La noche era tranquila, el restaurante vacío, y Ruby ya se había marchado. Cerré la caja, guardé las copas limpias y bajé la intensidad de las luces. Lys Garden dormía.
Yo también quería hacerlo, pero mi cabeza no me dejaba.
Salí al estacionamiento con las llaves en la mano, dispuesta a no pensar, cuando lo vi.
Apoyado contra su coche, camisa blanca arremangada, el cuello un poco húmedo por la llovizna, Cassian parecía parte del paisaje. Como si la noche lo estuviera esperando.
—Genial —susurré para mí, apretando la mandíbula—. Justo lo que necesitaba.
Me vio, claro que me vio.
Y cuando su mirada se cruzó con la mía, esa calma que había logrado construir se desmoronó sin hacer ruido.
—Elodie.
—Cassian. —No fue un saludo, fue una constatación.
Él dio un paso hacia mí, lento, medido.
—No quería interrumpir. Solo… el coche decidió rendirse.
—¿Rendirse?
—Sí. Creo que se ofendió con la lluvia. O conmigo. No lo culpo.
Me crucé de brazos.
—¿Y un amigo?
—Mi amigo, Mike no contesta llamadas después de las nueve. Tiene una regla. No me gusta ir en taxis, buenas experiencia no he tenido, ni paciencia para esperar una grúa, y… —hizo una pausa, mirándome con esa mezcla entre ironía y sinceridad— sinceramente, ¿quién mejor que tú para sacarme de esto?
No pude evitar sonreír, apenas.
—Eso fue casi un cumplido.
—Fue totalmente uno. —Su voz bajó un poco—. Aunque sé que no lo necesitabas para ayudarme.
Lo observé un segundo más, y luego suspiré.
—Sube antes de que cambie de opinión.
Cassian abrió la puerta y entró sin decir palabra. El aire del coche se llenó con su aroma —limón, madera, y algo indefinible—.
Puse el motor en marcha. La lluvia marcaba un ritmo suave sobre el techo, como si quisiera acompañarnos.
Durante los primeros minutos, no hablamos. Él miraba por la ventana, y yo intentaba recordar por qué había accedido a esto.
—Tu restaurante estaba lleno hoy —dijo de pronto, rompiendo el silencio.
—A veces lo está.
—No lo digo por cortesía. Lo digo porque lo vi. Pasé por allí hace un rato. Parecías… en tu elemento.
—Trabajo. Eso hago.
—No, Elodie. No era solo trabajo. —Giró el rostro hacia mí—. Era esa forma en que te mueves entre las mesas, esa concentración… parecías alguien que está justo donde quiere estar.
Sentí el peso de su mirada.
—¿Y eso te sorprende?
—Me intriga. —Su tono fue suave, casi íntimo—. Hay gente que solo existe en los lugares donde se siente observada. Tú existes incluso cuando nadie te mira.
No supe qué responder. Lo miré de reojo, intentando descifrar si lo decía en serio. Pero lo hacía. Cassian no mentía con los ojos.
—A veces creo que tú sí observas demasiado —dije al fin.
Él sonrió con un gesto apenas visible.
—Es una deformación profesional.
—¿Y cuál es tu profesión exactamente? —pregunté, sin disimular la curiosidad.
—Porque, a estas alturas, no tengo idea si hablas en serio cuando dices que trabajas… o si en realidad solo apareces donde menos te espero.
Cassian soltó una pequeña risa, la clase de risa que suena baja, sin intención de ser burlona.
—Podría decirte que tengo un puesto estable, con horario y responsabilidades. Pero sería una mentira aburrida.
—Eso suena a que haces algo que no debería ser aburrido.
—Toco muchas puertas —respondió tras una pausa, mirándome un instante antes de volver la vista al frente—. A veces por necesidad, otras por simple curiosidad. Supongo que hago demasiadas cosas, y ninguna termina de definirme.
—Eso suena a inestabilidad. —Le lancé una mirada lateral.
—O a libertad. —Sonrió apenas—. Aunque últimamente… —dejó que el silencio se estirara un segundo—, últimamente solo intento entender a la gente.
—¿A la gente? —repetí, arqueando una ceja—. Qué noble propósito. ¿Y cómo te va con eso?
—Contigo, mal. —Soltó una risa baja, ronca, sincera—. No sé si me odias, me toleras, o te estoy empezando a caer bien.
Me reí, suavemente.
—Tal vez todo a la vez.
—Eso es un progreso. —Giró la cabeza hacia mí con esa mirada que desarma, una mezcla entre desafío y calma.
El semáforo cambió a rojo. Las luces bañaron el interior del coche con un tono carmesí, reflejándose en el cristal y en su perfil. Las gotas caían lentas sobre el parabrisas, y el sonido tenue de la lluvia parecía llenar los espacios que nuestras palabras dejaban vacíos.
Cassian apoyó el brazo en la puerta, relajado, pero con esa atención que se siente incluso cuando no se muestra. Giró un poco hacia mí, su voz bajó de tono, más grave, más cercana.
—No te voy a mentir, Elodie. —Sus ojos se posaron en los míos con una serenidad peligrosa—. Pensé que no querías verme ya, digo tus evasivas me lo decía todo. Y pensaba que lo más sensato era mantener la distancia. Pero… hay algo en ti que no me deja alejarme del todo.
El silencio que siguió fue distinto. No incómodo, sino denso, cargado.
Mi corazón dio un vuelco sutil. No era una declaración, pero tenía el peso de una.
—Eso suena a problema —dije finalmente, con una sonrisa que intentó restarle gravedad a mis propias emociones.
Él sostuvo mi mirada, la voz baja, casi un susurro.
—Lo es. Pero los problemas interesantes no se evitan, Elodie. Se entienden.
El semáforo volvió a verde, y la luz bañó el tablero, devolviéndonos al movimiento.
Seguí conduciendo. No había necesidad de hablar más, y sin embargo, algo en el aire pedía que no se acabara ahí.
Porque, de alguna forma, ambos sabíamos que aquel silencio no era un punto final… sino una respiración contenida antes del siguiente paso.
Cuando llegamos al edificio, Cassian se giró hacia mí.
No habló de inmediato. Solo me observó, con esa calma peligrosa que parecía medir cada reacción antes de provocarla.
—¿Quieres subir un momento? —preguntó finalmente, sin énfasis, sin promesas vacías.