Fuego y sangre

Capitulo 11 - Mas allá de Roma

El piso del aeropuerto, pulido y sin imperfecciones, le devolvía su propia sombra distorsionada. Catalina lo miró con cautela, como si al dar un paso fuera a cruzar un umbral invisible.

A esa hora, apenas despuntaba la mañana. La luz tenue se filtraba por los ventanales como una bruma dorada y oblicua, demasiado débil aún para disipar del todo el aire frío que dominaba la terminal. Afuera, Roma seguía medio dormida. Dentro, el silencio era tan espeso como el mármol bajo sus pies. Solo se oían los pasos dispersos de personal de mantenimiento y el rumor de una conversación lejana que no alcanzaba a distinguirse.

Catalina caminaba junto a Logan, pero mantenía la mirada al frente, sin desviar la atención ni un instante. Detrás de sus lentes oscuros, sus ojos parpadeaban con más frecuencia de lo habitual. No era miedo exactamente. Era otra cosa. Una mezcla de desconcierto, vulnerabilidad y, quizás, una pizca de orgullo herido. No le gustaba sentirse fuera de control.

Logan no dijo nada. Caminaba a su izquierda, medio paso por detrás, con una cadencia relajada y firme. Llevaba el uniforme de servicio sin insignias visibles, como se le había indicado, y cargaba el bolso de mano de ambos sin hacer un gesto de esfuerzo. Observaba a Catalina sin hacerlo evidente, midiendo cada uno de sus movimientos, atento a cada respiración contenida. Sabía que ella no estaba cómoda. Y sabía también que no lo admitiría.

Un oficial los esperó en el acceso lateral al hangar. Tras una breve verificación silenciosa, sin documentación ni escáneres, les permitió cruzar el umbral hacia la pista privada. Allí, bajo el cielo pálido del amanecer, se alzaba la figura pulida del jet. El fuselaje metálico parecía aún más liso bajo la luz suave, como una criatura dormida esperando ser despertada.

Catalina se detuvo al pie de la escalerilla. Miró el avión con el ceño apenas fruncido. No era la tecnología lo que la perturbaba. Era la idea de dejar Roma. De elevarse por encima de sus muros, literalmente.

—Nunca lo hice antes —dijo, sin mirarlo.

Logan se detuvo a su lado, bajando la voz como si no quisiera que el viento los oyera.

—No es tan diferente a subir a una montaña rusa. Una sacudida y estaremos volando —respondió, con un intento de suavidad.

Ella respiró hondo, una vez. Nunca se había montado en una montaña rusa. Luego subió los escalones sin mirar atrás.

Dentro del avión, todo olía a cuero nuevo y madera encerada. La cabina estaba vacía, salvo por una azafata que les indicó con una leve inclinación el grupo de asientos asignados: cuatro sillones de cuero color marfil, enfrentados dos a dos, con una pequeña mesa central plegable. Catalina ocupó el primero junto a la ventanilla. Logan tomó el que quedaba justo enfrente. Entre ambos, el aire parecía detenido, como si la conversación se hubiera quedado atrás.

Catalina observó la cabina en silencio. Sus dedos se cerraron con firmeza sobre los apoyabrazos, como si buscara anclarse. Al otro lado del cristal, el suelo parecía empezar a alejarse incluso antes de que el avión se moviera. La azafata anunció que despegarían en breve. El motor rugió suave, un zumbido contenido que hizo temblar las paredes. Catalina cerró los ojos por un segundo.

Cuando la nave empezó a rodar hacia la pista, su cuerpo se tensó. Y justo cuando el impulso del despegue los empujó hacia atrás, su mano derecha se estiró instintivamente. Apretó el brazo de Logan, sin mirarlo.

Él no dijo nada. Solo se levantó sin ruido, rodeó la mesa con calma, y se sentó a su lado, junto a la ventanilla. No hizo preguntas. No ofreció consuelo. Solo dejó que su brazo permaneciera bajo la mano de Catalina mientras el avión se elevaba, llevándolos por primera vez más allá de las murallas de Roma.

En ese instante, ningún decreto, ni voto sagrado, ni norma no escrita podía alcanzarlos.

El aterrizaje fue más brusco de lo que Catalina había imaginado. La vibración del avión al tocar la pista le recorrió el cuerpo como una descarga seca, directa al estómago. Cerró los ojos, intentando no perder la compostura. Sentía náuseas, un sudor frío recorriéndole la nuca, y la punzada de ansiedad que aún no lograba controlar desde que subieron al avión.

El aire acondicionado no bastaba. Apoyó las palmas abiertas sobre los muslos. Respiraba por la nariz, intentando mantener el ritmo. Su semblante seguía sereno. Pero por dentro, una marea la sacudía.

Logan, que había vuelto a ocupar uno de los asientos enfrentados apenas el avión niveló el vuelo, se incorporó en silencio al verla cerrar los ojos de nuevo.

—Ya está —murmuró—. Ya aterrizamos. Mira al frente, respira hondo. Eso es todo.

Catalina no respondió, pero sus dedos se aferraron al apoyabrazos con fuerza. Apretó los labios, como si las palabras estuvieran ahí, al borde de salir, y al mismo tiempo completamente prohibidas. La sala del fuego no se movía. Roma no temblaba. El mundo más allá de sus límites sí.

Cuando la puerta del avión se abrió, una bocanada de calor seco y luz blanca lo inundó todo. El cielo griego era más claro, más despiadado que el romano. Catalina entrecerró los ojos, agradecida por el velo y las gafas oscuras. No por coquetería, sino porque necesitaba algo que la resguardara de ese nuevo escenario.

Descendió primera por la escalerilla, erguida, con el porte entrenado de las vestales. El mármol romano no estaba bajo sus pies. El piso aquí era de concreto cálido, áspero, imperfecto. El murmullo del viento traía consigo un idioma distinto, un ritmo distinto, una historia que no le pertenecía.

En la base de la escalerilla los esperaba una comitiva. Dos soldados con uniformes ceremoniales, una mujer de túnica azul con una carpeta en la mano y un par de hombres vestidos con trajes sobrios. Entre ellos, uno destacaba sin hacer nada en particular. Era delgado, de rostro afilado, y sus gafas oscuras no dejaban ver los ojos. Estaba de pie ligeramente apartado, como si no formara parte del saludo oficial… pero sin duda había venido a observar.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.