El olor a cebolla caramelizada llenaba la cocina de Lys cuando mi celular empezó a vibrar en el bolsillo trasero. Tenía las manos ocupadas con una reducción que exigía atención constante, así que ignoré el primer zumbido. Y el segundo. Al tercero, Jamie me lanzó una mirada significativa.
—Si es el apocalipsis, que deje mensaje —dije, removiendo la salsa.
—O su mamá —canturreó Ruby desde la estación de postres, viendo que agarra para irse—. Tu mamá no deja mensajes. Tu mamá insiste hasta que el universo contesta.
Tenía razón.
—Revuelve esto —cedí, cambiando de sitio con Jamie—. Si se pega, me debes la mitad del gas de este mes.
Me limpié rápido las manos en el delantal, saqué el celular y miré la pantalla.
“Mamá”.
Claro.
Salí a la parte trasera, donde guardábamos cajas vacías y bolsas de reciclaje. Olía a cartón, lluvia vieja y descanso breve. Me apoyé en la pared y contesté.
—Hola, mamá.
—Mi niña —la voz de mi madre llegó cálida, envuelta en ruido ambiente de gente y platos—. Tenía el presentimiento de que estabas con algo en el fuego.
Miré hacia la puerta de la cocina, como si pudiera verme.
—Siempre estoy con algo en el fuego —respondí—. Es la definición técnica de mi trabajo.
Rió bajito.
—Sí, pero hoy sentí que si no llamaba ahora, se te iba a pegar algo.
—Tu don de bruja selectiva —suspiré—. La reducción está a salvo, por si te lo preguntas.
—Me alegra —dijo—. Y tú, ¿estás a salvo?
Sabía a qué se refería sin que lo explicara. Noticias, festival, demo conjunta, titulares, comentarios. El ruido no había parado desde que se anunció.
—Estoy… en proceso de estarlo —contesté—. Mucho ruido, muchas opiniones. Nada nuevo, solo con reflector más grande.
—Te he visto en todas partes —dijo, orgullosa—. Clara me manda todo. “Mira a tu hija, Vivienne”, me dice. Y yo pienso: “El mundo por fin está viendo lo que yo veía desde el pollo al limón horroroso”.
Sonreí sola.
—Gracias por recordarme ese desastre culinario cada vez que puede —dije.
—Es mi trabajo como madre —replicó—. Pero te llamo por otra cosa, aunque todo está conectado.
Eso no sonaba nada tranquilizador.
—Define “otra cosa” —pedí.
—Sábado familiar —anunció, con ese tono de “sabías que venía”—. Este fin de semana. Ya lo hablamos hace dos meses: almuerzo en casa de tu tío Theo. Tu prima ya confirmó, tus primos también, Lavinia lleva tres días diciéndome qué postre “sería apropiado para la ocasión”. Y tú aún no has dicho que sí oficialmente.
Cerré los ojos un momento. Vagamente recordaba esa conversación. En aquel momento, el festival era un rumor y mi vida no parecía programa de televisión.
—Mamá… —empecé.
—No hay “mamá” que valga —me cortó, pero sin dureza—. Es sábado familiar. Elodie, casi no te vemos fuera de horarios raros, y esta vez coincide con que no tienes evento, ni boda, ni nada de esas cosas gigantes que haces. No acepto excusas. Vas.
No era una pregunta, ni una sugerencia. Era la voz que me hacía sentarme recta cuando tenía ocho años.
—Tengo que estar en el restaurante… —intenté.
—Tienes equipo —me recordó—. Un equipo en el que confías, según tú misma. Puedes ir por unas horas. No te estoy pidiendo que cierres Lys; te estoy pidiendo que no cierres tu agenda emocional.
Abrí los ojos, mirando el cielo gris sobre el callejón.
—Sabes que adoro cuando hablas así —ironizé—. Me hace imposible decirte que no sin parecer un monstruo.
—Exacto —admitió, divertida—. Además, hay algo más.
—Sabía —murmuré—. Siempre hay “algo más”.
Se hizo un pequeño silencio. Pude imaginarla acomodándose un mechón detrás de la oreja, con la paciencia amorosa que usaba cuando iba a soltar una bomba envuelta en seda.
—Quiero que traigas a Cassian —dijo.
El aire se me quedó a mitad de camino.
—¿Qué? —solté—. ¿Mamá, qué?
—Has oído perfectamente —respondió, tranquila—. Trae a Cassian el sábado. Hay comida de sobra, sillas de sobra y preguntas de sobra que Lavinia va a hacer igual, así que mejor que se las haga a él en lugar de seguir inventando historias contigo.
Mi mente necesitó unos segundos para procesar las capas de esa frase.
—No estamos… —me aclaré la garganta—. Mamá, no estamos saliendo. O sea, no en serio. No… oficialmente. No somos “llevo a mi novio a reunión familiar” todavía.
—¿Todavía? —repitió ella, con una sonrisa audible.
Rodé los ojos, aunque no pudiera verme.
—No juegues con las palabras —dije—. Apenas estamos… viendo qué es esto. Si le digo que venga a un sábado familiar, va a parecer que quiero saltarme catorce pasos de golpe.
—Puede parecer que no lo quieres esconder —corrigió, suave—. Que para ti no es solo un show de festival. Que no tienes miedo de que lo vean cerca de tu vida real, no solo de tu cocina.
Su lógica era irritantemente razonable.
—Mamá, ni siquiera sé qué quiere él exactamente —confesé—. Sí, ya sé lo que dice, lo de “futura novia”, lo de los paquetes de novia + amiga, las frases que suelta como si fueran sencillas. Pero estamos en medio de un huracán. Festival, críticas, su madre viniendo, tu tía respirándome en la nuca… No sé si es justo o inteligente meterlo en el caos de un sábado familiar a estas alturas.
—Elodie —su tono se volvió más suave, pero más firme—. Te escucho más asustada por la idea de traerlo a comer arroz con pollo que por la de cocinar frente a cientos de personas con él. Eso me dice mucho.
Respiré hondo.
—Cocinar sé hacerlo —dije—. Manejar a Lavinia en modo interrogatorio mientras Cassian existe a menos de un metro… no tanto.
Se rió, bajito.
—Entiendo la parte Lavinia —admitió—. Créeme, yo la sufro desde antes que tú. Pero hay algo que quiero que no olvides.
—Dime —pedí, resignada a escuchar esa cosa que suele desarmar mis defensas.