El sobre era blanco, grueso, con un peso que hablaba de tradición y poder. En el centro, grabado en bajo relieve con tinta dorada, destacaba el escudo de la familia Visconti: una serpiente coronada devorando a un ser humano. Occia lo reconoció de inmediato. No era solo un símbolo nobiliario, era también una advertencia.
Sostuvo el sobre entre los dedos, sin abrirlo aún, y caminó hasta el estudio donde Livia revisaba unos documentos. La luz entraba por la ventana con suavidad, iluminando los pliegues de su túnica.
—Llegó una invitación —anunció Occia, alzando apenas el sobre.
Livia alzó la mirada. Bastó ver el escudo para fruncir el ceño.
—¿Visconti?
—Nigro Visconti en persona. Firmada con su sello.
Livia se puso de pie. Caminó lentamente hacia Occia, y tomó el sobre como si contuviera veneno.
—No confío en ese hombre.
—Yo tampoco —respondió Occia, con calma—. Pero en este momento no podemos permitirnos declinar una invitación así. No sin levantar sospechas. No podemos aislarnos.
Livia apretó los labios, pensativa.
—¿Qué dice?
Occia desplegó la carta con cuidado.
—Un evento en el Coliseo. Oficialmente, un homenaje a las instituciones de la República. Invitan a cinco vestales, con sus custodios. Transmisión global.
—¿Un homenaje o una exhibición? —murmuró Livia.
—Eso lo sabremos cuando lleguen.
Hubo un largo silencio.
—Solo tres irán —dijo finalmente Occia—. Catalina, Aelia y tú.
Livia asintió con gravedad. No era una decisión tomada a la ligera.
Porque cuando la serpiente abre la boca, hay que mirar de cerca... pero no demasiado.
Minutos después, el eco de los pasos de Occia resonaba por los pasillos del Atrium Vestae. Había cambiado el sobre por sus palabras, pero el peso seguía en sus manos. Cruzó el jardín interior y se detuvo frente al salón donde Catalina y Aelia revisaban una tabla de ofrendas junto a Chiara.
—Necesito hablar con ustedes —dijo.
Las tres levantaron la vista. Chiara entendió al instante y se retiró sin decir palabra. Aelia se incorporó, Catalina se mantuvo sentada, con una pluma aún entre los dedos.
—Ha llegado una invitación —anunció Occia, sin rodeos—. Es para un evento en el Coliseo. Una celebración pública, dicen. Oficial. Pero no será solo eso.
Aelia cruzó los brazos. Catalina ladeó el rostro con atención.
—¿Quién invita? —preguntó.
—Nigro Visconti. Con su escudo y su firma.
Aelia reprimió una mueca. Catalina mantuvo el silencio.
—Solo tres asistirán —continuó Occia—. Las otras dos serán Livia y Aelia. Catalina, tú serás la tercera.
La voz de Occia no dejaba espacio a interpretaciones. Pero sus ojos, oscuros e incisivos, buscaban una señal en los rostros de las jóvenes.
—¿Y las otras vestales? —preguntó Aelia.
—Permanecerán aquí. Es una cuestión de estrategia —respondió Occia—. Y de seguridad.
Catalina bajó la mirada, como si calculara algo invisible sobre sus piernas cruzadas. Cuando alzó los ojos, no hizo preguntas.
—¿Qué esperan de nosotras en ese lugar? —inquirió, al fin.
Occia no respondió de inmediato. Caminó hacia una de las ventanas, observó brevemente los muros del Foro y luego volvió a mirarlas.
—Eso es lo que estamos por descubrir.
Y con eso, se marchó.
El silencio que dejó fue más pesado que sus palabras.
Aelia se sentó junto a Catalina. Ninguna dijo nada. El Coliseo las esperaba. Pero aún no sabían si ir era una forma de honrar... o de resistir.
Marco la esperaba en el pasillo, ya informado de que debía escoltarla hasta el templo. Sabía que no podría entrar con ella, pero no hizo preguntas. Solo comenzó a caminar a su lado, en silencio.
Atravesaron el corredor en dirección al jardín de los laureles. El sol de la tarde se filtraba entre las columnas, tiñendo las baldosas de un dorado suave.
—Esta noche es el evento en el Coliseo —dijo Catalina, sin mirarlo—. El senador Visconti está detrás de la invitación.
Marco arqueó una ceja, sorprendido por el tono directo.
—¿Nigro Visconti?
Catalina asintió.
—Occia ha decidido que solo tres de nosotras asistiremos. Livia, Aelia y yo. No tenemos opción de rechazar la invitación sin generar ruido… pero me incomoda profundamente. No confío en él.
Marco guardó silencio unos segundos antes de hablar.
—¿Debería comentárselo a Logan?
Catalina no respondió de inmediato. Miraba el sendero frente a ella, como si calculara cada paso.
—Confío en su buen criterio —dijo por fin, en voz baja.
Cuando llegaron a la entrada del templo, Catalina se volvió hacia Marco.
—Gracias por acompañarme.
Él asintió. La observó entrar en el templo, la puerta se cerró tras ella. Luego se quedó de pie, en el umbral, pensativo.
Sacó su dispositivo y marcó. Logan no respondió. Volvió a intentarlo. Nada.
El tercer intento fue el que dio resultado.
—¿Marco?
—Por fin —dijo con alivio—. Tu dama necesita que la acompañes esta noche en el Coliseo. Catalina asistirá al evento, y no puede eludir el compromiso. Nigro Visconti estará allí. Ella no lo ha dicho con esas palabras, pero está preocupada. No desea que sea yo quien la escolte o me lo habría pedido.
Hubo un breve silencio al otro lado de la línea.
—Entendido —respondió Logan, serio—. Allí estaré.
Marco colgó. Se quedó mirando el templo unos segundos más, antes de girar sobre sus talones y alejarse en dirección al cuartel.
Logan Sharp parecía aislado del mundo. Guardó el teléfono en el bolsillo tras terminar la llamada con Marco, su expresión tensa, la mandíbula apretada. Frente a él, sentada en uno de los bancos de piedra, su madre lo observaba en silencio.
—¿Problemas? —preguntó con voz suave, aunque ya conocía la respuesta.
Logan esbozó una sonrisa fugaz, apenas un intento.
—Siempre hay problemas —dijo—. Pero este no puede esperar.