Fuego y sangre

Capitulo 13- Las dos llamas

La vibración del helicóptero resonaba en las paredes del helipuerto privado. Logan los esperó desde el nivel inferior, con los brazos cruzados y la vista fija en la compuerta. No llevaba armas visibles, pero su postura era la de alguien que no necesitaba mostrar poder para ejercerlo.

Cuando las hélices comenzaron a desacelerar, los motores soltaron un último rugido antes del silencio. De la nave descendieron primero dos técnicos militares. Detrás, dos figuras familiares emergieron con paso firme: Marco y Pietro.

Logan no se movió hasta que ambos se aproximaron a él.

—Sharp —saludó Pietro con un cabeceo sobrio. El hombre de rostro enjuto y mirada aguda conservaba el mismo aire impenetrable.

Marco, en cambio, se detuvo un segundo antes de hablar. Lo observó de arriba abajo, sin disimulo.

—No te reconozco —dijo por fin—. Ya no pareces un simple guardia.

Logan sostuvo la mirada sin alterar el gesto.

—Los días de ser “simple” se terminaron hace rato.

—Eso es evidente —replicó Marco, pero sin sarcasmo. Era una afirmación cargada de respeto.

Pietro abrió una carpeta metálica que llevaba consigo.

—Tenemos acceso completo al perímetro y refuerzos apostados en cada entrada. Instrucciones directas de Marce: inspección completa del pritaneo. Desde los cimientos hasta el techo.

Logan asintió.

—Empiecen ya. Quiero un informe en tres horas. Nada puede quedar librado al azar. Cada columna, cada conducto, cada sombra.

Se giró y echó un vistazo a la embajada, donde el movimiento se había intensificado. La ceremonia era al atardecer, y el tiempo jugaba en su contra.

—¿Cómo está Catalina? —preguntó Marco, más bajo.

—Ella y la llama son la prioridad absoluta.

No añadió más. Los tres sabían lo que significaba.

Logan los condujo al interior, directamente hacia la sala de coordinación. El lugar, improvisado como centro operativo, estaba dominado por una pantalla táctil donde se proyectaba un modelo tridimensional del pritaneo. Los datos llegaban en tiempo real desde el equipo en tierra, y los puntos críticos estaban marcados en rojo.

—Se infiltraron en su habitación anoche. Treinta y cuatro minutos exactos. Sin forzar cerraduras, sin dejar huellas. Solo un papel con el símbolo de la Orden Umbra. Las cámaras estuvieron apagadas ese tiempo. Sabían exactamente lo que hacían. Creemos que actuó un solo individuo.

No era una repetición para ellos. Era un recordatorio: cualquier paso en falso podía costar una vida.

—¿El evento sigue en pie? —preguntó Pietro.

—Sí. La ceremonia no se suspende.

—¿Ni siquiera con lo que sabemos?

—No hay margen —dijo Logan—. Nos guste o no, ella tiene que estar ahí. Y visible. La imagen importa más que el riesgo.

Marco resopló, incómodo. Pero no discutió. Sabía que el nivel político del asunto superaba incluso a Marce.

—¿Y nosotros?

—Ustedes estarán conmigo. Cada segundo. Cada paso. Nos encargaremos del control físico del lugar y de los alrededores inmediatos. Pero si algo falla, si hay una mínima desviación, actuamos. Sin pedir permiso.

La firmeza de Logan no admitía debate. No era arrogancia. Era claridad operativa.

Pietro intercambió una mirada breve con Marco, y luego asintió.

—Entendido.

Antes de salir de la sala, Logan recibió una notificación en su dispositivo. Era un mensaje encriptado, remitido directamente desde Roma. Lo leyó con rapidez. Su mandíbula se tensó levemente.

—Tenemos luz verde para operar armamento letal dentro del perímetro del evento. Solo si es estrictamente necesario.

Marco resopló con desdén.

—Van a prender una antorcha, no a participar en un desfile militar. ¿Qué creen que va a pasar?

—Precisamente eso es lo que me preocupa —replicó Logan—. Que se confíen. Que bajen la guardia. No podemos darnos ese lujo.

El aire en la sala se volvió más denso por un instante.

—¿Esperas movimiento hoy? —preguntó Pietro, corrigiendo el tono anterior.

—Espero que no. Pero planeo como si fuera inevitable. Y eso ya es suficiente.

La conversación se cortó abruptamente cuando una alarma silenciosa se encendió en una esquina del panel. Una patrulla en el perímetro exterior había reportado un dron de vigilancia no autorizado. Logan se acercó a la pantalla y lo siguió en tiempo real mientras se desplazaba por encima de los techos de un edificio colindante.

—Quiero un inhibidor de frecuencia activado ya —ordenó—. Y que localicen al operador. No es casualidad que aparezca hoy.

Marco ya había salido de la sala antes de que terminara la frase.

Logan se quedó solo un momento frente al modelo digital del pritaneo. Visualizó los accesos, los túneles subterráneos sellados, los puntos donde las cámaras tenían breves ángulos muertos. Cada detalle había sido examinado, pero aun así, sabía que el riesgo estaba latente.

Respiró hondo, conteniendo el impulso de correr hacia la habitación de Catalina para asegurarse de que todo seguía en orden. Pero no podía. No debía.

En cambio, giró sobre sus talones y salió al pasillo, con el paso firme de quien ha asumido que la vigilancia total es el único camino entre la amenaza y la supervivencia.

***

Antes del atardecer, el auto oficial se detuvo frente al pórtico del pritaneo, una estructura antigua custodiada ahora por más de una centena de guardias. El sol caía con fuerza sobre las columnas, marcando sombras definidas en el suelo empedrado. Logan descendió primero, atento, con la mirada alerta. Catalina lo siguió en silencio, envuelta en una túnica más sobria que fastuosa, el velo sujeto con precisión sobre su cabello.

Dos vehículos más se estacionaron detrás de ellos. De uno descendieron Marco y Pietro, seguidos por otros cuatro agentes armados, preparados para cualquier eventualidad.

La mujer que los había recibido en el aeropuerto —de porte elegante, discreta, y rostro inescrutable— los aguardaba al pie de las escalinatas. Se inclinó apenas ante Catalina, con una cortesía más política que religiosa.




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