La campana de la tienda tintineó cuando entramos, dejando que el aire frío de la calle se mezclara con un olor suave a sándalo, jazmín y algo más… algo que no podía identificar, pero que envolvía todo con una calma casi hipnótica.
Mi madre sonrió, respirando como si hubiera llegado a un templo.
—Ay, Elodie… —suspiró—. ¿No te encanta cuando un lugar huele a paz?
Yo murmuré algo parecido a un “sí” mientras mis ojos vagaban por estantes llenos de velas, inciensos, tés de luna, cristales cargados de sol, sal rosa, aceites esenciales y pequeñas figuritas talladas a mano.
Todo precioso.
Todo totalmente incapaz de distraerme de lo único en lo que llevaba pensando desde que abrí los ojos esa mañana.
Cassian.
Su respiración cerca.
Ese segundo antes del beso que no llegó a serlo.
La forma en que mis piernas casi fallaron cuando escuché la voz de un hombre que resultó ser del hermano entrando por la puerta.
Y yo…
huyendo.
Literalmente huyendo.
Mi madre caminaba despacio, acariciando frascos, leyendo etiquetas, flotando entre las estanterías con esa elegancia serena que siempre la hacía ver como si perteneciera a otro plano más elevado que el resto del mundo.
—¿Estás bien, mi amor? —preguntó mientras escogía un aceite de romero—. Tienes una energía… distraída.
Yo fingí observar unos cristales.
—¿Distraída? No, para nada —mentí con la convicción de un mal actor secundario.
Mi madre soltó una risita suave.
—Elodie… tienes la mirada de alguien que está físicamente aquí, pero mentalmente… —dio un gesto amplio con la mano— orbitando en algún sistema solar ajeno.
Yo jugué con una vela aromática entre mis dedos.
—Es que dormí poco.
—Ah —dijo ella, con ese tono que no decía “te creo” sino “sé exactamente lo que estás ocultando y estoy esperando a que tengas la decencia de admitirlo”—. ¿Insomnio súbito? ¿Pensamientos inquietos? ¿O quizá…?
Me lanzó una mirada lateral, divina y peligrosa.
Esa mirada maternal que decía: No hay escape, hija. Yo te parí, no puedes mentirme.
Suspiré.
—Mamá…
—Ajá.
—No ha pasado nada.
—Oh, entonces sí es un hombre —asintió con satisfacción, oliendo un frasquito de lavanda—. Cuando una mujer dice “no ha pasado nada” es porque ha pasado algo… o estuvo a punto de pasar.
Casi me atraganto con mi propia respiración.
—¿Cómo sab—
—Porque yo también tuve tu edad —contestó, riendo—. Y porque tienes la boca tensionada, las orejas rojas y te estás mordiendo el interior de la mejilla. Eso es lenguaje corporal de atracción reprimida, cariño.
Genial.
Perfecto.
Magnífico.
Tenía una madre que leía auras, energías, chakras y también mis micro-expresiones.
Tomé un frasco de esencia sin mirar realmente lo que era.
Mi madre siguió avanzando por los pasillos.
—¿Quieres contarme qué o quién te tiene tan… inquieta?
Solté el aire despacio.
—No es nada.
—Elodie…
—Fue solo un… momento.
—¿Momentito? —sus ojos brillaron—. ¿De esos que terminan con un beso… o casi?
Mi alma salió por la nuca.
—¡Mamá!
Ella rió, encantada.
—No tienes que decirme con quién. Solo dime cómo te sentiste. Eso es lo importante.
Me quedé callada un segundo, tocando un colgante de amatista.
—Me sentí… —cerré los ojos un instante— como si el tiempo se hubiera quedado suspendido. Como si mi cerebro dijera que era una mala idea, pero mi cuerpo… no estuviera de acuerdo.
Mi madre bajó lo que tenía en la mano y me miró con esa ternura cálida que siempre derrite mi armadura.
—Eso, mi amor, se llama química. Sucede poco. Y cuando sucede… —tocó mi brazo— es porque la vida quiere decirte algo.
Yo respiré hondo.
—No sé si es buena idea.
—Las mejores cosas de la vida rara vez comienzan como una buena idea —respondió ella, con una sonrisa sabia—. Pero cuéntame… ¿qué pasó?
—Nada. O sea… —miré al piso— casi.
—Ah… —asintió ella, entendiendo todo sin necesidad de detalles—. Un “casi beso” es peor que un beso.
—¿Por qué?
—Porque se queda en la mente, repitiéndose como un eco —tocó el centro de su pecho—. Y obliga al corazón a preguntarse “¿y si?”. El “y si” es el verdadero problema.
Yo no respondí.
Porque era cierto.
Me había levantado con ese “¿y si…?” pegado al cuerpo.
¿Y si no lo hubieran interrumpido?
¿Y si yo no hubiera salido corriendo como una idiota?
¿Y si él todavía quería…?
Mi madre sostuvo un péndulo de cuarzo y lo dejó girar lentamente.
—Sea quien sea, si ese casi-beso te tiene así… quizá deberías dejar de huir de lo que sientes. A veces, no decidir también es una decisión.
Me quedé mirándola.
Dios.
La amaba tanto.
Su calma, su claridad, su forma de hablar como si pudiera ver todos mis nudos internos.
Me acerqué y apoyé mi frente en su hombro.
—¿Y si me equivoco?
Ella me acarició el cabello, suave.
—Errar hace parte del camino —susurró—. Pero negarte a sentir… eso sí sería un error.
Cerré los ojos, respirando su perfume, mezcla de patchouli y hogar.
—¿Y si él no me ve igual?
Mi mamá sonrió apenas, como si supiera más de lo que yo le había dicho.
—Hija… si él estuvo a un suspiro de besarte, créeme… te ve.
Abrí los ojos, sorprendida.
—¿Cómo sabes eso?
—Porque no hay hombre en este mundo que acerque sus labios a los tuyos por accidente —contestó, guiñándome un ojo—. Eso requiere intención. Y deseo. Mucho.
Mis mejillas ardieron de nuevo.
Ella tomó una cesta y comenzó a llenarla con inciensos y aceites.
—Vamos —dijo—. Ayúdame a escoger lo que necesito para la clase del domingo. Y cuando terminemos… comemos algo rico. Así me cuentas más detalles que intentas disimular.
Sonreí, finalmente.
—Mamá…
—¿Sí?
—Te amo.