Fuego cruzado

Capítulo 6

La lluvia había parado, pero el aire seguía impregnado de ese olor a ciudad mojada, mezcla de asfalto y promesas que se diluyen con el agua.
Yo estaba revisando la caja, sumando mentalmente el desastre del día, cuando escuché los tacones.
Tacones firmes. No caminaban, anunciaban.

—Dime que no estoy soñando —dijo una voz antes siquiera de cruzar la puerta—. ¡Eres más guapa en persona! Qué injusto, cariño.

Navira DeSaint.
Cobriza, desbordante y ruidosa. Cabello con volumen, labios coral, gafas enormes y un abrigo mostaza que gritaba “mírame” con la misma autoridad con la que yo gritaba “déjame en paz”.
Una celebridad del mundo gastronómico, con el carisma de un huracán y cero respeto por el espacio ajeno.

—¿Y tú eres…? —pregunté, porque alguien tenía que marcar límites.

—La que te va a sacar del purgatorio mediático, Perkins —respondió sin pestañear, dejando su bolso sobre la barra con gesto teatral—. Pero primero: café. Negro, fuerte, sin azúcar. La vida ya tiene suficientes edulcorantes.

Serví dos tazas. No porque quisiera, sino porque había algo en su tono que sonaba a orden disfrazada de encanto.

—¿Y a qué debo el honor? —pregunté, entregándole la suya.

—A un capricho divino… y a mis números en redes —suspiró—. Estoy preparando un artículo especial: Fusión de autor. Dos chefs. Dos estilos. Un experimento culinario y emocional. Tú, querida, estás en mi lista.

—Suena… suicida.

—Perfecto. El riesgo vende —replicó, ya sacando su tablet—. Pero necesito un contrapeso. Alguien que genere fricción, historia… conversación.

—¿Qué tan “conversación”? —pregunté, con el presentimiento exacto que odiaba tener.

Su sonrisa fue lenta, casi compasiva.
—Cassian Dummont.

Silencio.
De esos que crujen entre las costillas.

—No.

—Sí.

—Ni loca.

—Eso suena a reprimido.

Me crucé de brazos.
—Navira, de verdad. No voy a cocinar con ese hombre.

—No dramatices. Nadie te pidió matrimonio. Solo que cocinen y se vean terriblemente atractivos mientras lo hacen.

—No funcionamos juntos.

—Por eso precisamente funciona. —Se acomodó las gafas—. Perkins y Dummont. Dos egos, una cocina, fuego. El título se escribe solo.

—Esto no es un show.

—Lo será si lo haces bien.

La miré, sin ceder. Ella sonrió como quien acaba de ganar una apuesta.

—No pienso…

—Ya lo estás pensando —me interrumpió, levantándose con la elegancia de quien siempre tiene la última palabra. Agarró su bolso y, de paso, mi muñeca.

—¿Qué haces?

—Arrastrarte hacia tu renacimiento profesional. Vamos a ver al vecino.

Atravesar la calle con Navira era como caminar dentro de una explosión perfumada.
Y, por supuesto, el destino tenía un sentido del humor exquisito: Cassian Dummont estaba justo frente a la ventana de Lumé, copa en mano, observándonos con esa calma peligrosa que solo tienen los hombres que disfrutan viendo a otros perder el control.

Cuando entramos, levantó la vista y sonrió.
Esa sonrisa. Arrogante, lenta, precisa.
Cassian sabía que el silencio podía ser un arma.

—Bueno, bueno… —dijo, apoyándose en la barra, la voz ronca, casi divertida—. ¿Qué tenemos aquí? ¿Una visita amistosa o un intento de espionaje con tacones?

—No te emociones —respondí—. No vengo por ti.

—Mentir antes del postre, Perkins, eso sí que es pecado.

Navira chasqueó los dedos.
—Niños, por favor, guarden esa tensión sexual para la cámara.

Cassian arqueó una ceja.
—¿La cámara?

—Proyecto Fusión de autor. —Su tono destilaba emoción—. Quiero que cocinen juntos. Entrevista, receta y un toque de drama controlado.

Él sonrió con media boca, dejando la copa sobre la barra.
—¿Juntos? ¿En serio?

—Sí. Dos genios del sabor, una cocina y la posibilidad de que terminen tirándose los platos… o mirándose como si fueran el postre.

Me crucé de brazos.
—Paso.

—Qué raro —replicó Dummont—, pensé que te encantaba inspirarte en mis ideas.

—Ten cuidado, Dummont. No quiero tener que darte crédito por algo más.

Navira soltó un aplauso.
—Oh, los amo. No necesito guion. Solo cámaras y buena luz.

Cassian la ignoró y me sostuvo la mirada.
Había algo distinto en sus ojos. Menos arrogancia, más curiosidad.
—¿Y yo qué gano con esto? —preguntó, sin romper el contacto visual.

—Visibilidad, atención… y la oportunidad de trabajar con alguien más brillante que tú —contestó Navira con desparpajo.

Cassian sonrió de lado.
—Difícil, pero tentador.

Rodé los ojos.
—No pienso hacerlo.

—Ya lo aceptaste —dijo Navira, segura, sacando su teléfono—. Mañana a las nueve. Aquí. Mi equipo grabará.

—¿Y si no voy? —pregunté.

—Entonces la nota dirá que Cassian Dummont cocinó solo porque su competencia perdió el sabor del valor.

Cassian rió, bajo.
—No querrás decepcionarme así, Perkins.

Le lancé una mirada que en otro hombre habría sido suficiente para detenerlo.
En él, provocó el efecto contrario.
Sus labios se curvaron apenas.

—Nos vemos mañana —dijo con voz baja, casi un roce.

—Si no te atragantas antes —respondí, aunque mi tono no sonó tan firme como quería.

Su risa me siguió hasta la puerta.
Una risa cálida, arrogante, peligrosa.
Y, maldita sea, cómo sonaba.

Esa noche, Lys Garden estaba vacío, pero mi cabeza no.
Cassian, con su sonrisa ladeada.
Navira, con su plan suicida.
Y yo, atrapada entre el orgullo y la curiosidad… y algo más que no quería nombrar.

El teléfono vibró sobre la mesa.
Un nuevo mensaje.

Cassian:
“Trata de no llegar tarde, chef. El infierno abre puntual.”

Sonreí, aunque no quería.

E.Perkins:
“Qué amable de tu parte avisar. No suelo llegar tarde a mis juicios.”




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.