Fuego y sangre

Capitulo 8 - Peligro

El cuartel de la Guardia Vestal no era imponente ni ostentoso, pero su sobriedad transmitía el mismo tipo de respeto que el templo al que servía. A menos de cincuenta metros del Atrium Vestae, sus muros de piedra blanca se alzaban firmes, cubiertos por enredaderas de hiedra domesticada. Desde el momento en que Logan cruzó sus puertas como miembro oficial de la guardia, supo que ya no era el mismo joven que había pisado tierra romana un año antes.

Había pasado un mes desde la evaluación final. Un mes desde la ceremonia. Fue aceptado. Y no tuvo ni un día para asimilarlo. Esa misma noche, le ordenaron instalarse en el cuartel.

Compartía habitación con otros tres guardias, todos mayores que él, todos acostumbrados al ritmo inquebrantable de los turnos. Se levantaban antes del alba, entrenaban en silencio, comían poco, dormían menos. La primera semana fue como volver al infierno. Pero había algo en Logan que no se quebraba. Quizás era orgullo. O tal vez era esperanza.

Las primeras semanas de servicio lo asignaron a patrullas exteriores. Su responsabilidad era vigilar los alrededores del templo, recorrer los accesos y asegurarse de que ninguna persona no autorizada se acercara al perímetro. Era un trabajo solitario, repetitivo, y en apariencia intrascendente. Pero Logan lo aceptó sin queja. No había visto a Catalina desde aquel día en el jardín. Y aunque a veces imaginaba su figura blanca cruzando algún corredor a lo lejos, nunca coincidían. Era como si el destino lo estuviera preparando, obligándolo a observar, esperar, resistir.

La capital hervía con rumores. Voces políticas comenzaban a cuestionar la vigencia de la orden vestal. Algunos grupos los tildaban de reliquias costosas de un pasado que ya no representaba al pueblo. “Una secta de mujeres intocables mantenida con impuestos”, decían los panfletos que aparecían en las plazas. Otros los defendían con furia, recordando que, durante siglos, las vestales habían sido garantes de paz y equilibrio entre las casas de poder.

La tensión crecía. Y fue en ese contexto que llegó la orden inesperada.

Una mañana de cielo encapotado, lo despertaron antes del cambio de guardia.

—Te necesita el comandante —le dijo uno de los superiores—. Te asignaron a seguridad de acto protocolar.

Logan se incorporó al instante.

—¿Dentro del templo?

—No. Afuera. En el Foro. Hay una recepción de dignatarios extranjeros. Cinco vestales participarán. Se teme presencia de manifestantes. Necesitamos refuerzos discretos. Estás designado a reemplazar a Marco, quien enfermó.

—¿A cuál vestal debo custodiar?

—Oficialmente, Aelia. Pero el grupo se moverá como unidad. Solo actúa si hay peligro real. ¿Entendido?

Logan asintió sin preguntar más.

Se vistió con el uniforme ceremonial, que le resultaba más incómodo que el de entrenamiento, y se dirigió al punto de encuentro. En el camino, intentó controlar los latidos de su pecho. Catalina estaría allí. Después del tiempo que pareció una eternidad, volvería a verla.

El acto se realizaría en el antiguo Foro Romano, reconfigurado para eventos diplomáticos. El sitio estaba custodiado por fuerzas civiles, militares y un escuadrón de la Guardia Vestal. Cuando llegaron, Logan se mantuvo a distancia, respetando el protocolo que exigía discreción y silencio.

Las vestales descendieron del vehículo oficial con la gracia y el sigilo de una procesión ancestral. Eran cinco: Occia, Alessia, Aelia y Chiara, pero todas quedaban en segundo plano frente a la figura de Catalina, vestal de mayor perfil y prestigio.

Ella fue la última en bajar. La túnica ceremonial blanca con bordes dorados caía impecable sobre su cuerpo, y el velo se ajustaba con precisión sobre sus trenzas cuidadosamente recogidas. No dirigió la mirada a nadie. Su rostro era una máscara perfecta de calma y autoridad, pero Logan, que la observaba con atención, pudo notar detalles sutiles: la tensión que se marcaba en su cuello, el apretón apenas perceptible de sus labios. Catalina sabía que el peligro estaba cerca.

Los gritos de la prensa empezaron a multiplicarse, llamándola por su nombre, buscando una reacción que ella no otorgaba. Los flashes seguían estallando frente a sus ojos, y era claro que aquella atención la incomodaba.

Mientras Logan se ubicaba en su puesto, detrás de Aelia y junto a otros tres guardias, su mirada se desplazó por la multitud tras las vallas de seguridad. Vio rostros curiosos, algunos indiferentes, pero también otros con miradas cargadas de odio y resentimiento.

Fue entonces cuando escuchó un grito que cortó el murmullo general: una voz firme y cargada de desafío resonó desde las sombras de la multitud.

—¡La llama será apagada!

Un escalofrío recorrió a Logan. La amenaza estaba ahí, latente, y Catalina, aunque parecía impasible, también la sentía.

La ceremonia comenzó sin más incidentes aparentes. Palabras de bienvenida, saludos, presentaciones. Pero la corriente subterránea de tensión nunca desapareció del todo.

—Atención en el flanco sur —dijo por el comunicador.

Un segundo después, estalló el caos.

Alguien lanzó una botella que estalló contra las rejas, peligrosamente cerca de Aelia. Otra figura empujó una valla. Un grupo de manifestantes encapuchados comenzó a gritar. No eran muchos, pero suficientes para sembrar el pánico. El protocolo se activó. Las vestales debían ser evacuadas. La Guardia, replegada para proteger la retirada.

Logan se movió al instante, guiando a Aelia y a dos de las vestales hacia el vehículo blindado. Pero Catalina y Chiara habían quedado rezagadas. La confusión las separó. Gritos, empujones, humo.

El estruendo de la botella rompiéndose contra las rejas apenas fue el inicio. Un grito agudo cortó el aire, seguido por una oleada de empujones y ruido metálico. Las vallas se tambalearon. Algunos manifestantes encapuchados comenzaron a avanzar, y en cuestión de segundos, la ceremonia diplomática se volvió un caos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.