El salón vibraba con conversaciones y risas sofisticadas, pero yo ya no escuchaba nada. El veneno suave que Miriam había dejado en mi piel aún ardía, aunque pretendiera lo contrario. Caminé hacia la mesa de servicio para reincorporarme a la rutina, a mi terreno seguro, cuando un murmullo distinto recorrió la sala; uno que reconocí sin necesidad de girarme.
Cassian.
Su presencia siempre llegaba antes que su voz; una mezcla de seguridad, calma y una tensión subterránea que se activaba solo cuando nuestros ojos se encontraban. Y esta vez no fue diferente. Los invitados se reacomodaron como si una corriente eléctrica los hubiera tocado al mismo tiempo.
Yo lo sentí detrás de mí. No porque hiciera ruido, sino porque el aire cambió, más denso, más consciente.
—Elodie —dijo, su voz grave y perfectamente controlada, esa que parecía capaz de leer lo que mis palabras no admitían.
Me giré despacio, disimulando la emoción repentina que me recorrió.
Cassian estaba impecable: traje oscuro hecho a medida, la camisa ligeramente abierta al cuello, el cabello peinado con la precisión de quien jamás pierde el control. Sus ojos recorrieron mi rostro, lentos, profesionales, como si estuviera evaluando un plato que necesitaba entender para salvarlo.
—No estás bien —dijo, sin dureza, sin duda.
No era una pregunta.
—Estoy trabajando —respondí, obligándome a mantener la voz firme.
Él inclinó la cabeza, muy levemente, como si hubiera esperado esa respuesta… y la encontrara insuficiente.
—No dije que no estuvieras funcionando —replicó con calma madura—. Dije que no estás bien. Es distinto.
Mi respiración se cortó un segundo. Algo en su tono —la mezcla entre autoridad y una preocupación tan sutil que resultaba peligrosa— me descolocó.
Y entonces él vio a quienes estaban detrás de mí.
Chris.
Miriam.
Noté el momento exacto en que Cassian los reconoció como una amenaza. No una grande, no física, no directa… sino una amenaza a mi equilibrio.
Su mirada se endureció un grado.
Apenas perceptible.
Pero suficiente para que Miriam retrocediera un paso.
—Acompáñame —dijo Cassian, acercándose lo suficiente para que su sombra tocara la mía—. No tienes que explicarme nada aquí.
—Cassian, de verdad no es—
—Elodie —interrumpió con un tono bajo, pulido, incisivo—. Permíteme ser quien te saque de esto, aunque sea un minuto.
Mi corazón dio un vuelco.
Miriam lo notó.
Chris también.
Y eso le bastó a Cassian para extender un brazo —no para tocarme, sino para invitarme a salir de ese círculo en el que yo nunca debí quedar atrapada.
—Vamos.
Era una orden suave.
Una invitación irrefutable.
Y la acepté.
No sé si por orgullo, alivio… o por él.
Cassian caminó a mi lado, marcando un ritmo lento, deliberado, que imponía su presencia sin agredir. Cuando estuvimos lo suficientemente lejos, habló:
—¿Quieres que regresemos a la cocina o prefieres caminar un poco conmigo?
—Cassian, no hace falta. Solo fueron… personas del pasado.
Él se detuvo.
Vuelto hacia mí, con esa mirada que parecía leer incluso lo que intentaba esconder.
—Dime quiénes son —pidió con calma. No exigía. No suplicaba. Era una firmeza suave, adulta, imposible de ignorar.
Suspiré, bajando los hombros.
—Chris. Fuimos pareja hace años. Y Miriam… —esbocé una sonrisa amarga—. Ella hizo de mi vida un deporte competitivo durante mucho tiempo.
Cassian no parpadeó.
No cambió de expresión.
Pero el ambiente a su alrededor se tensó.
—De ahí viene ese brillo extraño en tus ojos —murmuró, como si acabara de comprender algo profundo—. No es miedo. No eres el tipo de mujer que teme. Es… la memoria de haber sido subestimada.
Mi garganta se cerró.
Nunca nadie lo había dicho así.
—Ya lo superé —logré decir.
—Lo sé —respondió él—. Pero eso no significa que tenga que verlo repetir delante de mí.
Miró hacia la distancia, hacia donde Miriam y Chris seguían de pie, pretendiendo no observar. Sus labios se curvaron apenas, una línea fría, elegante.
—Me molesta cómo te miran —confesó con serenidad absurda—. Como si tu valor dependiera del recuerdo que ellos tienen de ti. Es… irritante.
Mi corazón golpeó fuerte.
Un calor inexplicable subió por mi cuello.
—No deberías dejar que te afecte —susurré.
—No me afecta —corrigió él—. Me incomoda por ti.
Esa frase me derrumbó más que cualquier ataque de Miriam.
—Cassian…
Él dio un paso más cerca. No invasivo. Intencional.
—Te diré algo y quiero que lo escuches con calma —continuó, su tono bajo, resonante, casi íntimo aunque estuviéramos en un salón lleno de gente—. Si el pasado no te sostuvo, mejor. Porque eso permitió que llegaras aquí. Justo frente a mí. Donde sí te veo. Donde sí te reconozco. Donde sí cuenta lo que eres ahora… no lo que fuiste con ellos.
Sentí mis mejillas arder.
La piel caliente.
Incontrolable.
Miré hacia los lados, nerviosa por si alguien escuchaba.
—No digas esas cosas aquí —murmuré, empujándolo suavemente con el brazo, más un reflejo que un reclamo.
Cassian soltó una risa baja, profunda, como si mi reacción fuera exactamente lo que esperaba.
—¿Te incomoda? —preguntó, divertido.
—Me… sorprende —admití, conteniendo la sonrisa.
—Entonces voy a seguir haciéndolo —respondió él, sin perder la compostura—. Me gusta verte reaccionar así.
—Cassian…
—Elodie. —Otra vez ese tono.
—Si algo o alguien te hiere, me lo dices —continuó—. No porque no puedas defenderte tú sola… sino porque no quiero que lo hagas sola. No mientras yo esté aquí.
El silencio que siguió fue… intenso.
Demasiado.
Hasta que él alzó levemente la barbilla hacia el fondo del salón.
—Y ahora… mira cómo te observan —susurró, casi con satisfacción—. Están descubriendo que ya no te pueden tocar.