Fuego cruzado

Capítulo 11

Di media vuelta para encararlo. Error. Estaba demasiado cerca. Ese tipo de cerca que debería estar prohibido si una quería mantener su ritmo cardiaco estable. Sostuvimos la mirada unos segundos que parecieron una confesión entera.

—Cassian… —inspiro despacio—. Yo sé que tú fuiste el que escribió esa reseña.

Él dejó caer su sonrisa. No el humor, ni la coquetería. La sonrisa. Fue como ver cómo un escenario cambiaba de iluminación.

—No, cariño —dijo con un tono grave, un tono que no se usa para discutir, sino para sentenciar—. Estás señalando a la persona incorrecta.
Se inclinó un poco más hacia mí.

—No soy tan ruin para hacer algo tan sucio.

—Pero… —intenté replicar.

Él levantó su mano y apoyó suavemente su dedo índice en mis labios. Un gesto lento, seguro, que me encendió la piel como si hubiera bajado la luz de todo el lugar solo para que ese toque existiera.

Me ruboricé. Horriblemente. Él lo notó. Lo disfrutó.
Intenté apartarlo con un manotazo suave, casi simbólico, pero él solo rió bajo… un sonido grave que vibró entre nosotros.

—Si yo quisiera darle pelea a mi rival —continuó, ladeando la cabeza, mirándome con una intensidad descarada, de esas que te quitan el aire— lo haría en la cocina. Preparando mis platos. No haciéndome el anónimo, cariño.

Me mordí el labio. Error otra vez. Él siguió la línea de mi boca como si fuera una invitación accidental.

—¿Y cómo pelearías conmigo… si la pelea fuera fuera de la cocina? —pregunté antes de pensarlo. Mi voz sonó más ronca. Más curiosa. Más expuesta.

Él bajó la mirada a mi boca, luego a mi cuello, luego subió de nuevo.
No tenía derecho a verme así.
Y aún así lo hacía.

—Si fuera contigo… —se acercó un centímetro más, apenas, pero suficiente para volverse irrespetuosamente íntimo— sería en una habitación. Y en una cama.

Abrí la boca, escandalizada, caliente, confundida.
Le pegué en el hombro. Suave. Demasiado suave.
Él se agarró el hombro exagerando una expresión de dolor.

—¡Ay! —gimió teatralmente, inclinándose hacia adelante—. Me heriste. Mortalmente.

—Eres imposible —susurré, entre riendo y tratando de no caer en su juego.

—Ah, sí —dijo él, enderezándose, pero en vez de alejarse… me tomó de la cintura con una rapidez y se dejó caer hacia atrás.
Soltó una risa baja mientras yo caía sobre él, apoyando las manos donde pude: su pecho.
Un pecho duro. Firme. Cálido. Vivo bajo mis palmas.

Mi respiración se detuvo. La de él también… pero la suya se reanudó primero.

—Siempre quise que terminaras encima de mí… pero imaginaba una versión menos accidental —murmuró, subiendo una mano lenta por mi espalda.

—Cassian… —trato de recuperar aire, distancia, dignidad. Falla todo—. Suéltame.

—Ah. Ahora sí te da pena —sonrió, con esa expresión que promete problemas—. Qué curioso… porque hace un minuto estabas preguntando cómo pelearía contigo en una cama.

—¡Eso no fue—!

—¿Tienes miedo de la respuesta? —me interrumpió.
Su voz era suave, pero cargada. Cargada de intención, de peligro, de un deseo contenido que me encendía la piel sin tocarme más.

—Yo no tengo miedo de ti —susurré.

—Entonces mírame y dímelo otra vez —dijo, con una voz tan baja que me recorrió entera.

Y lo miré.

Ahí empezaba el verdadero problema.

Porque Cassian no desvió la mirada como un hombre que juega.
La sostuvo como alguien que ya decidió perderse un poco… y no le importa.

Su respiración chocó con la mía.
Caliente. Desordenada. Cercana de un modo que ya no podía fingir que era accidental.

Mis manos estaban sobre su pecho, intentando empujarme para incorporarme, pero en lugar de eso terminé aferrándome un poco más. No por decisión. Por supervivencia.

—Entonces —murmuró él, con esa voz que parecía un roce de dedos por la piel—, ¿tienes miedo o no?

Tragué saliva.
Mi orgullo quería una cosa; mi cuerpo, otra muy distinta.

—No —susurré, sosteniéndole la mirada.

Cassian sonrió. Pero no fue una sonrisa amplia ni arrogante. Fue lenta. Íntima.
Una sonrisa que se siente más que se ve.

—Bien —dijo, sin mover un solo músculo más que los labios—. Porque yo no estoy aquí para asustarte.

Su mano en mi espalda subió apenas, rozando el tejido de mi camisa, en un gesto que no fue invasivo… pero que encendió cada centímetro de mi piel.
Cerré los ojos un instante, lo suficiente para que él lo notara.

—Elodie…— Abrí los ojos de nuevo.

Cassian estaba ahí.

Una contradicción perfecta.

—Esto… —él bajó la voz aún más— no estaba en mis planes.

—¿Qué cosa? —pregunté sin pensar.

—Que te sintieras así —dijo mirándome como si pudiera leer bajo mi respiración acelerada—. O que yo te sintiera así.

Mi pulso se descompuso.
—No me estás sintiendo —dije, torpe, intentando recomponerme.

—No todavía —replicó él, tan suave que dolió.

Me enderecé un poco, intentando tomar distancia. Él me dejó moverme, pero su mano quedó en mi cintura unos segundos más… como si aún no quisiera soltarme del todo.

Cuando me puse de pie, él también lo hizo.
Cercano, pero no encima.
Lo suficiente para que el espacio entre nosotros fuera un recordatorio, no un escape.

—No deberías decir esas cosas —susurré, arreglando mi camisa para no enfrentar sus ojos.

—¿Porque te molestan… o porque te provocan? —preguntó él, caminando un paso hacia mí.

—Cassian… —advertí.

—Elodie —respondió con la misma calma peligrosa.

Ese hombre sabía usar mi nombre como si fuera un secreto entre dientes.

—Quiero preguntarte algo —dijo, inclinando la cabeza apenas.

—No prometo responder —dije sin pensarlo.

Él sonrió despacio, como si esa resistencia lo alimentara.

—¿Por qué pensaste que yo escribiría una reseña así? —preguntó finalmente.
No había burla.
No había juego.
Había algo parecido a duda… o herida.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.