi amor.
—Y a ti también.

Colgué sonriendo.
A veces pienso que mamá vive en otro plano astral, pero de alguna forma siempre logra aterrizar justo donde me duele.

Me levanté y fui hasta la cocina.
El silencio del lugar me reconfortaba, esa sensación de tener todo bajo control… o al menos fingirlo.
Abrí el refrigerador y saqué un trozo de carne, unas verduras y una ramita de romero.
Encendí la estufa.
El aceite empezó a chispear y ese olor a ajo dorándose llenó el aire.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.