Fuego cruzado

Capítulo 15

Había algo distinto en el aire esa tarde en Lys Garden.
No era el aroma que escapaba de la cocina ni el calor del horno: era una emoción vibrante, casi juvenil, la clase de energía que aparece cuando un equipo entero se siente parte de algo especial.

Cerramos el restaurante dos horas antes —algo que jamás hacía— y, sin embargo, no me arrepentí ni un segundo.
Por primera vez, tendría lugar el Concurso Interno de Creación de Plato Estrella, una idea que nació entre risas, sin pretensiones… y que ahora se había convertido en el evento del día.

Cuando salí de mi oficina y entré a la sala principal, los encontré a todos reunidos, arreglando mesas, alineando pizarrones pequeños con nombres, limpiando superficies como si fueran a grabar un comercial de alta producción.
La vibra era tan buena que casi podía palparse.

Ruby —mi mejor amiga, mi sistema de soporte emocional no certificado y la persona que más insistió en esta locura— estaba en medio del salón sosteniendo una copa de rosado como si fuera la anfitriona de un programa televisivo.

—¡Atención, mis amores creativos! —anunció, golpeando suavemente la copa con una cucharita—. Bienvenidos al primer concurso oficial de Lys Garden: Inventa tu plato, inventa tu fama.
Nombre tentativo, porque Elodie no aprobó el original.

—¡El original era MasterMess y no pienso permitirlo! —repliqué, entrando al salón.

Las risas estallaron.

Gio, mi segundo sous-chef, hizo una reverencia exagerada.

—Jefa, esto puede parecer un caos… pero es un caos controlado. Lo prometo.

—Lo dudo muchísimo —respondí—. Pero por eso estamos aquí. Para verlos brillar. O… incendiar algo. Cualquiera de las dos opciones es entretenimiento para mí.

—¿Incendiar? ¡Yo no firmé eso en mi contrato! —gritó Leo desde una mesa, usando una bandeja como escudo.

Ana, la más callada del equipo, organizaba ingredientes con una concentración que daba un poco de miedo.
Mientras tanto, Ruby supervisaba todo como si fuera la directora creativa de un desfile culinario conceptual.

Colocamos las mesas en forma de “U”, dejando espacio al centro como un escenario improvisado.
Las luces cálidas, la música suave y un par de velas creaban el ambiente perfecto para que todos se sintieran importantes.

Y lo eran.
Todos y cada uno.

—Reglas del concurso —declaró Ruby, en modo presentadora profesional.

Levantó un dedo:

—Número uno: cada participante tiene treinta minutos para presentar un plato original.

—“Plato” es un término muy flexible —intervino Leo—. ¿Puedo hacer bebidas?

Gio lo miró con cansancio fraternal.

—Si haces una bebida, más te vale dejar a Elodie sin palabras. Y eso no pasa desde el dos mil nunca.

—Soy perfectamente impresionable —mentí, cruzándome de brazos.

El salón entero respondió al unísono:

—Sí, claro.

Falsos insolentes.

Ruby levantó el segundo dedo.

—Regla número dos: el plato debe tener nombre y concepto emocional. Ya saben… esta cosa filosófica que Elodie predica cuando quiere sonar profunda.

—¡Oye! —protesté—. La comida sin historia es un edificio sin cimientos.

Ruby me tocó el hombro con cariño.

—Elodie… eres adorable. Pero no me arruines el show.

Más risas.

—Regla tres —anunció Gio—: el jurado estará conformado por nuestra chef en jefe… —me señaló con exageración—, por mí… y por Ruby, representante oficial del público exigente y dramático.

—El mejor tipo de público —dijo Ruby, brindando.

Los participantes se prepararon en sus estaciones.
Parecían concursantes de un programa francés de cocina contemporánea.

Yo me senté en la mesa del jurado con Gio a la izquierda y Ruby a la derecha, quien no dejaba de cuchichearme:

—Míralos. Están emocionadísimos. Haces más concursos de estos y te hacen un mural. Dios, mira a Camila… parece que va a llorar de felicidad. ¡Ay, qué belleza!

—Ruby…

—Sí, sí —dijo—. Ya vi tu cara de “soy estricta pero justa”. Relájate. Diviértete.

Respiré profundo.

Sí.
Quería eso.

Lo necesitaba.

Después de semanas donde Cassian, la competencia, el estrés y mis propios nervios habían secuestrado mi paz mental… esto era simple. Alegre. Mi gente. Mi espacio.

—Muy bien —anuncié, levantando la voz—. Tienen treinta minutos. En tres… dos… uno… ¡adelante!

Y Lys Garden estalló de vida.

Leo abrió su estación como quien activa un espectáculo de luces.
Ana trabajaba en completo silencio, milimétrica.
Marcos cantaba mientras mezclaba ingredientes.
Camila combinaba sabores que yo jamás habría imaginado juntos.
Y Jorge…

—¿Alguien vio mi cuchillo? —gritó.

—Está en tu mano, Jorge —respondió media sala.

Ruby narraba todo como comentarista deportiva.

—Aquí vemos a Leo usando la técnica “lo mezclo rápido y que Dios me ampare”.

—¡No estoy usando esa técnica! —gritó Leo.

Justo en ese instante, un pedacito de algo voló por los aires.

Leo levantó las manos, incriminado.

—Ok, eso fue culpa del bowl. No mía.

Gio se inclinó hacia mí.

—El nivel de caos emocional hoy… es notable.

—Ni siquiera saben mi verdadero nivel de caos —susurré.

Ruby nos escuchó y, sin vergüenza alguna, canturreó:

—Ah… comentario con nombre. Empieza con C y termina con: “te complica el sistema nervioso”.

La fulminé con los ojos.

Ruby brindó.

Los treinta minutos terminaron.

—¡Tiempo! —gritó Ruby—. ¡Manos arriba! Es hora del desfile culinario.

Uno por uno, presentaron sus creaciones.

Camila trajo un plato colorido, dulce, delicado.
Leo presentó una bebida que, para sorpresa de todos, estaba increíble.
Marcos arriesgó y ganó.
Ana… Ana creó un plato preciso y hermoso, lleno de alma.
Y Jorge… bueno, Jorge trajo algo que no sabíamos si era arte moderno o comida, pero lo explicó con tanta pasión que casi nos convenció.




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