Fuego cruzado

Capítulo 23

Nunca en mi vida había sentido tanta conciencia de una calle.

La de siempre. La misma. La que he caminado mil veces entre Lys Garden y proveedores, entre Lumé y el estacionamiento, entre mi apartamento y el mundo. Pero ahora cada paso parecía tener subtítulos: “Ella aceptó una demo conjunta con él”, “esa es la famosa calle de la química”, “ahí es donde pasan cosas”.

Exageración, sí. Pero así se sentía.

El festival respondió más rápido de lo que esperaba. A media mañana ya teníamos un correo con la confirmación oficial, logos, horarios tentativos y una frase que me dio gastritis instantánea:

“Queremos vender esta presentación como el encuentro de dos fuerzas opuestas que terminan sumando: fuego y calma, jardín y luz, rivalidad y química. El público lo ama.”

Lo leí tres veces. Cada una dolió igual.

En Lys, el equipo estaba más excitado que nervioso.

—Elodie, esto es nivel “mi mamá por fin me cree que trabajo en un sitio serio” —dijo Ruby, encendiendo las velas de mediodía—. Ya me veo pasándole el flyer a todo el mundo.

—Me encanta que tu medida de éxito sea “mi mamá deja de decir que es un hobby” —comenté, revisando las reservas en la tablet.

Jamie, por su parte, tenía otra preocupación.

—Yo solo quiero saber si me van a dejar estar detrás del escenario —dijo, cortando verduras con precisión—. Porque si usted sube ahí y la luz le da de más, alguien tiene que tener un abanico, agua, toalla, lo que sea. Y yo no confío en que los del festival sepan manejar su nivel de estrés.

—No voy a desmayarme en el escenario, Jamie —rodé los ojos.

—Nunca se sabe —replicó—. Podrían poner a Cassian al lado, sonreír mucho, pedirle que hable de “química” y tu colapsarias.

—Voy a tirar este cuchillo, y si te da, fue accidente laboral —le advertí.

En realidad, no era la parte técnica lo que me daba miedo. Cocinar frente a gente ya lo había hecho; explicar procesos, también. Dirigir una brigada en pleno caos, todos los días. Pero esto era otra cosa. No era solo “mira este plato, mira esta técnica”. Era “mira a estas dos personas que todos llevan meses mirando sin permiso”. Con reflector.

El correo incluía una propuesta de título:

“Rivalidad a fuego lento: cuando la competencia se convierte en química.”

Les respondí con una propuesta alternativa:

“Dos cocinas, una calle: creatividad complementaria.”

No era tan sexy, sí. Pero al menos no parecía trailer de telenovela barata.

A media tarde, mientras revisaba las cuentas de proveedores, recibí un mensaje de Cassian:

«Los del festival quieren reunión mañana, 10am. Organizador, PR, un par de patrocinadores. ¿Puedes?»

«Puedo» —respondí.

«Perfecto. Y antes de que preguntes: sí, ya vi el título. No, no voy a dejar que te pongan en un cartel como si esto fuera “El Bachelorette edición culinaria”.»

Sonreí sola frente a la pantalla.

«Más te vale, Dumont» —escribí.

La mañana siguiente, la sala de reuniones del festival olía a café caro, impresoras recalentadas y ansiedad de oficina. Una pared llena de fotos de ediciones anteriores: chefs sonriendo con cuchillos al aire, platos coloridos, público aplaudiendo. Y ahora, en medio de todo ese marco, dos sillas reservadas con nuestros nombres.

Cassian ya estaba ahí cuando llegué. Chaqueta oscura, camisa clara, nada de delantal. Era otra faceta suya: la versión “reunión con inversores”, más contenida, más pulida, pero con la misma mirada observadora.

—Llegas puntual —dijo, al verme entrar—. Empiezo a pensar que esto de la profesionalidad es contagioso.

—No empieces —le respondí—. Todavía no he tomado café.

Nos sentamos uno junto al otro, frente a la mesa donde ya había laptops abiertas, carpetas con logo del festival, botellas de agua. A los pocos minutos, entró un hombre de unos cuarenta y tantos, sonrisa entrenada, camisa remangada, gafas en el pelo.

—¡Elodie, Cassian! —dijo, como si nos conociera de toda la vida—. Qué gusto tenerlos aquí. Soy Marcelo, coordinador del programa escénico del festival. Gracias por aceptar tan rápido; va a ser un espectáculo increíble.

Detrás de él, una mujer de traje claro y labios rojos ajustó su tablet.

—Valeria —se presentó—. PR y comunicación. Encantada.

Hubo apretones de mano, sonrisas, frases cordiales. Yo activé mi modo “reunión con proveedores”: atención alta, sonrisa neutral, defensas listas.

—Estamos muy contentos con la idea de juntarlos —empezó Marcelo, abriendo una carpeta—. Desde que la calle Lambda empezó a sonar como “la calle” para los foodies, sabíamos que en algún momento tenía que pasar algo así. Y, bueno… —alzó las cejas—, con todo lo que se ha comentado últimamente, sería un desperdicio no aprovechar esta historia.

—Si por “lo que se ha comentado” se refiere a artículos anónimos y rumores de internet, preferiría que la base fuera nuestro trabajo —respondí, antes de que el comentario flotara demasiado tiempo.

Valeria sonrió, profesional.

—Por supuesto —dijo—. Por eso la demo se centra en la cocina. Ustedes, cocinando, explicando, mostrando su proceso. Lo otro… es contexto. Nadie puede negar que hay una narrativa interesante: dos chefs, dos restaurantes enfrentados físicamente, reseñas cruzadas, un artículo que habla de química. No tenemos que ignorarlo; podemos usarlo con elegancia.

—Siempre y cuando “con elegancia” no signifique pedirnos que hagamos un show romántico —añadió Cassian—. No somos actores. Somos chefs. Si quieren un ring, hay reality shows de sobra.

Marcelo levantó las manos, conciliador.

—Tranquilos, tranquilos —dijo—. Justamente por eso los llamamos: queremos que esto se sienta auténtico. Nada impostado. Nuestra idea inicial es ésta: cada uno elige un plato representativo de su cocina, pero que pueda ejecutarse en el tiempo del escenario. Luego, trabajamos un tercer plato que sea un híbrido Lys–Lumé, creado especialmente para el festival. Mientras cocinan, conversan sobre cómo es trabajar enfrente del otro, cómo se han influenciado, cómo gestionan la competencia.




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