Fuego cruzado

Capítulo 30

No dormí mucho. O, más exacto, dormí a ratos cortos donde mi cerebro hacía el mismo recorrido compulsivo una y otra vez: la notificación en la pantalla compartida, el título del artículo programado, el nombre de Léa conectado a una cuenta que nadie debía ver. La evidencia era tan absurda que por momentos me parecía chiste, y luego recordaba el tono de su voz en la reunión, la palabra “patrón” pronunciada con esa tranquilidad quirúrgica, y la gracia se me evaporaba.

A las siete de la mañana ya estaba en Lys, con el café más fuerte que encontré y el corazón más despierto que mi cuerpo. Nico me vio desde la estación de preparación y no preguntó nada. Solo me puso una taza frente a mí como si entendiera que, en días así, la lealtad no siempre se declara con discursos; a veces se declara con cafeína y silencio.

Cassian llegó poco después, con algo diferente, sin esa sonrisa de medio filo que usa cuando quiere provocarme. Venía serio. No frío, no distante, sino en ese modo extremadamente peligroso donde toda su energía se vuelve enfoque.

—¿Dormiste algo? —preguntó.

—Lo suficiente para no cometer homicidio culinario —respondí.

—Me sirve.

Me detuve un segundo mirándolo, porque había algo nuevo en su postura. No era solo el “yo te protejo”. Era “yo hago esto contigo”.

—Antes de que vayamos a verla —dije— quiero dejar algo claro.

Cassian se apoyó en la mesa de acero, esperando.

—No quiero que tu conversación con Léa sea una ejecución —continué—. Quiero que sea una puerta abierta a la verdad. O a una salida digna. Si ella decide atravesarla o no… ya será su decisión. Pero no quiero convertirme en la villana de una historia donde yo solo estaba intentando respirar y buscar el por que de todo este drama.

Su expresión se suavizó un grado, apenas.

—Voy a hacer lo que tú no puedes hacer ahora mismo sin que te acusen de dramatizar —dijo—. Voy a hablar desde la evidencia y desde la calma. Y voy a ofrecerle una última oportunidad de arreglar esto sin convertirlo en circo.

—¿Última?

—Elodie, la palabra clave aquí no es “lo siento, no lo quería hacer” y seguir como si nada. Es “reputación”. Y ella jugó con la tuya como si fuera un personaje disponible para su guion.

Tragué saliva.

—Está bien —concedí—. Pero si intenta voltearlo, si intenta insinuar que tú la “malinterpretaste”, o que yo exagero…

Cassian sonrió un poco. Solo un poco.

—Entonces me verás ser menos diplomático que en la sala Mirador.

Y ahí, entre el olor a pan recién horneado y una cocina que aún no estaba en modo servicio, me besó. No fue un beso de urgencia ni de consuelo. Fue un beso de equipo. De pacto. De “yo estoy aquí por elección, no por impulso”.

Cuando se separó, me tocó la frente con la suya.

—No voy a dejar que nadie te quite tu nombre —murmuró—. Ni siquiera si ese alguien fue importante para mí .

Esa frase fue la primera y verdadera señal del día: Cassian ya había asumido el costo emocional de lo que iba a hacer. Yo solo tenía que acompañarlo.

El café que Cassian eligió tenía ventanales grandes, música suave y una iluminación tan limpia que parecía diseñada para que la culpa se viera más elegante. Era el tipo de lugar donde la gente viene a firmar acuerdos, a romperlos con sonrisas, o a justificar lo injustificable como si fuera un concepto de marketing.

Cassian y yo ya estábamos sentados cuando ella llegó. No lo planeamos, pero nos acomodamos juntos de forma instintiva: su hombro cerca del mío, su brazo rozando el respaldo de mi silla con una disposición silenciosa de “si fuera necesario, podría cubrirte sin siquiera levantar la voz”. Ese gesto me sostuvo más de lo que mi orgullo quería admitir.

Léa entró con puntualidad impecable. Traía el cabello recogido, una carpeta del festival bajo el brazo y esa serenidad de alguien acostumbrada a dirigir el ritmo de una sala con solo respirar más lento que el resto.

—Cass —saludó, dejando su bolso sobre la silla con una delicadeza calculada—. Elodie.
—Su sonrisa era mínima, pulida—. Supongo que esto no es una reunión extra de logística, porque si lo es, deberían empezar a pagarme doble. No me encanta repetir escenas sin un guion mejor.

Cassian no sonrió. Y la ausencia de esa sonrisa fue una señal más fuerte que cualquier frase.

—Léa —dijo simplemente.

Yo no iba a ofrecerle comodidad.

—No intentes convertir esto en una broma y menos en un juego —respondí—. Llevas semanas usando palabras bonitas para tapar cosas feas. Hoy no estamos aquí para admirar tu capacidad de escribir el mundo como si fuera un caso de estudio.

Ella arqueó las cejas, como si yo fuera un detalle interesante que no esperaba encontrar tan temprano en el día.

—¿Te molesta que piense en historias? —preguntó con un tono suave, casi pedagógico—. Porque yo no estoy aquí para insultarte, Elodie. De hecho, si lo miras con un mínimo de perspectiva, podrías entender que lo que ocurrió era… inevitable. Cuando dos marcas fuertes se rozan, el público escribe versiones. Yo solo he sido alguien que entiende cómo funciona ese mecanismo mejor que la mayoría.

Cassian sacó el celular y lo colocó sobre la mesa. Ni teatralidad ni violencia. Solo evidencia.

—Mira esto —dijo.

Léa reprodujo el video una vez. Luego otra. Sus ojos se movían rápido, precisos, con ese tipo de análisis frío que no pertenece a una persona inocente sorprendida, sino a alguien que está evaluando el tamaño de la grieta antes de decidir cómo maquillarla.

Cuando terminó, apoyó el teléfono sobre la mesa con calma.

—Es una notificación —dijo—. En tiempos de edición, manipulación y capturas que viajan fuera de contexto, esto es… frágil. No es una prueba sólida por sí sola, la persona que está detrás de esto trata de dañar mi imagen..

Esto debe ser una broma.

Cassian se inclinó hacia adelante. Su voz bajó de volumen y subió de gravedad.

—Voy a hacerte una pregunta simple. Y quiero que me respondas con la misma simpleza.
—Hizo una pausa mínima—. ¿Eres tú la persona detrás de SaborSinNombre? ¿El anónimo que ha estado molestando a Elodie?




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