Fuego cruzado

Capítulo 13

Al llegar a mi apartamento después de dejar a mamá, me quedé un instante frente a la puerta sin terminar de entrar. La llave descansaba entre mis dedos, pero mi mente estaba lejos, suspendida en ese punto exacto donde anoche casi había perdido la compostura… o quizá la había encontrado. El silencio del pasillo me rodeaba, pero dentro de mí había un ruido insistente que no había logrado callar en todo el día: la cercanía de Cassian, su mirada, la forma en que por un segundo el mundo pareció inclinarse hacia él como si hubiera una fuerza invisible tirando de los dos.

Entré finalmente y dejé mis cosas sobre la mesa, recorriendo la sala como si esperara que algo allí pudiera distraerme. No funcionó. Podía ver a Cassian hasta en el reflejo tenue de la ventana. Toda la mañana había tratado de apartarlo de mi cabeza, pero cada intento se convertía en un regreso involuntario. Y lo más frustrante era que no estaba huyendo de él… estaba huyendo de lo que yo sentía cuando él estaba cerca, de esa mezcla de vértigo, claridad y confusión que no sabía manejar.

Me apoyé en la encimera de la cocina y respiré hondo.
—Esto no puede seguir así —murmuré, agotada de escucharme pensar.

Recordé las palabras de mi madre, esa calma suya que parecía entender los nudos invisibles de mi pecho. A veces no decidir también era una decisión. Y yo no quería seguir sintiendo que dejaba que las cosas simplemente me pasaran. No quería que Cassian fuera el único que tomara el primer paso cada vez. Si él podía acercarse… yo también podía hacerlo.

Ese pensamiento, pequeño pero firme, bastó para empujarme a moverme. Tomé mi bolso, recogí mi cabello en un moño improvisado y salí de casa antes de que mi propio miedo encontrara argumentos para detenerme.

El camino hacia Lumé se sintió más largo de lo habitual, quizá porque mi mente iba adelantándose a todas las posibles versiones de esta conversación. Cuando llegué frente al restaurante, me detuve un segundo a observar el interior a través del vidrio. La luz cálida y tenue envolvía el lugar con un aire tranquilo, y allí estaba él, inclinado sobre la barra, revisando unos papeles con una concentración casi hipnótica. Las mangas remangadas, el ceño levemente fruncido… y esa serenidad suya que me complicaba más de lo que me gustaría admitir.

Toqué la puerta con suavidad. Cassian levantó la mirada. Su reacción fue pequeña, casi imperceptible, pero suficiente para que algo en mi pecho cambiara de ritmo. Se acercó y abrió, permitiendo que la luz del interior me envolviera.

—Elodie —dijo, como si no estuviera completamente sorprendido, pero tampoco indiferente.

—Hola —respondí, entrando despacio.

Cerró la puerta detrás de mí sin perder mi mirada.

—No esperaba verte hoy —admitió con una sinceridad tranquila—, pero agradezco que hayas venido. Había cosas que quedaron a medias anoche… y no quería que se convirtieran en un silencio incómodo entre nosotros.

Sentí que mis hombros se relajaban apenas. Su tono no tenía reproche ni tensión; solo una honestidad que hacía la escena más fácil… y más peligrosa.

—Por eso vine —respondí—. No quería dejar que lo de anoche quedara flotando sin hablarlo. Y no quería seguir sintiendo que estaba evitando algo.

Cassian dio un paso hacia mí. No invasivo, pero sí lo suficiente para que mi corazón tomara nota del movimiento.

—¿Qué estabas evitando exactamente? —preguntó.

—A mí misma, principalmente —confesé—. Porque no entiendo del todo lo que me pasa cuando estás cerca. Y porque anoche me asusté. No por ti… sino porque no supe manejar todo eso que sentí de golpe.

Cassian asintió con una lentitud que parecía considerar cada una de mis palabras.

—Lo entiendo —dijo—. No estoy aquí para presionarte.

Tomé aire, despacio, y di un pequeño paso hacia él también, equilibrando la distancia.

—No vine para que tú dieras todos los pasos —dije, mirándolo con más claridad de la que sentía—. Vine porque quería verte.

La expresión de Cassian cambió, suave pero profunda, como si mis palabras hubieran tocado un punto preciso dentro de él. Acortó la distancia entre nosotros, levantando una mano que quedó suspendida cerca de mi rostro, sin tocarme todavía.

—Si me acerco ahora —murmuró con una voz más baja—, no voy a detenerme como anoche.

Mi respiración vaciló, pero mis palabras no.

—Lo sé. Y aun así estoy aquí.

Entonces su mano finalmente rozó mi mejilla con un gesto tan delicado que sentí cómo mi cuerpo entero respondía de inmediato, como si hubiera estado esperando ese contacto desde antes de reconocerlo. No me besó. No hizo el movimiento completo. En vez de eso acercó su frente a la mía, en un gesto íntimo, cálido y casi desarmante.

—Me alegra que hayas venido —susurró, respirando cerca de mi piel—. Realmente me alegra.

Cerré los ojos, permitiéndome sentir la cercanía sin huir esta vez. Por primera vez desde anoche, algo dentro de mí dejó de tensarse y se acomodó, como si hubiera encontrado su lugar natural en aquel momento suspendido entre los dos.

Me quedé así unos segundos, con su frente apoyada en la mía, sintiendo cómo su respiración se mezclaba con la mía como si ambos estuviéramos aprendiendo a compartir el mismo espacio sin perder la compostura. A pesar de todo, el momento no se sentía precipitado… se sentía inevitable.

Cassian fue el primero en moverse. Se separó apenas, lo suficiente para verme de nuevo sin que se rompiera la burbuja que se había formado entre nosotros.

—Perdón si te asusté anoche —dijo, con una media sonrisa que parecía pedir disculpas y bromear al mismo tiempo—. No suele ser mi estilo perseguir a personas que parecen listas para saltar por una ventana, no quería asustarte más de lo que estabas.

Medio reí, medio me derretí.
—No iba a saltar por una ventana —protesté—. Solo… estaba procesando.

—Ah, sí, claro. Procesando a la velocidad de un atleta olímpico —dijo con un tono burlón suave—. Te moviste como si hubiera fuego detrás.




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