Fuego y sangre

Capitulo 10 - Sin ascensos

El estudio de Occia conservaba su habitual serenidad. Las paredes cubiertas de volúmenes antiguos, la mesa de madera oscura con cada pluma, rollo y sello dispuesto en su sitio. Catalina entró en silencio después de que la sirvienta la guiara hasta allí. La puerta se cerró detrás de ella sin estridencias.

Occia no levantó la vista de los documentos. Hizo un gesto leve con la mano, indicándole que esperara. Catalina no dijo nada. Solo se sentó en la silla frente a la mesa, como otras veces, pero esta vez sabía que la conversación no sería como las anteriores.

—Gracias por venir —dijo Occia al fin, dejando la pluma a un lado—. Imaginaba que tendríamos que hablar pronto.

Catalina asintió una sola vez, sin palabras.

—Lo ocurrido en el Foro nos obligó a revisar algunas estructuras internas —continuó Occia—. No solo por seguridad, sino porque nos han estado observando más de lo que creíamos. La atención pública es un arma peligrosa. Y tú, Catalina, estás en el centro de esa atención.

Catalina mantuvo el rostro sereno, sin mover un músculo.

—No es una que haya buscado —dijo con calma.

—No. Pero tampoco puedes desentenderte de ella —replicó Occia—. A veces no elegimos lo que representamos. Solo podemos elegir qué hacemos con eso.

Hubo un breve silencio, apenas el crujido de una rama movida por el viento más allá de las ventanas.

—El Pontifex y yo nos reunimos ayer —dijo Occia, mirando ahora a Catalina con atención medida—. Hemos tomado una decisión respecto a tu seguridad.

Catalina frunció el ceño apenas.

—¿Se refiere a nuevos protocolos?

—Más que eso. Una asignación específica.

Catalina no respondió, pero su respiración se volvió más pausada, más concentrada.

—Logan Sharp será tu custodio permanente —anunció Occia sin rodeos—. A partir de hoy.

No respondió. Solo bajó la mirada por un instante.

—No se le ha otorgado ningún ascenso ni reconocimiento público. Su asignación se registrará como medida preventiva, sujeta a evaluación. —continuó—. Solo se suspenderá durante los períodos en los que permanezcas en la sala del fuego. El resto del tiempo, estará designado exclusivamente a tu protección.

—¿Quién más lo sabe? —preguntó Catalina, con voz más baja.

—Solo quienes deben saberlo —respondió Occia—. Ni siquiera las otras vestales han sido informadas. Y no es necesario que tú lo comuniques. Lo importante es que lo sepas… y que entiendas lo que implica.

—¿Implica que desconfían de mí?

—Implica que vivimos tiempos inestables. Que no podemos darnos el lujo de improvisar. Y que en esta nueva era, la única manera de sobrevivir es adaptarse.

Catalina sostuvo la mirada de Occia. Algo en sus ojos tembló por un instante, apenas perceptible.

—¿Fuiste tú quien lo propuso?

—Fui yo quien evitó que esto se convirtiera en un espectáculo —replicó Occia con firmeza—. Quien pidió discreción, y quien dejó claro que no se debía recompensar con honores algo que fue, ante todo, un acto impulsivo.

Se hizo un silencio tenso.

—¿Y por qué él? —preguntó Catalina finalmente.

Occia se puso de pie y caminó hacia una repisa. Extrajo una pequeña caja de madera. Regresó a la mesa, la abrió con cuidado y sacó un objeto envuelto en una tela clara.

—Porque él no actuó por gloria, ni por estrategia. Actuó por ti —dijo, mientras depositaba el objeto frente a Catalina—. Y eso, Catalina, puede ser un problema… o una fortaleza. Depende de ti.

Catalina bajó la vista. No sabía si eso debía reconfortarla… o preocuparla.

No tocó el objeto. Solo lo miró. Era pequeño, de bordes redondeados, y el lino que lo cubría tenía el olor tenue del tiempo.

—Era de tu madre —agregó Occia.

La tensión se hizo más densa, más íntima.

—No es una advertencia —dijo Occia—. Es un recordatorio. Tu madre también caminó sobre esta misma línea. Y también tuvo que elegir.

Catalina alzó la vista lentamente.

—¿Ella eligió bien?

—No puedo responder por ella —dijo Occia—. Pero tú todavía estás a tiempo de hacerlo por ti.

La sala quedó en silencio. Catalina bajó la mirada hacia el objeto, pero no lo abrió. No hizo más preguntas. No intentó discutir la decisión. Tampoco la aceptó de inmediato.

Occia regresó a su asiento. No insistió.

El tiempo se detuvo un instante en el estudio. Y cuando el sonido lejano de una campana marcó el paso de las horas, ninguna de las dos mujeres se movió.

La conversación había terminado.

Pero nada estaba resuelto.Y en el centro de la mesa, el objeto de Bella seguía intacto, esperando ser desenvuelto.

***

El sol apenas atravesaba las ramas de los laureles cuando Catalina y Alessia cruzaron los jardines del Atrium. El aire era fresco, y el murmullo del agua llegaba desde la fuente cercana. Caminaban en silencio, con el ritmo pausado de quien no tiene prisa, como si el tiempo pudiera suspenderse en ese rincón apartado del templo.

Pasaron junto a los parterres floridos, bordeando la hilera de columnas bajas que separaba el sendero de grava del borde de la piscina rectangular. El agua, quieta, reflejaba los trazos del cielo.

—¿Has oído lo que dicen los noticieros? —preguntó Alessia, sin mirarla.

La atención de Catalina estaba puesta en una hoja caída que flotaba sobre la superficie. La apartó con la punta del pie, sin hacer ruido.

—Algo mencionaron sobre Grecia —dijo por fin.

Alessia asintió con suavidad.

—Una invitación formal. Aún no se ha dado una respuesta oficial, pero… es probable que Occia te elija a ti para representarnos.

Catalina giró apenas la cabeza.

—¿Por qué?

—Por lo que representas. Por tu perfil. Y porque nadie podría hacerlo mejor.

El silencio regresó entre ambas. Continuaron caminando hasta detenerse frente a una de las dos piscinas gemelas. Allí, Alessia se quedó quieta, mirando el agua. Su reflejo temblaba con cada ráfaga de viento.




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