Fuego y sangre

Capitulo 19 - La Hidra

El hemiciclo del Senado vibraba como una caldera a punto de estallar.

Los escaños del bloque conservador se agitaban en protesta. Los senadores gritaban, se interrumpían unos a otros, levantaban los puños en el aire como si quisieran imponer sus palabras por fuerza. En el centro del recinto, el presidente del Senado intentaba en vano devolver el orden, mientras las cámaras captaban cada segundo en alta definición.

—¡¡No cambiaremos ni una coma!! —bramó Gneo Valerio Rufus, erguido como una columna antigua—. ¡No vamos a traicionar dos mil años de tradición por sentimentalismos de moda! ¡Una vestal no puede ser una mujer común!

—¡Lo que proponen es esclavitud disfrazada de virtud! —respondió una senadora más joven, visiblemente indignada—. ¡Estamos legislando sobre niñas a las que ustedes jamás escuchan!

La televisión estatal transmitía el debate en vivo. Las redes estallaban. Algunos canales ponían traducción en varios idiomas. En las plazas de Roma, la gente se agrupaba alrededor de pantallas gigantes. Las vestales se habían vuelto el centro de una lucha que iba más allá del fuego sagrado.

***

En un pequeño cuarto del Atrium vestae, Catalina estaba sentada en un sillón, con las piernas cruzadas bajo la túnica. Frente a ella, la pantalla mostraba al Senado dividido, vociferante, desesperado por imponer su narrativa.

A su lado, Aelia —un poco mayor que ella, rostro sereno y mirada afilada— tenía los brazos cruzados, observando en silencio.

—Parece una arena —dijo finalmente Catalina, sin apartar la vista.

Aelia asintió con una media sonrisa.

—En la arena hay menos sangre —añadió con ironía.

Ambas rieron, no por ligereza, sino porque la juventud aún les permitía encontrar algo de respiro incluso en medio del colapso. Tenían entre veinte y veinticinco años, pero cargaban sobre sus hombros siglos de expectativa.

En el jardín de laureles, el aire olía a tierra húmeda y hojas tibias. Logan, Marco y Pietro caminaban sin apuro por los senderos de piedra, rodeados de arbustos podados con esmero y estatuas antiguas que parecían escuchar en silencio.

El sol comenzaba a caer, proyectando sombras largas sobre las baldosas.

—¿Por qué tanto interés en el debate? —preguntó Marco, con una sonrisa apenas contenida—. Como si no supiera la respuesta… incluso la prensa lo sabe.

Logan, con las manos en los bolsillos, no respondió. Su silencio decía más que mil palabras.

Pietro, siempre el más reservado, se adelantó un par de pasos. Su voz, cuando habló, fue directa, sin rodeos.

—Si aprueban el artículo... dejaré la Guardia —dijo—. Ganaré mucho dinero. Y pagaré por Aelia si es necesario.

Marco se detuvo en seco.

—¿Estás hablando en serio?

Pietro asintió, tranquilo. No era una fantasía. Era una decisión tomada.

Logan levantó la vista por primera vez. No dijo nada, aunque su expresión habló por él. Había escuchado muchas declaraciones impulsivas en su vida; sin embargo, aquella no sonaba como una.

—Siempre pensé que eras el más sensato de los tres —murmuró Marco, más sorprendido que otra cosa.

—Tal vez por eso lo digo ahora —replicó Pietro.

El silencio que siguió fue denso, pero no incómodo. Era el silencio de quienes, por un momento, ya no sabían en qué lugar del mapa estaban parados.

Logan sintió una punzada en el pecho. Pensó en Catalina. En todo lo que no podía hacer. En lo que sí haría, si tuviera la opción.

Marco bajó la mirada. Había algo incómodo en ver que Pietro —el serio, el racional, el incorruptible— acababa de decir lo que ninguno de ellos se atrevía siquiera a pensar en voz alta.

Y sin embargo, ahí estaban. Los tres.

Caminando entre laureles, al borde de un mundo que comenzaba a resquebrajarse.

***

Instalación de inteligencia subterránea – Roma

Jean Leloir descendió los últimos escalones sin apuro. El silencio de la sala blindada lo recibió como un eco familiar. Era un espacio frío, sin ventanas, donde solo las pantallas respiraban.

Cerró la puerta tras él y activó el bloqueo con su huella. Luego se sentó frente al monitor principal. Introdujo las claves. El sistema reconoció su acceso y abrió el último informe de inteligencia.

Las primeras líneas bastaron para que se le endureciera la mandíbula.

"Tres senadores han sido comprados. Hay filtraciones directas desde el Senado hacia la red interna de la Orden Umbra. El canal es cifrado, pero ya hemos confirmado el flujo de información: sesiones privadas, rutas de seguridad, nombres."

Jean no pestañeó. Solo siguió leyendo.

"La Orden considera que el atentado al Atrium fue solo el comienzo. Si el Senado no aprueba el artículo, planean un nuevo golpe. Más letal. Más visible. Objetivo desconocido. Fecha: incierta."

Cerró el informe. No necesitaba más para entender que el margen se había acortado.

Activó la línea segura.

—Falcata. Gladius. Aquí Centuria. Código Áureo. ¿Están en línea?

La respuesta de Marcella llegó primero, con su voz suave, casi aburrida:

—Aquí Falcata. ¿Qué tenemos?

Cassian fue más escueto:

—Gladius, en posición.

Jean no perdió tiempo.

—Tres senadores han vendido información. No sabemos a quién exactamente dentro de la Orden, pero las filtraciones son reales. Quiero vigilancia en sus entornos, movimientos financieros, personal auxiliar. Nada de contacto directo. Por ahora, solo observación.

—¿Y sobre el nuevo golpe? —preguntó Marcella.

—No hay detalles aún. Solo sabemos que será más efectivo. Más simbólico.

Cassian intervino por primera vez.

—Noctem.

Jean asintió, aunque ellos no podían verlo.

—No dará la orden hasta estar segura de que el caos servirá a su causa. Y lo estará… si la ley se estanca.

Silencio.

—¿Autorizas vigilancia a senadores activos? —preguntó Marcella, midiendo el terreno legal.

—Autorizo todo —respondió Jean—. Este juego se terminó. Si el Senado no actúa, lo haremos nosotros.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.